Un reciente documental pone nuevamente la mira en una pregunta que tiene muchas respuestas: ¿cuál es el problema que hoy causa la tecnología que usamos?
Desde 2009 y hasta la fecha, la tasa de hospitalizaciones en niñas de entre diez y 14 años de edad por lesiones autoinfligidas ha crecido en 189 por ciento en Estados Unidos. En el grupo de 15 a 19 años es del 62 por ciento. También desde 2009 y hasta la fecha, los suicidios entre las niñas de diez a 14 años de edad en la nación del norte se han incrementado en un 151 por ciento, y en el grupo de 15 a 19 años de edad la cifra creció en un 70 por ciento.
Los escalofriantes datos, aportados por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), están contenidos en el documental The Social Dilemma, una propuesta de Netflix dirigida por Jeff Orlowski que se aproxima al complejo escenario que hoy vive un mundo mediado por las redes sociales.
El incremento de las tasas de mutilaciones y suicidios, creen expertos entrevistados para el documental, se debe a la influencia negativa que hoy suponen los sitios de redes sociales para grupos etarios que todavía no han terminado de construir su identidad y están sometidos a presiones nunca antes vistas por la humanidad.
¿Cuál es, entonces, el problema hoy con la tecnología que usamos? Esta pregunta inicia un documental de 94 minutos cuya respuesta se antoja simplista si pretendemos estigmatizar las redes o internet, sobre todo porque el fenómeno que hoy experimenta la humanidad es totalmente nuevo.
Cuando miras a tu alrededor en internet, no puedes dejar de preguntarte: ¿es esto normal? Así afirma Tristan Harris, fundador del Center for Humane Technology.
Y es que, según explica quien fuera diseñador ético en Google, ninguna de las grandes compañías tecnológicas trabaja para hacer sus productos menos adictivos. Nadie, dice Harris, se pregunta si lo que hace es «bueno» para el ser humano.
Creíamos que hacíamos algo bueno, aseveran muchos en The Social Dilemma, quienes luego agregan: el problema es que creamos una economía de competir por la atención de las personas para ver qué trozo de sus vidas nos entregan en nuestros productos, y a eso le sacamos dinero.
Hasta aquí, nada que no conozcamos, ora por la prensa, o por nuestra experiencia como usuarios. Pero hay reflexiones más interesantes en este documental.
Tim Kendall, exdirector de Monetización en Facebook allá por el año 2006, confiesa que su trabajo fue contribuir a crear un modelo en el que el usuario sintiera la necesidad de estar «pegado» a un dispositivo tecnológico. Cuando se dio cuenta de lo que había creado, se justifica Kendall, se salió de la industria por cuestiones éticas. Y ni siquiera así podía despegarse de su celular.
Una de las respuestas a ¿cuál es el problema?, la proporcionan Robert McNamee, uno de los primeros inversores de Facebook, y Aza Raskin, creador del scroll infinito: hoy las compañías de redes sociales compiten por tu atención, y somos nosotros el producto, ya que la supuesta gratuidad de estas plataformas está solventada en las jugosas ganancias que deja la publicidad.
Para garantizar una mayor atención del usuario, el diseño de esas redes se apoya mucho en la sicología. Cada uno de estos negocios venden seguridad de éxito, afirma Shoshana Zuboff, autora de The Age of Surveillance Capitalism, y saben que van a tenerlo porque cuentan con muchos datos para influir en tu comportamiento.
¿Somos entonces esclavos de las redes? ¿Nos manipulan a su antojo? Se trata de cambios ligeros, imperceptibles y graduales en nuestro comportamiento. Ese es el producto que ofrecen hoy las redes, cambiar lo que haces, cómo piensas y te comportas. Así lo considera Jaron Lanier, quien publicó en 2018 el libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato.
Este mercado inédito intercambia «futuros humanos», como si se tratase de acciones en la bolsa de valores, a partir de los comportamientos que se esperan de ellos, ya que existen modelos que conocen sus preferencias y reacciones.
Y es que, aunque nos lo han repetido hasta el cansancio, hay un hecho que no acabamos de asimilar: todo lo que hacemos en internet es cuidadosamente monitoreado por las compañías que nos brindan sus productos.
Jeff Seibert, creador de empresas como Crashlytics e Increo, abunda en ello con revelaciones que, cuando menos, son inquietantes. Según el experto, que le vendió Crashlytics en 2013 a Twitter, cada compañía de redes sociales tiene un modelador artificial de nuestros gustos, el cual nos «conoce» y, por tanto, predice lo que haremos.
