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Notas deprisa

Las primeras expropiaciones que se llevaron a cabo en Cuba o, al menos, en La Habana, tuvieron lugar en los años inmediatamente anteriores a 1558 durante el gobierno de Diego de Mazariegos.

El corsario francés Jacques de Sores asaltó y tomó la ciudad el 1ro. de julio de 1555. Su acometida demostró lo inadecuado de la fortaleza de La Fuerza para la defensa de la villa, no obstante la tenaz y heroica resistencia del alcaide Juan de Lobera, que se vio obligado a rendirse. Tras el combate, el castillo quedó en tal estado que a partir de ese momento se convirtió en corral para el ganado destinado al sacrificio.

Por Real Cédula de 9 de febrero de 1556, la Corona ordenó la construcción de una nueva fortaleza, y Mazariegos escogió para su edificación el espacio que ocupaba lo que se consideraba entonces el barrio aristocrático de La Habana, donde, al borde de la actual Plaza de Armas, se alzaban las casas de Juan de Rojas, vecino principal, emparentado con Diego Velázquez, y de unos ocho vecinos distinguidos, entre los que se contaban una mujer y un sacerdote. Eran edificios de piedra y tejas, mientras que el resto de las viviendas, incluida la del Gobernador,  eran de madera y guano.

Allí comenzó en 1558 la construcción de La Fuerza actual, la más antigua fortaleza habanera que se conserva y una de las primeras entre las del continente. La anterior, que se ha dado en llamar La Fuerza vieja, estuvo emplazada a unos 300 pasos de la actual, al comienzo de la calle Tacón (Sanguily), donde, supone el historiador Emilio Roig, se hallaba, todavía en tiempos del dictador Gerardo Machado, la Secretaría de Estado. Su construcción, que concluyó en 1540, fue ordenada por Hernando de Soto, gobernador general de la Isla y Adelantado de la península de la Florida.

No todos los inmuebles expropiados fueron demolidos de inmediato, pero todos los perjudicados, sin excepción, tardaron años para cobrar la indemnización correspondiente. 

Panamá y Veracruz

También en 1519, año de la fundación de La Habana, nacen las ciudades de Panamá (13 de agosto) y Veracruz (16 de agosto), que al igual que nuestra capital, real y maravillosa, están cumpliendo ahora sus primeros 500 años.

La primera la erige, junto al Mar del Sur de Balboa, como se llamaba entonces al océano Pacífico, el alguacil mayor Gaspar de Espinosa por orden de Pedrarías Dávila, gobernador de Tierra Firme o Castilla del Oro. La fundó sobre una aldea de pescadores indígena conocida por los españoles desde cuatro años antes. Pronto cobró la ciudad gran importancia como foco expansivo de la conquista y vía de acceso al Pacífico y a Sudamérica, lo que precipitó la decadencia de Santa María de Antigua de Darién, cuyos habitantes emigraron, en 1524, hacia la nueva capital que se consolidaría en punto de escala de mercancías europeas hacia Perú, y, de metales peruanos que serían rexpedidos a Portobello con destino a Europa.

Ponto se arrepintió Diego Velázquez, gobernador de Cuba, se haber nombrado a Hernán Cortés jefe de la expedición a México, en 1519, quiso echarle el guante, pero Cortés salió velozmente de Cuba antes de que pudieran apresarlo. Llevaba 11 barcos en los que viajaban 109 marineros, 508 soldados, 32 ballesteros, 13 escopeteros y diez jinetes, más 200 indígenas de servicio.

Llegó a Cozumel, pasó a las costas de Yucatán y tuvo en Tabasco su primera batalla victoriosa que le reportó la recompensa de varias indígenas, entre las que figuraba la Malinche (Doña Marina) que fue su mujer durante varios años y también su intérprete y consejera en el mundo azteca.

En San Juan de Ulúa, luego de recibir a los primeros embajadores aztecas y convencido ya de la importancia del territorio que pretendía conquistar, promovió una rebelión contra Velázquez y dispuso la fundación de la Villa Rica de Veracruz.

Ya como Capitán General y Justicia Mayor de la expedición siguió su camino hacia el reino de los aztecas.

En aquel lejano año de 1519 estaban en vigor las llamadas Leyes de Burgos, encaminadas a suplir en las Indias el derecho común español y «proteger» a los indios que se beneficiarían con un régimen de trabajo, jornales, alimentación, vivienda e higiene. Se prohibía todo tipo de castigo y las mujeres embarazadas de más de cuatro meses serían eximidas del trabajo, y se respetaría hasta cierto punto la autoridad de los caciques, se les excluiría de los trabajos ordinarios y podrían contar con determinado número de servidores.

Cronología

La importancia de La Habana fue reconocida tempranamente, al transformarse el puerto en lugar de escala de las travesías entre España y América. Ya en 1532 La Habana, fundada en 1519, era la población más importante de la Isla.

