La costumbre de copiar y pegar de Internet, de enciclopedias digitales y de otros recursos derivados de las nuevas tecnologías, parece extenderse entre los estudiantes cubanos
El trabajo para la asignatura de Historia, en séptimo grado, fue orientado de un día para otro. Cuando la niña llegó esa tarde al hogar, terminadas las clases, apenas había tiempo para intentar encontrar la información necesaria en algún libro que por casualidad estuviera en su casa o apelar a la computadora.
La pregunta enseguida me saltó a la mente. Si en muchos casos los padres hoy en día no tienen acceso a Internet o a una intranet nacional desde sus casas, si no poseen computadoras donde puedan tener alguna enciclopedia o multimedia, si no poseen los libros adecuados, ¿cómo pueden ayudar a solucionar las tareas del hijo en tan pocas horas?
Aún más, si se tiene tan poco tiempo para realizar un trabajo, ¿cuánto se «corta y pega» sin que medie mucho análisis y casi ningún aprendizaje por parte del estudiante, quien muchas veces simplemente «calca» lo obtenido digitalmente?
Ante esas interrogantes me decidí a volver a escribir sobre el tema del «síndrome del corta y pega», del que ya se publicaron dos artículos en el año 2012 en este mismo periódico.
En aquella ocasión, a partir de una breve investigación realizada entre padres, alumnos y profesores de diversos niveles educativos, reflexionábamos sobre cómo se había ido entronizando la costumbre de «descargar» contenidos de Internet para resolver tareas de clases e, incluso, hasta «copiar» trabajos ajenos sin pudor alguno.
No se trata, por supuesto, de negar la importancia que hoy tienen los conocimientos que se encuentran en las redes informáticas, ya sean internacionales o nacionales, más bien se deben usar estas fuentes no para «pegar» lo que ellas traen, sino en función de estimular el estudio y la investigación.
Lamentablemente, aun cuando pudiera pensarse que una mayor cultura de la población en materia informática alejaría estos fantasmas, lo cierto es que pasados dos años de tocar el tema, una breve indagación evidencia que sigue siendo una problemática todavía pendiente de solución.
Aunque hay que reconocer que cada vez es una tendencia más internacional el uso de Internet, de enciclopedias digitales y de otros recursos derivados de las nuevas tecnologías, en detrimento del estudio en los libros de papel y en las bibliotecas, ocurre que muchas veces la «facilidad» que otorga el mundo digital se vuelve en contra del aprendizaje.
Muchos son los expertos en educación que han alertado alrededor de todo el planeta sobre esta problemática. Alegan que ese «corta y pega» no es verdaderamente instructivo, pues se vuelven a usar los métodos reproductivos, sin que en muchas ocasiones haya una verdadera asimilación de lo buscado.
Detrás de esta práctica en que el alumno apenas aprende o meramente reproduce, sin leer en ocasiones lo que está empastando y santificando con su firma, hay condiciones que la favorecen tanto en el medio familiar como escolar.
En realidad, la mayoría de los encuestados, tanto en aquella ocasión en que tratamos el tema como en los últimos días, reconoce que muchas veces el batón no está del lado de los estudiantes, sino en los docentes y en la familia, quienes permiten y hasta facilitan estas acciones.
La razón fundamental es que evitar estos fraudes depende mucho de la habilidad y experiencia del profesor, quien puede detectarlos y frenarlos, y también de los padres, en cuyas manos está educar a los hijos para evitar que se acostumbren a ver ese proceder como si fuera correcto.
Así sucede, por ejemplo, en la educación primaria, en la que los padres elaboran trabajos para los hijos usando secciones de texto de diversas fuentes anónimas, que van uniéndolos cual ladrillos.
Esos materiales, que en no pocas ocasiones se entregan incluso mecanografiados en computadora, hasta los que son supuestamente de niños en edades tempranas, son aceptados por los profesores y hasta premiados con buenas calificaciones, de las que después se enorgullecen los progenitores.
En otros casos, lo que se hace es dictarle al estudiante lo «descargado» de Internet por el familiar, sin que medie un análisis o explicación, por lo que al final, lo único que hay verdaderamente del estudiante en el trabajo es su letra.
¿Cuántas de estas acciones favorecen realmente el aprendizaje? ¿Por qué se sigue apelando a la «entrega» de trabajos sin que medie al menos una discusión de ellos en clases, para saber cuánto realmente aprendió el alumno? Si las nuevas tecnologías han permitido multiplicar el conocimiento, ¿por qué no las aprovechamos para lograr un aprendizaje más creativo y no meramente reproductivo?
Conversando recientemente con Iroel Sánchez, director de la Enciclopedia Cubana en la Red, Ecured, me explicaba que las actualizaciones de esta se encuentran disponibles en los Joven Club de Computación y Electrónica, pero no tiene certeza de que realmente estén instaladas en las escuelas.
De hecho, en una encuesta a más de 20 padres y madres de alumnos de Primaria, Secundaria y Preuniversitario, aunque casi todos recocieron haber oído hablar de Ecured, el 73 por ciento de ellos expuso que no sabía dónde o cómo obtenerla.
Más allá de esto, casi la totalidad ni siquiera conocía que existía una versión de esta enciclopedia para móviles y mucho menos dónde instalarla. No obstante, algunos sí manifestaron conocimiento sobre una versión similar de la enciclopedia virtual Wikipedia.
A este contratiempo se suma el hecho de que muchas de las multimedias educativas existentes en las escuelas, que forman parte de la Colección Saber, se subutilizan por los padres, quienes desconocen que pueden ser instaladas en las máquinas de sus hogares, al obtenerlas gratuitamente en los Joven Club de Computación y Electrónica o en las propias escuelas.
Otro tanto sería analizar el fomento de su uso para el estudio, ya que basta hablar con los alumnos en Primaria y Secundaria para darse cuenta de que los laboratorios de computación de los centros educativos se utilizan fundamentalmente para impartir las clases, y no se estimula el «tiempo de máquina» dedicado al estudio o la consulta de materiales en soporte informático.
Por otra parte, no se deben olvidar los problemas que realmente enfrentan las bibliotecas, con una deteriorada base material y muy poca digitalización. Asimismo, hay que añadir la casi total ausencia de softwares educativos cubanos en el mercado, muy demandados por la población como lo demuestra su rápido agotamiento cuando se presentan esporádicamente en espacios como la Feria Internacional del Libro.
Basta hablar con los padres cubanos para palpar los deseos de tener verdaderos productos educativos, adecuados a nuestra realidad, con lo cual sustituir de manera útil el tiempo que dedican sus hijos a otros juegos en muchos casos poco o nada instructivos.
Por lo visto, tenemos una ecuación muy complicada para fomentar el estudio y el aprendizaje mediante el uso de las nuevas tecnologías.
No se trata solo de criticar el nocivo «corta y pega», hijo del supuesto facilismo que propician las nuevas tecnologías, sino también de instrumentar alternativas viables, que ayuden, como pidiera el destacado pedagogo cubano José de la Luz y Caballero hace casi dos siglos, a «enseñar a nuestros niños y jóvenes a pensar por sí mismos».