Ni la identidad de género ni la orientación sexual de alguien definen su capacidad de amar, luchar y conquistar la justicia social. Lo confirma quien fue elegida para ocupar un puesto en una Asamblea Municipal del Poder Popular, a pesar de los prejuicios que aún imperan en parte de nuestra sociedad
Fue emocionante volver a sentir su voz al teléfono, tan desafiante y amable como cuando la conocimos años atrás. «Sí, soy yo, Adela», confirmó lista para lo que viniera. Y aunque confesó que no nos recordaba de aquella vez, se dispuso a renovar el diálogo como si lo hubiésemos puesto en pausa el día antes. No hay miramientos si guía la autenticidad.
Y de eso sí que sabe José Agustín Hernández o Adela (la misma persona, llamada según el contexto), la primera transgénero que, por el reconocimiento social alcanzado en su comunidad, fue electa como delegada a una Asamblea Municipal del Poder Popular en Cuba. Desde el municipio de Caibarién, en Villa Clara, su historia es singular testimonio de reconocimiento social y empoderamiento político.
Ya anda por su segundo mandato; esta vez fue propuesta en los 11 Comités de Defensa de su circunscripción y luego el día de las votaciones fue reelecta de forma unánime, según cuenta en nuestra segunda oportunidad de narrar su historia, pues ciertos avatares del destino prolongaron nuestra posibilidad de hacerla pública aquella vez.
Como ya sabemos gran parte de lo que ha vivido, es solo cuestión de ponernos al día. «Imagínate que de los ocho planteamientos que había en mi circunscripción, para este proceso de rendición de cuentas no queda ni uno sin resolver», comenta. Y recordamos cómo en sus seis primeros meses de mandato se echó al hombro mucho de lo que había que mejorar en su tierra: el alumbrado público, el relleno del camino, la reparación y reinauguración del consultorio médico. De todo aquello salió airosa en muy poco tiempo.
No hay duda de que todos la quieren. Quizá porque «llamo las cosas por su nombre» y lucha para que sus vecinos, que son «mi familia», mejoren la calidad de vida. «Mi comunidad me acepta como soy y esa es mi carta de triunfo», ilustra.
Allí, donde unos le tratan de él y otros de ella, la mayoría cree que Adela es la delegada correcta, porque no teme a expresar lo que siente. «Al pueblo hay que garantizárselo todo y tenemos que volcarnos para salir adelante con el esfuerzo de todos los factores. Soy muy revolucionaria. Confío en esta Revolución», dice con seguridad.
«Cada momento que pasa, aprendo más. La gente me quiere y confía en mí, porque ve los sacrificios que hago por ellos. Ayudo a cualquiera con el problema que sea», afirma orgullosa y sencilla, con la verdadera esencia del campo. Ese campo que no le deja ir, por muchas urgencias que tenga Adela, porque sigue pensando primero en su gente que en sí misma.
Todavía desea completar la transformación físicamente, recalca con sus argollas, su maquillaje, sus tacones y sus más de 50 años. Y sabe que el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) la ayudará a realizarla, de acuerdo con los procedimientos aprobados por el Ministerio de Salud Pública en 2008, que incluyen sesiones multidisciplinarias de consulta y acompañamiento constante, todo gratuitamente.
Pero por ahora, al igual que el proceso de cambio de sus documentos de identificación para el reconocimiento legal de la identidad que ha construido, deberá esperar por los desvelos de Adela en el trabajo y por su constante labor como delegada. «Es difícil salir del policlínico. Y cada uno de estos trámites requiere tiempo, viajes a La Habana o Villa Clara, y son días que dejo de dedicar a mi deber haciendo electrocardiogramas. Se me ha dificultado despegar hacia La Habana. Pero no renuncio a nada de esto», reconoce.
¡VOY A VOTAR POR ELLA!
«Por sus valores para luchar por los demás», el agricultor Adalberto Hernández la propuso como precandidata a delegada en las elecciones de 2002 y la comunidad estuvo de acuerdo… Así empezó todo. O quizá un poco antes, cuando un buen día el agente del orden público Luis Rojas la propuso como presidenta del CDR de su cuadra, responsabilidad que asumió Adela durante 28 años.
«Cuando llegué por primera vez a la Comisión Electoral Municipal algunos me miraban irónicamente, pero seguí adelante hasta que llegó el día de las votaciones. Junto a mí, en la boleta, había otros dos precandidatos de gran trayectoria y respeto. Por mi condición de transgénero era un gran reto estar entre ellos.