Entre 1537 y 1541 se organiza el sistema de flotas, que asegura el comercio entre España y América, y La Habana se erige en el punto de reunión de los convoyes. En 1561 ese sistema queda establecido oficialmente. La ciudad se transforma en la capital de la Isla y será a partir de ahí una de las piezas más codiciadas por parte de corsarios y piratas, lo que determina su fortificación. Ya en 1550, el gobierno había fijado, extraoficialmente, su residencia en La Habana. En 1556 tiene ya el gobierno su residencia en La Habana de manera oficial. Y en 1592 Felipe II le concede el título de ciudad.

Mercado, garito, lupanar

Esa Habana, que fue escala de todas las Indias, era, mediando el siglo XVI, una villa pequeña, de escasa vecinería y marcada pobreza. Sus habitantes vivían en buena medida del alquiler de sus casas a los tripulantes de la flota y de la venta de provisiones para los navíos. Hacia 1532 había de ordinario entre 19 y 30 embarcaciones en su puerto. La marinería era de nacionalidades muy diversas y de hábitos relajados. La ciudad —mercado, garito, lupanar— engullía oro y volcaba concupiscencia, al decir de Emilio Roig. Lo que fue fuente de daños morales que entronizaron el hábito de vivir sin trabajar, la corrupción, los escándalos, las bacanales.

Una válvula de escape

Prosigue Roig: «El sistema comercial de exclusivismo y monopolio, contrario al desarrollo natural de cualquier sociedad, obligó a los habaneros, por necesidad imperiosa, a burlarlo a como diera lugar, lo que lo llevaba a vivir en la ilegalidad, la transgresión y la falta de respeto a la ley. El contrabando fue así válvula de escape de una población oprimida y agobiada por el monopolio. Para el habanero, con el consentimiento tácito o explícito de las autoridades, se hicieron habituales el tráfico clandestino, el fraude, el cohecho, el robo de los bienes públicos, todo aceptado y justificado por razones de necesidad suprema, lo que disolvió la vergüenza en el hábito. Provechosa y fatal fuente de ingresos, el contrabando fue tónico para la vida y agente formidable de perturbación moral. Vicios permanentes de la sociedad cubana encuentran su raíz en ese comercio de contrabando».

Pobre caserío

Durante sus primeras dos décadas de vida, después de su asentamiento definitivo junto al puerto de Carenas, La Habana no fue más que un pobre caserío de bohíos que se extendía entre el comienzo de la calle Tacón o Sanguily, a fondo del castillo de la Fuerza, hasta el lugar donde se halla el edificio de la Lonja del Comercio.

Entonces, el centro de la villa era la plaza situada donde después se construyó la Fuerza. Se trasladó después la plaza a un sitio que hoy ya no puede identificarse hasta encontrar el emplazamiento de la actual Plaza de Armas.

Desde allí irradió la población, extendiéndose por las calles Oficios y Mercaderes, como las más próximas al punto de desembarco de los bajeles. Se expandió asimismo por la calle Real (Muralla) que era la salida hacia el campo al proseguirse el camino de San Antonio (Reina). También por la calle Habana y después por las de Aguiar y Cuba, que conducían al torreón de la Caleta donde, de día y de noche, se apostaban vigilantes que avisaban de la cercanía de corsarios y piratas.

En 1584, La Habana tenía cuatro calles y Oficios era la principal.

Surgirían otras. La calle del Sumidero sería O’Reilly, la del Basurero, Teniente Rey, e Inquisidor sería la calle de las Redes. También creció la ciudad hacia el sur, en dirección a lo que entonces se llamaba El Ancón y hoy es la ensenada de Guasabacoa. En esa dirección, pero mucho antes de llegar a Guasabacoa, se estableció el barrio de Campeche para dar asiento a los indígenas que llegaban del extranjero.

Bastó La Habana

A lo largo de los años, prácticamente durante toda la Colonia, la historia de Cuba fue la historia de La Habana, escribía el historiador Julio Le Riverend. En 1762, los ingleses no se apoderaron de la Isla; se limitaron a ocupar la capital, y España, para reconquistarla, cedió a Inglaterra el territorio actual de la Florida.

Fue a partir de la ocupación de La Habana por los ingleses que la Corona española comprendió la importancia de Cuba. La Habana era un punto clave en las comunicaciones entre América y España. Si una potencia extraña ocupaba La Habana  y la tomaba como base de operaciones, impedía todo tráfico comercial.

Fue entonces que las autoridades se percataron de que Cuba era una colonia con muchas riquezas por explotar: azúcar, miel, aguardiente, tabaco, café… Y que resultaría conveniente extraer de ella la mayor ganancia. Eso motivó la implantación de algunas reformas económicas y sociales: libertad de comercio, libertad de culto, permiso para la apertura de algunas logias masónicas… y que se enviaran a la Isla gobernadores que organizaran la administración fiscal, adecentaran los tribunales y acometieran obras públicas de importancia.

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