Oscar García de Camagüey, uno de los más destacados esgrimistas cubanos. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:23 pm
La impronta dejada por la leyenda Ramón Fonst siempre perdurará. Es un referente indiscutible en el deporte cubano y en la historia de la esgrima mundial. Pero también es laudable e inolvidable un grupo de esgrimistas antillanos, de ambos sexos, que se encargaron de colocar a Cuba en la palestra internacional durante la década de 1990 e inicios del nuevo milenio. Uno de los integrantes de esa generación esplendorosa es Oscar García Pérez, quien hoy, 23 de diciembre, cumple 49 años.
Este espigado floretista, nacido en la provincia de Camagüey, desde su llegada a la selección nacional en 1985 aproximadamente, dio fuertes destellos de convertirse a corto plazo entre los mejores de su arma en el planeta. Irrumpiría, más que irrumpir, descollaría con 25 abriles como uno de los miembros del conjunto que alcanzó el título en el Campeonato Mundial de Hungría 1991, desempeño que imitó en la justa universal de La Haya, Holanda, cuatro años más tarde.
Pero su estelaridad no estaba reservada solo para certámenes ecuménicos. Los Juegos Olímpicos igualmente escucharon su nombre. Más que escucharlo, fueron testigos presenciales de sendas subidas al podio del agramontino y sus compañeros del florete. Primero llegó la cita estival de Barcelona 1992, donde conquistó un subtítulo épico, pues significó la primera presea olímpica para nuestro país en esta especialidad en lides colectivas. Atlanta 1996 le siguió, y aunque el resultado fue un bronce, inferior a la plata precedente, no dejó de representar otra nota alta en el expediente de Oscarito.
Si bien es cierto que sus mayores méritos descansaron en el apartado colectivo, fue un atleta que individualmente tuvo rendimientos para nada despreciables, como aquel bronce en la cita del orbe de 1994, la misma que presenció la corona de su compañero Rolando Tucker. En ediciones de la mayor justa multideportiva su mejor ubicación fue el puesto 17 en Sidney 2000.
Su paso por eventos continentales y regionales le deparó un rosario dorado, repartido en tres coronas en Juegos Panamericanos (La Habana 1991, Mar de Plata 1995 y Winnipeg 1999) e igual cantidad de reinados en fiestas centrocaribeñas (México 1990, Ponce 1993 y Winnpeg 1999). Siempre en la puja colectiva.
Según la emisora Radio Cadena Agramonte, «durante su permanencia de casi 18 años en la selección nacional, Oscar García triunfó individualmente en ocho Copas del Mundo, tres de ellas en el fortísimo torneo internacional Villa de La Habana, donde acudió una selecta nómina de lo mejor del planeta. Además, en el año 1997 llegó a ubicarse en el segundo lugar del ranking mundial, con lo cual probó suficientemente su calidad».
Según me comentó en una ocasión una fémina que lo conoció muy de cerca, García es muy buena persona, callado, noble, familiar, de los más humildes entre los que tuvo el gusto de compartir.
Su despedida del deporte activo ocurrió en la primera Olimpíada del Deporte Cubano en 2002. A la sazón tenía 36 años y el deber de darles paso a las figuras ascendentes, sumado a una carrera marcada por el éxito, influyó en esa decisión determinante. Su maestría y las contribuciones valiosas a los equipos cubanos de florete serán siempre parte de la génesis deportiva de la Isla.