«Los electores leían mi biografía y decían: “¡Voy a votar por ella!”. Me sorprendió aquella reacción. Las personas preguntaban por mi nombre legal (José Agustín), porque era el que figuraba en las boletas. Y lo logré en la segunda vuelta con un éxito rotundo. Prepararon una conga callejera, me montaron en una moto y me pasearon por Caibarién. Aquello fue grande y me llenó de regocijo. Sabía que el pueblo me quería, pero tal magnitud sobrepasó mis expectativas», afirma complacida recordando la primera ocasión. Y en este mandato, el jolgorio popular fue similar.
«Vivo en una zona insalubre de muy bajo nivel cultural, aunque también hay universitarios. Cuando comencé había 78 personas sin trabajar ni estudiar», relata. Pero el tiempo y la preocupación fueron acortando distancias. Adela les hizo ver a muchos la necesidad de integrarse socialmente y hoy la realidad de esa comunidad es diferente.
A Caibarién llegó para cambiar su vida. Una mudanza que requirió enorme fortaleza y capacidad de luchar con el reto de empezar de nuevo. Durante el día trabaja como enfermera (la especialidad de la que se graduó) en el policlínico, donde se ha ganado el cariño de colegas y pacientes. Siente que luego de pasar el tiempo realizando electrocardiogramas, las personas solo reparan en su buena labor, más que en su apariencia.
LA LUCHA MÁS VALIENTE
«Antes de conocer la labor del Cenesex enfrenté muchas dificultades, pero las fui venciendo», rememora Adela para adentrarse en su historia, por suerte con desenlace casi de cuento de hadas. Aunque hoy el orgullo y compromiso de representar a su pueblo puede más que cualquier recuerdo, parte de su realidad son también aquellos tiempos difíciles que esta mujer de ojos expresivos y corazón a prueba de todo supo dejar atrás, con la cabeza en alto y la victoria en sus hombros.
Antes de recomenzar (nombrada con el mote de un central azucarero cercano a su barrio natal en el municipio villaclareño de Remedios) José Agustín había sido un niño infeliz y maltratado, incomprendido por su padre.
«Mi existencia fue dura, porque gran parte de mi familia, no me aceptaba. A los siete años “salí del closet”, como se dice. Hubo manifestaciones de desprecio en mi contra en las escuelas, pero soy de trazarme metas y cumplirlas. De lo contrario no hubiese llegado hasta aquí», asegura.
«Imaginé que me quedaría sola y no sería nadie. Pasé trabajo por pertenecer a una familia humilde y porque la sociedad me miraba como a un monstruo. Pero me empeciné en estudiar y logré graduarme de Enfermería. Cuando empecé a trabajar me dije: “Soy independiente, puedo hacer mi vida y salir y vestirme como quiera”», cuenta.
Ya todo eso es pasado. Ahora siente que su deber mayor es representar dignamente al pueblo que la eligió, y para ello no le importa si la llaman Adela o José Agustín: la identidad de género y la orientación sexual no definen las capacidades de amar, de luchar y conquistar la justicia social. Con su actitud, eso es todo lo que pretende demostrar.
Ella siente que los tiempos pueden seguir cambiando. Hace unos días que Mariela Castro Espín, directora del Cenesex, le envió una nota diciéndole que la quería. Esos pequeños detalles reavivan el espíritu inapagable de Adela. «Me emociona mucho y me llena de adrenalina», confiesa.
Una fortaleza que a veces necesitan las personas para defender su modo de vivir y sus preferencias, orientaciones sexuales y de género. Porque, aunque la conciencia social va avanzando, siempre hay rezagos de los prejuicios más dañinos.
Todavía hay quien ha intentado vejar a Adela por su manía de no ceñirse a ciertos convencionalismos como la forma de vestir para ciertas ocasiones. «Para mí la vestimenta no significa nada: ni me suma ni me resta», apunta, aunque reconoce que la mayoría de las veces anda con bermudas y pulóver porque no precisa de ir siempre en saya para demostrar nada.
«En Caibarién me aceptan mucho. Creo que eso depende de cómo una se da a respetar como ser humano. Cada día hay más libertad y puedo andar vestida de mujer sin que se metan conmigo. Pero hay que estar preparada por si alguien se propasa, porque hay que responder ante las faltas de respeto», aclara convencida.
Sin embargo, ilustra que en su pueblo a muchos les gusta asistir a cualquier actividad que organizan con actos de transformismo y otras manifestaciones culturales.
«Y yo soy la primera», dice desde un segundo plano la voz de la anciana de 75 años que cede el teléfono público a Adela para que conversemos. Solamente esa afirmación valdría para hacer reflexionar a mucha gente.