La macabra realidad que una vez más describe The Social Dilemma es esta: el modelo matemático de cada compañía de redes se basa en inteligencia artificial, la cual se perfecciona con el tiempo y es capaz de comprender mejor a cada usuario para inducirlo a que cumplan con los objetivos principales de estas empresas: interacciones, crecimiento y publicidad. A mayor interacción, más uso de la red, mejores posibilidades de que una publicidad sea efectiva. Y claro, la popularidad de una aplicación incidirá en su crecimiento.
Todo ello es posible, considera Tristan Harris, porque la web y las aplicaciones de hoy emplean una tecnología persuasiva: el diseño aplicado a tales extremos que induzca comportamientos y usos determinados. ¿Un ejemplo? El etiquetado de fotos.
Es imposible que un ser humano no reaccione a una notificación que le avise que fue etiquetado en la foto de un amigo en Facebook (o en cualquier otra red que hoy ya usa esa técnica). Así, al abrir la foto, chequeará otra, y recibirá memes, y videos, y alguien le escribirá porque lo ve conectado. Es la historia sin fin.
Somos zombis y así nos quieren, comenta por su parte Sandy Parakilas, exdirector de Operaciones de Facebook. Las redes hoy usan las inyecciones de dopamina que nos dan los Me gusta, las reacciones, esas gratificaciones instantáneas que hacen a las compañías ganar dinero y modifican nuestro comportamiento.
He aquí otra respuesta a ¿cuál es el problema? Las redes sociales no son una herramienta. Pasamos de la era de la vida apoyada en la tecnología a una en la que la tecnología es un vicio. Son, de hecho, como una droga adictiva por la dopamina que libera nuestro cuerpo al recibir sus estímulos. La afirmación la hace la Doctora Anna Lembke, prestigiosa investigadora de la Universidad de Stanford.
No hemos evolucionado para ser aprobados socialmente todo el tiempo, tal y como sucede cuando publicamos algo en redes. Lo tradicional ha sido que nuestros comportamientos, nuestras apariencias, sean juzgadas por nuestro círculo humano más cercano, no por el mundo entero si damos acceso público a nuestros posts. Por eso tanto suicido y laceraciones entre las niñas estadounidenses cuando algo de lo que publican se vuelve en su contra (un fenómeno que, por cierto, no es exclusivo de esa nación).
El refranero popular dice que somos lo que comemos. Esto lo podemos aplicar a las tecnologías con somos lo que consumimos. Y como confirma The Social Dilemma, cada uno de nosotros recibe contenidos diferentes. De ello se encarga el citado modelo matemático.
Esta dispersión de contenidos hace que cada usuario de redes construya su verdad, y aunque se compartan contenidos en común, el bombardeo de información y la proliferación de contenidos falsos ha creado un mundo más polarizado, lleno de sensiblerías, odios, estigmas, y el resurgimiento de ideas que creíamos desterradas, como el nazismo (Facebook y otras redes están llenos de grupos de este tipo).
No son pocos los ejemplos de casos que han trascendido más allá de discusiones en las redes. Busque, cuando pueda, Pizzagate. Y esa expansión de las noticias falsas se debe, en buena medida, a los algoritmos de inteligencia artificial.
Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts afirmaba en 2018 que las noticias falsas se expanden en Twitter seis veces más rápido que la verdad. Detrás de ello están las sugerencias de contenidos que hacen los algoritmos cuando algo recibe muchas interacciones. Son entonces las redes sociales un elemento polarizador que destruye el tejido social a través de guerras culturales.
¿Estaban interesados los creadores de esas redes en hacer de sus productos un instrumento de dominación? Los entrevistados en The Social Dilemma, quizá de forma hasta medio ingenua, creen que originalmente no fue así. Pero luego intervinieron los intereses políticos y la cuestión se complicó.
Lo cierto es que la inteligencia artificial no conoce de verdades o mentiras. Ha sido creada para encontrar patrones de consumo y expandirlos… como un virus. El virus detrás del virus que hoy nos asola.
Las redes sociales, y la tecnología en general, no se irán a ningún lado. The Social Dilemma tampoco hará que cambien su funcionamiento a corto plazo. Para dar respuesta a ¿cuál es el problema?, habría que comenzar entonces con otra pregunta: ¿es esto bueno para mí? De cómo dejemos que la tecnología forme parte de nuestras vidas, de nuestro raciocinio antes de crear cadenas de mensajes que pueden resultar en una total falsedad, de nuestra capacidad para contrastar hechos y, sobre todo, pensar en las consecuencias de nuestros actos, dependerá entonces forzar el necesario cambio que hoy nos deben las redes sociales.