Lecturas
La primera sala construida en La Habana a fin de destinarla especialmente a la exhibición cinematográfica fue el cine Actualidades, en Monserrate entre Ánimas y Neptuno. Se inauguró el 18 de abril de 1906 y, aunque algunos le discuten la primacía, es tal vez el cine en activo más antiguo de América Latina, si bien ha permanecido cerrado durante largos años. Algunos investigadores conceden una antigüedad mayor al cine Floredora, nombrado después Alaska, situado en Calzada del Cerro y Palatino, del que apenas existen referencias y que desapareció hace ya mucho tiempo.
«Con independencia de cuál de los dos haya sido en realidad el primer cine erigido expresamente para tal finalidad, el Actualidades constituye un símbolo, aún en pie, de los pasos iniciales. No se ha podido documentar si la construcción llegada a nuestros días fue la que se edificó en tan temprana fecha, pero existen imágenes de la década de los años 20, en las que aparece tal como lo conocemos, lo cual evidencia una antigüedad de más de 80 años. De hecho, es el único sobreviviente de los cines levantados durante el primer cuarto de siglo», aseguran María Victoria Zardoya y Marisol Marrero en su libro Los cines de La Habana, una obra que atrae tanto por la información que proporciona como por su excelente factura y el realce de las ilustraciones que contiene. Un volumen de tapa dura y sobrecubierta, en gran formato y con casi 300 páginas, que en 2018 dio a conocer Ediciones Boloña de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
La primera función cinematográfica tuvo lugar en Cuba el 24 de enero de 1897. La hizo posible el francés Gabriel Veyre, agente de la casa Lumière, llegado para promocionar el nuevo invento en la Isla, seis meses después de que lo diera a conocer en México. Hizo la proyección en un local de Prado entre San Rafael y San José, y días después, el 7 de febrero, llevó a cabo la primera filmación en el país. Duró solo un minuto, participó en ella el Cuerpo de Bomberos de La Habana y se tituló Simulacro de incendio.
Apuntan las autoras citadas: «El cine, que comenzó como entretenimiento de ferias en locales provisionales, despertó, parejamente, asombro y admiración, desconfianza de los incrédulos y críticas de algunos mojigatos. Sin embargo, se impuso con rapidez y fue un instrumento eficaz de recreación, cultura, educación y, además, de propaganda. Procuró emplazamientos permanentes, primero en edificaciones acomodadas para ese fin y más tarde en sus propios predios, diseñados según los requerimientos particulares de la actividad… Ese invento revolucionario asociado a los muchos elementos “modernos” que modificaron la vida en las primeras décadas del siglo XX, en poco tiempo se convirtió en un espectáculo muy concurrido y en una fuerte industria».
Hubo, de entrada, proyecciones cinematográficas en los teatros en aquel ya lejano año de 1897. Primero en el teatro Irijoa —después, Martí— y en el Alhambra. Es por entonces que Veyre abandona el local de Prado contiguo al Gran Teatro, y se instala en el Payret. Hay muestras de cine también en los teatros Albisu, Shangai y Tacón.
Asimismo, se adaptan para cines algunas residencias unifamiliares; casas tradicionales del tipo de viviendas largas y estrechas con patio lateral. En 1919, cuando se inaugura el cine Lara en Prado, entre Neptuno y Ánimas, existían ya en dicho Paseo una docena de salas de exhibiciones cinematográficas. Afirman María Victoria Zardoya y Marisol Marrero: «En 1925 la zona próxima al Paseo del Prado y sus inmediaciones era el cinturón que concentraba la mayor cantidad de cines en La Habana, lo que contribuyó a consolidar su protagonismo en la vida cultural y recreativa de la capital».
Otros cines siguieron al Actualidades. Y hubo cines al aire libre; los llamados cines de verano, modalidad que comenzó en julio de 1909 con el Miramar Garden, próximo a la esquina de Prado y Malecón, donde se erigía el hotel Miramar. Años más tarde se inauguraba en Belascoaín, cerca de Cuatro Caminos, la carpa-cine La Tienda Negra, promovida por sus empresarios Santos y Artigas, como espectáculo cinematográfico «al estilo americano». Se expande ese tipo de cine.
El Maxim, en Prado y Ánimas, tiene capacidad para 1 500 espectadores. Antes, en Línea y Paseo, se inauguraba el Trianón, «que si bien desde sus inicios fue considerado una sala de lujo, nació como cine al aire libre». Otros cines, aunque techados, lucían paredes de malletas de madera o celosías que garantizaban un cierre semitransparente que facilitaba el paso de la brisa. En 1923 funcionaban en La Habana unas 50 salas cinematográficas.
