Lecturas
La Habana, dice el poeta Miguel Barnet, es la dueña del tiempo y la memoria. El arquitecto cubanoamericano Andrés Duany asegura que la capital cubana, como ciudad, tiene en la América el potencial de Roma. Para García Lorca, La Habana era, sencillamente, «una maravilla». De su «irreductible ambivalencia» le ve nacer su encanto a la ciudad la doctora Graziella Pogolotti. Para el historiador Eusebio Leal definir La Habana es tan difícil como definir la poesía.
La Habana, esta ciudad bulliciosa y parlera —tan bien apresada en los lienzos de René Portocarrero— marítima, abierta y desprejuiciada, que sabe, sin embargo, vivir su propia vida interior, es una ciudad con todos los estilos y ningún estilo, «un estilo sin estilo que a la larga, por proceso de simbiosis, de amalgama, se erige en un barroquismo peculiar que hace las veces de estilo», como afirmara el novelista Alejo Carpentier.
Ciudad barroca en su sentido heterogéneo y abigarrado, y también «tímida, sobria, como escondida», construida a escala humana, sin que la arquitectura llegue jamás a aplastar al hombre. Así sucede en el centro histórico y también en La Habana moderna, donde los rascacielos y edificios altos, a veces un tanto impersonales y sin carácter, no tapan el Sol ni impiden el paso de la brisa marina.
¿Se ha preguntado usted alguna vez cuál es la edificación más alta de La Habana? Sin lugar a dudas, el edificio Focsa y la del hotel Habana Libre, así como el Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución, son las tres alturas máximas conseguidas por la mano del hombre en la capital cubana.
Desde luego no son las únicas. Llaman la atención asimismo por su elevación el edificio del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con 24 pisos y 94 metros de altura desde sus cimientos. No queda fuera de esta relación, entre otras edificaciones posteriores a 1959, el edificio del Hospital Hermanos Ameijeiras, con una torre principal de 112 metros, mientras que el edificio del ICRT, en 23 y M, concluido en 1947, fue en su momento motivo de admiración para los cubanos que pudieron apreciar en esa obra de los arquitectos Junco, Gastón y Domínguez, el primer conjunto —cine, comercios, oficinas, restaurantes, una agencia bancaria, estudios de radio… todo en un solo inmueble— realizado en la ciudad con el vocabulario de la arquitectura moderna; notable no solo por su escala, sino por el vínculo que logró establecer con el sistema vial existente.
Porque a lo largo de la historia hubo siempre una edificación que, aunque hoy nos parezca ridícula por la escasa escala conseguida, fue la más alta de su tiempo. La torre de la Basílica Menor de San Francisco de Asís, con algo más de 44 metros, fue la mayor altura que se consiguió durante la colonia, no solo en La Habana, sino en toda la Isla. Ya en la República, uno de nuestros primeros rascacielos lo fue, en la década inicial del siglo XX, la Lonja del Comercio. Causó sensación y escándalo con sus cinco pisos de entonces y sus elevadores, aunque el ascensor era ya un invento conocido en La Habana desde los finales de la centuria anterior. Años después, el edificio Carrera Jústiz, en San Lázaro y Manrique, alcanzaba asimismo categoría de rascacielos. Tenía ocho pisos, pero no había en la ciudad nada que se le semejara en altura.
Por cierto, fue en esa esquina en la que, en una madrugada del mes de junio de 1930, le pusieron la primera bomba al dictador Gerardo Machado. Con esta comenzó una nueva etapa en la lucha contra su régimen. El tranvía de la confronta de la línea Luyanó-Malecón, al cruzar las paralelas de ese lugar, aplastó una cajetilla de cigarros de la marca Competidora Gaditana rellena de clorato y provista de un detonador, y enseguida se produjo la explosión que no causó víctimas, pero que dejó su saldo de alarma y cristales rotos. Dos campanadas acababa de dejar oír el reloj del vestíbulo de la lujosa consulta del doctor Benigno Souza, una de las grandes cuchillas de Cuba, establecido en el Carrera Jústiz.
Fue en 1779 cuando se construyeron en la ciudad las primeras edificaciones de dos plantas. En el siglo XIX empiezan a ser frecuentes los edificios de tres plantas, y ya hay algunos con apartamentos para alquilar, modalidad esta que se generalizará después de 1917.
El 28 de diciembre de 1928 el presidente Gerardo Machado abría con una llave de oro la puerta principal del hotel Presidente, en la calle G del Vedado. Era entonces, con sus diez pisos, uno de los edificios más altos de La Habana. Hace rato que no lo es y aquella llavecita se perdió para siempre. Pero el hotel Presidente, con categoría de Cuatro Estrellas, sigue siendo perfectamente distinguible e identificable en el entramado urbano y, 82 años después de su apertura, regala a cada uno de sus huéspedes una llave de oro simbólica para que se adentre en la ciudad.
