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El placer, desde las cavernas

Las personas experimentan una mezcla de condicionamientos biológicos y sociales: el deseo del sexo surge del cuerpo, y la mente lo interpreta de acuerdo con parámetros socialmente aceptables. El resto de las señales son editadas por la cultura en turno

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Salvador Salazar*

Es imposible solo si crees que lo es.

El Sombrerero Loco en Alicia en el País de las Maravillas

 

¿Qué tanto se ha modificado el sexo a lo largo de los siglos? Al parecer, lo que más ha cambiado es la confrontación de la humanidad ante su propia vida sexual, pues nuestros ancestros cavernarios disfrutaban su práctica aun cuando estuvieran más expuestos a circunstancias azarosas e incluso antes de que llegaran a asociarlo con la reproducción.

Para Joan Rogers, académica de la prestigiosa Universidad Hopkins, estamos diseñados para buscar sexo: «Imagino que eso es evidencia de que a la gente le gusta el sexo, e incluso si no, lo practican como un imperativo biológico».

Siempre hay quienes luchan contra esa urgencia y canalizan su energía sexual hacia otros fines, pero hasta las personas que se autodefinen asexuales deben defender a conciencia esa postura en un mundo signado por el erotismo explícito.

Según el psicólogo de la Universidad de Toronto Edward Shorter, el sexo siempre ha implicado placer: «Al igual que nuestros cuerpos nos indican lo que podríamos comer o cuándo debemos ir a dormir, también tienen un patrón de lujuria», dice. Por eso la industria cultural inventa objetos y necesidades basados en el deseo de tener compañía de modo permanente u ocasional.

Es imposible saber si se disfrutaba más hace 50 mil años porque no contamos con testimonios, pero el profesor David Buss, de la Universidad de Texas, se atreve a afirmar en su libro La evolución del deseo que no hay razones para pensar que ahora gozamos más que antes: solo que somos más francos al respecto, al menos en el último siglo.

Filtros culturales

Las restricciones culturales, más que cualquier factor anatómico, han dejado huellas en la historia sexual de la humanidad. Arte y erotismo han ido de la mano desde las cavernas, expresándose tanto en imágenes y objetos decorativos como en el ritmo de las danzas y las labores cotidianas.

Según Shorter, las personas experimentan una mezcla de condicionamientos biológicos y sociales: el deseo surge del cuerpo, y la mente lo interpreta de acuerdo con parámetros socialmente aceptables que nos impregnan desde la infancia.

El resto de las señales son editadas por la cultura en turno, que pueden cambiar en la vida según las circunstancias a las que el sujeto se expone y los cambios sociales acumulativos.

Los ritos religiosos también han tenido gran poder sobre la actitud mental hacia los deseos carnales. Mientras las sociedades orientales y algunas originarias de América veían en el refinamiento sexual un camino hacia lo más sagrado, en la Europa medieval predominó el miedo al pecado, que exprimió otros agentes inhibidores del deseo como la miseria, la hambruna, las enfermedades y los olores poco atractivos.

Con la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX, estos obstáculos empezaron a desaparecer. Buena parte de la humanidad comenzó a bañarse un poco más, hay menos basura en las calles, la Medicina gana terreno como ciencia y el horario de vida se regula según los patrones modernos de la jornada laboral, ayudando al resurgir del sexo como placer nocturno.

No obstante, la tarea de reproducir la fuerza de trabajo para el naciente capitalismo y las diversas guerras tensaron los roles de las mujeres en la sociedad y el hogar, y el sexo devino «campo de batalla» para las feministas, por lo que muchos matrimonios se enfriaron ante la falta de apoyo de los hombres a los derechos civiles y políticos de sus cónyuges.

En esa lucha por la equidad dentro y fuera de la cama, la libertad sexual alcanzó una de sus cúspides en la pasada década de los 60: además de la minifalda y las pastillas anticonceptivas, muchas mujeres conquistaron el regocijo de entregarse conducidas por el deseo y sin discutir garantías.

La generalización del condón masculino y las mayores posibilidades de independencia económica y emocional afianzó la tendencia a practicar sexo «porque nos sentimos bien» y no para procrear, sobre todo en la adolescencia y la tercera edad, etapas en las que no se buscan nuevos descendientes.

Sin embargo, esa apertura no es igual en todas las naciones. El contexto cultural y económico influye mucho en la concepción de cuán pronto deben iniciarse en las relaciones sexuales, hasta dónde llegar y el número de parejas sexuales deseables.

Así, por ejemplo, los estudios arrojan que los suecos suelen tener numerosas experiencias a lo largo de la vida y los chinos muy pocas. Una encuesta global del 2005 concluye que el tres por ciento de los estadounidenses definen su vida sexual como monótona, mientras en la India la cifra llega a 26.

Otra paradoja es que en Noruega el 53 por ciento dice querer más sexo del que tiene (98 veces al año como promedio), y en Portugal el 81 por ciento está satisfecho con sus 108 veces.

Cuba no fue incluida en esas encuestas, pero cabe imaginar que si nos preguntaran, reportaríamos cifras más elevadas. Al fin y al cabo nuestra idiosincrasia criolla nos lleva a plantear metas altas en casi todas las áreas… y si calculamos mal nuestro potencial erótico, graciosamente pedimos disculpas a los afectados.

*Especialista en Psicología de la Salud.

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