Es muy fuerte, se propuso metas y aquí está haciendo una obra de infinito amor, ha dicho Mariela Castro Espín sobre Adela, convencida de que la sociedad cubana está lista para ese y otros muchos cambios en materia de sexualidad. Podemos decir que la comunidad donde vive Adela superó los prejuicios y Cuba avanza cada día en lograr la igualdad.Y de eso sí que sabe José Agustín Hernández o Adela (la misma persona, llamada según el contexto), la primera transgénero que, por el reconocimiento social alcanzado en su comunidad, fue electa como delegada a una Asamblea Municipal del Poder Popular en Cuba. Desde el municipio de Caibarién, en Villa Clara, su historia es singular testimonio de reconocimiento social y empoderamiento político.
Ya anda por su segundo mandato; esta vez fue propuesta en los 11 Comités de Defensa de su circunscripción y luego el día de las votaciones fue reelecta de forma unánime, según cuenta en nuestra segunda oportunidad de narrar su historia, pues ciertos avatares del destino prolongaron nuestra posibilidad de hacerla pública aquella vez.
Como ya sabemos gran parte de lo que ha vivido, es solo cuestión de ponernos al día. «Imagínate que de los ocho planteamientos que había en mi circunscripción, para este proceso de rendición de cuentas no queda ni uno sin resolver», comenta. Y recordamos cómo en sus seis primeros meses de mandato se echó al hombro mucho de lo que había que mejorar en su tierra: el alumbrado público, el relleno del camino, la reparación y reinauguración del consultorio médico. De todo aquello salió airosa en muy poco tiempo.
No hay duda de que todos la quieren. Quizá porque «llamo las cosas por su nombre» y lucha para que sus vecinos, que son «mi familia», mejoren la calidad de vida. «Mi comunidad me acepta como soy y esa es mi carta de triunfo», ilustra.
Allí, donde unos le tratan de él y otros de ella, la mayoría cree que Adela es la delegada correcta, porque no teme a expresar lo que siente. «Al pueblo hay que garantizárselo todo y tenemos que volcarnos para salir adelante con el esfuerzo de todos los factores. Soy muy revolucionaria. Confío en esta Revolución», dice con seguridad.
«Cada momento que pasa, aprendo más. La gente me quiere y confía en mí, porque ve los sacrificios que hago por ellos. Ayudo a cualquiera con el problema que sea», afirma orgullosa y sencilla, con la verdadera esencia del campo. Ese campo que no le deja ir, por muchas urgencias que tenga Adela, porque sigue pensando primero en su gente que en sí misma.
Todavía desea completar la transformación físicamente, recalca con sus argollas, su maquillaje, sus tacones y sus más de 50 años. Y sabe que el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) la ayudará a realizarla, de acuerdo con los procedimientos aprobados por el Ministerio de Salud Pública en 2008, que incluyen sesiones multidisciplinarias de consulta y acompañamiento constante, todo gratuitamente.
Pero por ahora, al igual que el proceso de cambio de sus documentos de identificación para el reconocimiento legal de la identidad que ha construido, deberá esperar por los desvelos de Adela en el trabajo y por su constante labor como delegada. «Es difícil salir del policlínico. Y cada uno de estos trámites requiere tiempo, viajes a La Habana o Villa Clara, y son días que dejo de dedicar a mi deber haciendo electrocardiogramas. Se me ha dificultado despegar hacia La Habana. Pero no renuncio a nada de esto», reconoce.
«Por sus valores para luchar por los demás», el agricultor Adalberto Hernández la propuso como precandidata a delegada en las elecciones de 2002 y la comunidad estuvo de acuerdo… Así empezó todo. O quizá un poco antes, cuando un buen día el agente del orden público Luis Rojas la propuso como presidenta del CDR de su cuadra, responsabilidad que asumió Adela durante 28 años.
«Cuando llegué por primera vez a la Comisión Electoral Municipal algunos me miraban irónicamente, pero seguí adelante hasta que llegó el día de las votaciones. Junto a mí, en la boleta, había otros dos precandidatos de gran trayectoria y respeto. Por mi condición de transgénero era un gran reto estar entre ellos.
«Los electores leían mi biografía y decían: “¡Voy a votar por ella!”. Me sorprendió aquella reacción. Las personas preguntaban por mi nombre legal (José Agustín), porque era el que figuraba en las boletas. Y lo logré en la segunda vuelta con un éxito rotundo. Prepararon una conga callejera, me montaron en una moto y me pasearon por Caibarién. Aquello fue grande y me llenó de regocijo. Sabía que el pueblo me quería, pero tal magnitud sobrepasó mis expectativas», afirma complacida recordando la primera ocasión. Y en este mandato, el jolgorio popular fue similar.
