Con apariencia de pálidos demonios, tiempo atrás los vampiros ya despertaban no pocos suspiros, en nuestros días se muestran más atractivos que nunca y cuentan con una legión de admiradoras y admiradores
Desde hace miles de años, los vampiros han ejercido una gran fascinación sobre los humanos. Incluso cuando se presentaban como aterradoras criaturas que pernoctaban en ataúdes muy bien resguardados en tenebrosos castillos. Pero si tiempos atrás con esa apariencia de pálidos demonios ya despertaban no pocos suspiros, en nuestros días, que se muestran más atractivos que nunca, cuentan con una legión de admiradoras y admiradores, quienes se suman por millones en todo el mundo. Por eso no resulta extraño que cuando en 2009 se estrenó Luna nueva en Estados Unidos —la segunda entrega de la saga de Crepúsculo vista un año antes—, se convirtiera en la tercera película más vista en la historia del cine norteamericano durante un fin de semana.
Son especialmente los adolescentes y jóvenes quienes no pueden resistirse a tantos encantos: belleza, elegancia, humanidad, inteligencia, fuerza, velocidad, sentidos extremadamente agudizados, capacidad de vuelo y transformación, y también pueden controlar sus emociones y los pensamientos de los demás... Y como si no bastaran esas cualidades que provocan pura envidia, andan rodeados de un misterio y una sensualidad que los ubican como el ideal príncipe (y princesa) azul de la actualidad.
Una estudiosa como la profesora de la Universidad de California Emily Anderson, lo explica de la siguiente manera: «estos personajes despiertan emociones asociadas al miedo, provocando aumento de palpitaciones del corazón y de la respiración. Debido a que los actores que los interpretan son atractivos, estas respuestas sensoriales se confunden con pasión y atracción». Bueno, pues ello explica perfectamente por qué suelen ser tan exitosas series como Buffy the vampire Slayer, Angel, Moonlight, Being Human, Split y, por supuesto, The Vampire Diaries y True Blood (a la que me referiré más adelante, si a los lectores no les cansa el tema), que aquí (y en medio planeta) han causado furor.
Aunque ambas son parte de lo mismo, desde el punto de vista de la historia tienen sus diferencias. Durante ochos años The Vampire Diaries (Diarios de vampiros) giró alrededor de las pasiones que en un pueblo ficticio localizado en el estado de Virginia y llamado Mystic Falls, despertó Elena (Nina Dobrev), sobre dos hermanos chupasangres e inmortales: uno «buenísimo», de nombre Stefan Salvatore (Paul Wesley), que se niega a tomar sangre humana; y el «malísimo» de Damon (Ian Sommerhalder), a quien le arrebata el líquido rojo que extrae con entusiasmo de sus víctimas. Sucede que la huérfana y bella muchacha tiene un increíble parecido con un amor común centenario, de la cual ella es descendiente directa.
El argumento de este dramatizado parte de unos libros titulados Crónicas vampíricas, escritos por de L. J. Smith, y que, influido por su asociada Julie Plec (devenida también showrunner), llamaron la atención de Kevin Williamson, señalado entre los chicos de oro de Hollywood por creaciones para la gran pantalla como la saga Scream, o al estilo de la serie Dawson Creek, para la pequeña. Fueron ellos quienes le vendieron la idea a CW que, con un olfato tan desarrollado como el de los seres sobrenaturales que la protagonizarían, vio en Diarios... una tremenda oportunidad para atrapar a su público meta: jóvenes y adolescentes.
¡Y lo consiguió! A partir de septiembre de 2009, y durante casi una década, crearon una notable avidez en su audiencia, la cual se desesperaba si no hallaba su dosis semanal de puntiagudos colmillos, sangre, actrices-modelos vestidas bien sexys, abundantes pectorales al aire, y mucho erotismo. Tanto fue así que los espectadores lograron situarla como el mejor estreno en la trayectoria de la mencionada cadena televisiva (la siguieron casi cinco millones de espectadores) y que de paso se consolidara como su serie más vista.
¿Qué tenían de «interesantes» estos vampiros? Que podían pasar inadvertidos entre la gente gracias a un anillo milagroso que les permitía andar sin sobresaltos bajos los rayos más fuertes del sol. Como en Crepúsculo, no les faltaban sentimientos y podían establecer intensas relaciones amorosas con humanos. Ah, y andaban todo el tiempo con sus hormonas bien revueltas.