Sigue una etapa que las autoras del libro publicado por Ediciones Boloña califican como de «los cines con casa propia», un período que corre entre 1925 y 1945. Son los años del cine Trianón, que funcionó como cinematógrafo hasta comienzos de los años 90 y que sufrió no pocas transformaciones, la última en 1954 cuando se le instaló un sistema de aire acondicionado. Se construyen también el cine Carral, en Guanabacoa y el antecesor del Riviera actual, con 1 200 lunetas. Verdún, en la calle Consulado, con su techo corredizo. El cine Lutgardita, en el reparto obrero del mismo nombre, que es el de la progenitora del dictador Gerardo Machado.
De estos años son, entre otros, los cines Palma, en Arroyo Naranjo; Gran Cinema, en La Víbora; Arenal, en el reparto La Sierra; Águila de Oro, en el Barrio Chino; Santa Catalina, en el reparto Mendoza; Maravillas, en Cerro y Palatino; Ritz, en Luyanó; Moderno, en la esquina de Toyo, y Victoria y San Francisco, ambos en Lawton, tan caros en los recuerdos del escribidor.
Los teatros Fausto y América merecen mención aparte. En Prado esquina a Colón, a inicios de los años 20, se construyó este cine que figuró entre los más lujosos de la ciudad. Remodelado en 1938, no demeritó el prestigio heredado. Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos, en 1941, luce en su diseño elementos del art déco. El América forma parte del emblemático edificio Rodríguez Vázquez, «una magnífica torre que modificó el perfil de la zona central de La Habana» a comienzos de los 40. En 1947, Joaquín Weiss lo consideraba el mejor cine de la República, y en 1954 se le seguía considerando el mejor teatro de La Habana, y entre los mejores del mundo conjuntamente con el Rodi (actual teatro Mella).
Precisan Zardoya y Marrero: «No solo se destacaba por la majestuosidad arquitectónica que lo caracteriza, sino además por la calidad de sus servicios técnicos desde el punto de vista acústico, de la proyección y por el temprano uso de acondicionadores de aire, y por sus novedades en cuanto a equipamiento sanitario y accesorios, como secador de manos con aire caliente, entre otros, que aumentaban el confort de la instalación. El edificio expone un art déco deudor del Radio City Music Hall de Nueva York, pero mucho más austero…».
En lo que a cines se refiere, uno de los mejores exponentes del movimiento moderno en la arquitectura hay que buscarlo en el cine Yara, inaugurado en 1947 con el nombre de Warner y que se llamó después Radiocentro. Imposible dejar de mencionar en esta línea el cine Ambassador, del municipio de Playa, así como La Rampa, para muchos el cine más bonito de la ciudad, el Acapulco, en el Nuevo Vedado, y el Atlantic, en 23 y 12.
Son tres los autocines que se construyeron en La Habana. El de Vento se inauguró en diciembre de 1955 con capacidad para 800 vehículos, en tanto que los dos restantes, el Novia del Mediodía y el de la Marina Tarará, tenían capacidad para 500 automóviles cada uno.
Trece eran, en 1960, los cines habaneros con mayores capacidades. Entre ellos estaba el Astral con 2 400 asientos, el Rodi con 1 887, Payret y América, con 1 800 y 1 775 respectivamente. Actualidades, Alkázar y San Francisco contaban con 1 700 asientos cada uno, Fausto con 1 669 y B’Lisa con 1 656. Radiocentro con 1 650, y Cuatro Caminos con 1 625, en tanto 1600 correspondían al cine Alba.
María Victoria Zardoya y Marisol Marrero relacionan al final del volumen unas 200 salas cinematográficas que aparecieron después de la construcción de Actualidades en 1906. No todas llegaron a nuestros días. Contando grosso modo, resulta que 84 ya no existen, y 31 están cerradas. Sesentidós tienen ahora otra función: almacenes, casas de vecindad, salas de video, sedes de compañías danzarias o teatrales, entre otras, y solo 20 siguen siendo cines.
Escriben las autoras de Los cines de La Habana: «Tenemos la suerte de que más de 80 inmuebles, aunque no funcionen como cines y estén deteriorados, aún existen: rotos, pero sanos; cuarteados, ajados, pero en pie, salvables y recordándonos que, aunque no todos volverán a ser la sala oscura —o los templos de la fantasía, de luces y sombras o la mágica fábrica de sueños, como se les ha llamado—, su valor urbano, arquitectónico e histórico, subsiste. La Habana, en cuanto a cines, es una ciudad única en América Latina, prácticamente un museo de esos palacios del ocio».