«Vivo en una zona insalubre de muy bajo nivel cultural, aunque también hay universitarios. Cuando comencé había 78 personas sin trabajar ni estudiar», relata. Pero el tiempo y la preocupación fueron acortando distancias. Adela les hizo ver a muchos la necesidad de integrarse socialmente y hoy la realidad de esa comunidad es diferente.
A Caibarién llegó para cambiar su vida. Una mudanza que requirió enorme fortaleza y capacidad de luchar con el reto de empezar de nuevo. Durante el día trabaja como enfermera (la especialidad de la que se graduó) en el policlínico, donde se ha ganado el cariño de colegas y pacientes. Siente que luego de pasar el tiempo realizando electrocardiogramas, las personas solo reparan en su buena labor, más que en su apariencia.
«Antes de conocer la labor del Cenesex enfrenté muchas dificultades, pero las fui venciendo», rememora Adela para adentrarse en su historia, por suerte con desenlace casi de cuento de hadas. Aunque hoy el orgullo y compromiso de representar a su pueblo puede más que cualquier recuerdo, parte de su realidad son también aquellos tiempos difíciles que esta mujer de ojos expresivos y corazón a prueba de todo supo dejar atrás, con la cabeza en alto y la victoria en sus hombros.
Antes de recomenzar (nombrada con el mote de un central azucarero cercano a su barrio natal en el municipio villaclareño de Remedios) José Agustín había sido un niño infeliz y maltratado, incomprendido por su padre.
«Mi existencia fue dura, porque gran parte de mi familia, no me aceptaba. A los siete años “salí del closet”, como se dice. Hubo manifestaciones de desprecio en mi contra en las escuelas, pero soy de trazarme metas y cumplirlas. De lo contrario no hubiese llegado hasta aquí», asegura.
«Imaginé que me quedaría sola y no sería nadie. Pasé trabajo por pertenecer a una familia humilde y porque la sociedad me miraba como a un monstruo. Pero me empeciné en estudiar y logré graduarme de Enfermería. Cuando empecé a trabajar me dije: “Soy independiente, puedo hacer mi vida y salir y vestirme como quiera”», cuenta.
Ya todo eso es pasado. Ahora siente que su deber mayor es representar dignamente al pueblo que la eligió, y para ello no le importa si la llaman Adela o José Agustín: la identidad de género y la orientación sexual no definen las capacidades de amar, de luchar y conquistar la justicia social. Con su actitud, eso es todo lo que pretende demostrar.
Ella siente que los tiempos pueden seguir cambiando. Hace unos días que Mariela Castro Espín, directora del Cenesex, le envió una nota diciéndole que la quería. Esos pequeños detalles reavivan el espíritu inapagable de Adela. «Me emociona mucho y me llena de adrenalina», confiesa.
Una fortaleza que a veces necesitan las personas para defender su modo de vivir y sus preferencias, orientaciones sexuales y de género. Porque, aunque la conciencia social va avanzando, siempre hay rezagos de los prejuicios más dañinos.
Todavía hay quien ha intentado vejar a Adela por su manía de no ceñirse a ciertos convencionalismos como la forma de vestir para ciertas ocasiones. «Para mí la vestimenta no significa nada: ni me suma ni me resta», apunta, aunque reconoce que la mayoría de las veces anda con bermudas y pulóver porque no precisa de ir siempre en saya para demostrar nada.
«En Caibarién me aceptan mucho. Creo que eso depende de cómo una se da a respetar como ser humano. Cada día hay más libertad y puedo andar vestida de mujer sin que se metan conmigo. Pero hay que estar preparada por si alguien se propasa, porque hay que responder ante las faltas de respeto», aclara convencida.
Sin embargo, ilustra que en su pueblo a muchos les gusta asistir a cualquier actividad que organizan con actos de transformismo y otras manifestaciones culturales.
«Y yo soy la primera», dice desde un segundo plano la voz de la anciana de 75 años que cede el teléfono público a Adela para que conversemos. Solamente esa afirmación valdría para hacer reflexionar a mucha gente.
Es muy fuerte, se propuso metas y aquí está haciendo una obra de infinito amor, ha dicho Mariela Castro Espín sobre Adela, convencida de que la sociedad cubana está lista para ese y otros muchos cambios en materia de sexualidad. Podemos decir que la comunidad donde vive Adela superó los prejuicios y Cuba avanza cada día en lograr la igualdad.