Concebida para «enganchar» sin miramientos a su público, The Vampire Diaries juega hasta la extenuación con el triángulo amoroso de los protagonistas y con «sorprendernos» sin parar por la cantidad de malos y salvadores que se sacan de debajo de la manga para que pongan la situación más fea o para que la arreglen: brujas, hombres lobo, híbridos, cazadores de vampiros, espíritus, fantasmas, vampiros originales... Hasta hacer interminable una lista de personajes bastante planos, que ya era extensa desde el mismo comienzo: (Bonnie) Kat Graham, (Jeremy Gilbert) Steven R. McQueen —por cierto, nieto del mítico actor Steve McQueen—, Caroline (Candice Accola), Matt (Zach Roeig), Tyler Lockwood (Michael Trevino), Alaric (Matt Davis), Jenna Sommers (Sara Canning), Lorenzo «Enzo» St. John (Michael Malarkey)..., a los que luego se les sumarían muchos otros como el temible Klaus (Joseph Morgan).
Sin dudas, la acción es trepidante en casi todos los capítulos, que por lo general terminan de manera ascendente provocando curiosidad sobre lo que ocurrirá en el siguiente. Sin embargo, llega un momento en que las situaciones son demasiado forzadas; y peca por el exceso de muertes y resurrecciones, de conversiones y reconversiones vampíricas que van en contra de la propia lógica interna de la serie, que no obstante, avanzó hasta el episodio 171.
En cuanto al nutrido elenco de actores, la verdad es que no hay mucho que esperar por encima de caras lindas y cuerpos esculturales. En su mayoría exmodelos, no tienen mucho que ofrecer más allá de sus atractivos físicos. De entre todos, son Nina Dobrev en el doble papel de Elena y de su antepasada Katherine, e Ian Sommerhalder, como Damon, quienes salen mejor parados. Dobrev consigue mostrarse, a la vez, y de manera creíble, deslumbrante, desafiante, cautivadora, violenta, tierna, romántica..., mientras que Sommerhalder, el más conocido del reparto en los inicios de la serie por su rol de Boone en Lost, le extrae provecho a su vampiro cínico y hedonista. Lo mejor es que hace saber en cada aparición que disfruta al máximo su personaje.
De todos modos hay una realidad: The Vampire Diaries se volvió un verdadero fenómeno en las redes sociales juveniles. A mí me gustaría reconocerle su interés en hablarles a las nuevas generaciones sobre el poder de la amistad y de los vínculos familiares. Se trata de una producción que puede disfrutarse si no se espera mucho más que acción y una simple historia de amor entre humanos y vampiros «adolescentes», si olvidamos que hace rato cruzaron el siglo y medio de edad. Pero... qué se les puede hacer si se comportan como tal.
Se les conoce como spin-off, que en español significa serie derivada de una obra ya existente, de la cual toman algún elemento principal; por lo general, un personaje. The Originals (Los originales) se titula la que surgió de The Vampire Diaries y cuenta con Joseph Morgan (Klaus), Phoebe Tonkin (Hayley Marshall/Andrea Labonair) y Daniel Gillies (Elijah Mikaelson) como los personajes principales. El piloto se emitió como un episodio normal de la cuarta temporada de la serie que le dio vida. El 20 de julio de 2017, Julie Plec anunció por Twitter que la quinta temporada sería la última de esta secuela ambientada en Nueva Orleans y que parte de los vampiros originales de los cuales surgieron todos los demás.
Fue el sicólogo y profesor de la Universidad de Leicester, Herschel Prins, quien en 1985 propuso formalmente al vampirismo como una afección clínica particular. Siete años más tarde Richard Noll, sicólogo clínico, científico y profesor universitario estadounidense, describió sus características y lo bautizó como síndrome de Renfield, inspirado en R.M. Renfield, personaje de la novela Drácula, de Bram Stoker. Se trata de un raro trastorno mental, una parafilia caracterizada por la excitación sexual relacionada con una necesidad compulsiva de ver, sentir o ingerir sangre, a partir de la creencia de que se es uno de estos seres sobrenaturales.