El contacto físico genera protección y afecto, al liberar en el organismo una poderosa hormona, la oxitocina, encargada de compensar la carga de adrenalina y cortisol del estrés y de facilitar empatía con el resto de la gente y hasta con animales y plantas
Bailar pegados / es bailar,/ igual que baila el mar / con los delfines.
Canción de Sergio Dalma
Raquel persigue los abrazos de sus hijas, amistades, pareja… Dice que no puede vivir sin ellos y probablemente sea cierto, porque su sensible espíritu necesita una recarga frecuente de endorfinas para no sucumbir a los retos cotidianos de la vida, sobre todo cuando incursiona en caminos desconocidos o debe lidiar con personas nuevas. Pero si por casualidad suena una música que invite a bailar, no necesita más pretextos para atrapar a quien le quede más cerca y contagiarle su buena vibra en un apretado intercambio restaurador.
Al principio le daba pena ser tan efusiva, pero ya entendió que el contacto físico genera protección y afecto, al liberar en el organismo una poderosa hormona, la oxitocina, encargada de compensar la carga de adrenalina y cortisol del estrés y de facilitar empatía con el resto de la gente y hasta con animales y plantas.
La efectividad de un abrazo responde a la memoria afectiva, esa carga emocional que moviliza recuerdos protectores sobre una experiencia previa significativa, en este caso una muy buena, como cuando te cargaban de bebé para alimentarte, arrullarte y hacerte feliz.
Nuestra piel tiene millones de receptores que envían al cerebro mensajes de cómo es ese algo o alguien que nos envuelve, si frío o caliente, áspero o suave, y si se trata de ligeras caricias, cosquillas, pellizcos o un nutritivo apretón. A la par nos compulsa a oler a la otra persona, escuchar su cuerpo y a veces hasta a percibir su sabor.
No en balde es una de las mayores demostraciones de intimidad que puedes compartir con otro ser humano. A veces incluso es la primera: si percibes un peligro y alguien acude en tu ayuda, probablemente te refugies en sus brazos hasta recuperar tu seguridad interior, aunque un minuto antes no supieras nada de su existencia.
Si fuiste tú quien enfrentó el riesgo al calor del suceso (y de la adrenalina en tu sangre, impulsada por condicionamientos morales), ese otro cuerpo fusionado al tuyo hará que te relajes más rápido y recuperes tu ritmo. No es propiamente un impulso erótico, pero luego, al recordar lo ocurrido, tu autoestima fortalecida te hará sentir más elegible como pareja potencial de aquella u otra persona.
Individuos en estado nervioso muy alterado pueden ser controlados poco a poco si alguien logra abrazarlos fuertemente y le dice con suavidad palabras tranquilizantes. En pocos minutos la crisis irá cediendo hasta llegar al sollozo liberador y, con suerte, un sueño casi amnésico permitirá a su cerebro racional retomar las riendas.
Ese sostén emocional y físico funciona mejor cuando hay un lazo de familiaridad o amistad íntima, pues la oxitocina es también la hormona del apego y su huella bioquímica hace a unas personas más significativas que otras, sobre todo a medida que se reiteran y profundizan los vínculos enriquecedores, en los cuales el organismo sintetiza también serotonina y dopamina, hormonas asociadas a la felicidad eufórica, el bienestar y el placer.
Por eso los abrazos más relajantes son el de la madre, con quien primero establecimos un puente emocional (conocido como impronta), y el de aquellas parejas sentimentales con quienes ya compartimos otras situaciones claves de complicidad como las enfermedades, la desnudez, las fantasías y hasta el ridículo.
Las parejas que se abrazan tiernamente y se acarician con frecuencia suelen durar más y sus miembros padecen menos de depresión, ansiedad o miedo al rechazo íntimo y social. Aun después de una ruptura, el recuerdo que activa un abrazo puede ser tan positivo que en situaciones estresantes se agradece mucho ese calor solidario, tanto en los momentos malos como en los muy buenos: la muerte de alguien cercano, el parto feliz de la hija común, un triunfo profesional muy esperado por ambos…
Esa efusividad es auténtica, chispeante, pero no debe confundirse con el renacer de la vieja pasión. No tiene sentido despertar los celos en las actuales parejas, ni alimentar falsas esperanzas en quien no se conforma con la separación, especialmente los menores de la familia.
A la hora de expresar emociones, un abrazo dice más que mil palabras. De hecho lo hace con su propia música: la de ambos corazones acompasados. Por eso es tan rico bailar pegado a alguien que te guste mucho.
A nivel sicológico, abrazar es una práctica tan saludable que si no hay nadie cerca puedes hallar consuelo apretando en tus brazos a tu mascota, la almohada, un juguete y hasta tu propio cuerpo, como hacías en la infancia cuando sentías temor, incomprensión o soledad.
El doctor Fernando González, especialista que aborda temas de Feng Shui en el programa dominical Oasis de domingo, de Radio Taíno, cuenta que, según ese arte milenario chino para equilibrar energía, el abrazo más terapéutico se logra cuando colocas la palma de la mano sobre la cintura de una persona y la otra a la altura de su nuca, de modo que el dorso de tu puño apretado haga contacto con la piel de su cuello. Si tu abrazante hace lo mismo, se cierra mejor el biocircuito y hasta se pueden aliviar algunos malestares físicos de ambos.
Así que ya sabes, si quieres agasajar a alguien y fortalecer su amor (propio y hacia ti), tómalo en tus brazos y transmítele confianza y alegría por todos tus poros. Ese es un regalo que no se gasta, no pasa de moda, ¡y se puede devolver, compartir y multiplicar tantas veces como queramos!
La abrazoterapia es una herramienta muy utilizada hoy por sus poderes preventivos y curativos. Durante la infancia los abrazos son pura medicina: regulan el crecimiento, estimulan la adquisición del lenguaje, curan la tristeza, frustraciones y depresión, aportan sosiego, alivian las fatigas del día, vigorizan el sistema inmunológico, hidratan la piel, generan la integración entre afectos y motricidad, desarrollan recursos personológicos esenciales como empatía, confianza, autoestima, autoprotección y respeto al cuerpo propio, y refuerzan la identidad y el sentido de pertenencia.
A partir de la adolescencia ayudan a controlar el apetito y la impaciencia y a enfocarse en el aprendizaje de situaciones nuevas; dan sensación de bienestar y confianza mutua, generan optimismo, fortalecen la memoria, equilibran la presión arterial y el estado nervioso, retardan el envejecimiento y además alivian el dolor menstrual, la cefalea y el insomnio.