Ocupan sus lugares en este registro la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en la calzada de Reina, con 81 metros de altura total, y el edificio de la Gran Logia Masónica, en Carlos III y Belascoaín. La cúpula del Capitolio es, por su diámetro y altura, la sexta del mundo. La linterna que la remata se halla a 94 metros del nivel de la acera, y en el momento de inaugurarse el edificio solo la superaban, en su estilo, la de San Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de alto, respectivamente. El edificio López Serrano, en 13 esquina a L, en el Vedado, con 14 pisos, incluyendo las cuatro plantas de su torre, le robó en 1932 la primacía, en lo que a altura se refiere, al edificio Bacardí, de la calle Monserrate, con 12 plantas y una superficie total cubierta de más de 7 000 metros cuadrados, edificado en 1930, en solo 300 días. Así como el López Serrano le arrebató la preponderancia al Bacardí, el edificio América, de la calle Galiano, le discutió la altura al López Serrano, y aunque tal vez no lo superó sí fue, en 1941, con sus 12 plantas y dos pisos más en la torre, una de las mayores alturas de la capital cubana.
En el año 1952, el presidente Batista firmó el Decreto Ley 407, que reglamentó el sistema de construcciones llamado de Propiedad Horizontal, y meses después, en marzo del 53, refrendó el Decreto Ley 750, por el que creaba el Fomento de Hipotecas Aseguradas (FHA). Ambos mecanismos aceleraron la construcción de edificios altos de apartamentos, financiados por los bancos de capitalización y ahorro.
La escasez de terrenos disponibles, sobre todo en el Vedado, y su alto costo, encuentran una solución en el sistema de Propiedad Horizontal: el inversionista adquiere un terreno en un lugar céntrico a un precio elevado, pero al dividirse su costo entre todos los departamentos, se hacía accesible para la clase media y la pequeña burguesía.
Es en esa década en que La Habana empezó a crecer también hacia arriba. En 1956, el edificio del Retiro Odontológico, en la calle L, frente a la heladería Coppelia, obtiene la Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos. Es en lo fundamental un inmueble dedicado a oficinas y a consultorios estomatológicos. Al año siguiente merece la misma distinción el edificio del Retiro Médico, en 23 esquina a N, frente al Pabellón Cuba. Radicará allí el Colegio Médico y tiene varios pisos destinados a oficinas y salones de actos y conferencias, y también una torre de 19 plantas con tres apartamentos por piso. El proyectista de ambas obras es Antonio Quintana Simonetti, el mismo arquitecto que después de 1959, cuando se convirtió en estrecho colaborador de Celia Sánchez Manduley, proyectará el Palacio de las Convenciones y el Parque Lenin, entre otras obras de extraordinaria importancia social.
El hotel Habana Riviera, que se comenzó a explotar en 1957 con 400 habitaciones, tiene 71 metros de altura sobre el nivel del mar. En cambio, el hotel Habana Libre, inaugurado el 19 de marzo de 1958, alcanza 126 metros de altura sobre el nivel del terreno. Su construcción se costeó con el dinero de la caja del retiro de los trabajadores gastronómicos y disponía en el momento de su apertura de dos parqueos en sus sótanos, un piso principal con un gran vestíbulo, recepción y administración, un mezanine y 21 plantas con 630 habitaciones y 42 suites.
Cinco metros menos que el Habana Libre tiene el edificio Focsa, con 121 metros sobre el nivel de la calle. Era en 1956 el segundo inmueble de hormigón más alto del mundo, superado solo por el edificio Marinelli, de Sao Paulo, en Brasil, con sus 144 metros. Tiene 373 apartamentos, cifra que incluye los siete penthouse del piso 29. En la parte más alta se encuentra el restaurante La Torre, una atalaya encristalada desde la que pueden verse hasta los barrios periféricos de La Habana.
El Focsa fue concebido para que vivieran y laboraran en sus áreas unas 5 000 personas. En su diseño se superó el concepto aislacionista de las grandes mansiones de los años 20, que eludía la trama urbana como ámbito de vida. Se trata de una unidad vecinal que pasó a ser el primer exponente habanero de una ciudad dentro de la ciudad, de una isla habitada y autosuficiente, equipada con todos los servicios sociales. Se calcula que su inversión total fue de diez millones de pesos y constituyó un negocio inmobiliario fenomenal: en octubre de 1957, esto es, 16 meses después de la conclusión del edificio, estaban vendidos todos sus locales para oficinas y comercios y la totalidad de sus apartamentos.
La mayor altura conseguida por la mano del hombre en la capital cubana es el Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución. Su pirámide mide 141,95 metros hasta sus faros y banderas. Cuenta con un elevador que recorre 90 metros y una escalera de 579 escalones. El mirador posibilita un alcance de visión de 60 kilómetros y una vista panorámica de la ciudad de 360 grados.
La estatua de Martí tiene 18 metros de alto. Fue esculpida en mármol blanco por Juan José Sicre. La talla comenzó el 15 de octubre de 1956 y terminó el 15 de agosto de 1958. El mármol se extrajo de las proximidades de El Abra, en Isla de Pinos, donde Martí inició su destierro. La cabeza fue tallada en un bloque de tres metros de alto por dos de ancho y un peso aproximado de 18 toneladas. En total, la escultura se dividió en 52 piezas que fueron talladas al pie del Monumento.
Y ya que de estatuas hablamos, digamos de paso que la Estatua de la República (14,6 metros) del Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio, es la tercera bajo techo más alta del mundo, mientras que el Cristo de La Habana, obra de la cubana Jilma Madera, con 15 metros y sobre una base de tres, es la mayor escultura ejecutada por una mujer para ser exhibida al aire libre.
(Con documentación de Emilio Roig, Eduardo Robreño y Juan de las Cuevas)