Este 1ro. de diciembre el poeta Ángel Augier cumpliría cien años
Cuando aún los poetas se empeñan en buscar y fijar su voz, Ángel Augier prefirió multiplicarla dando la palabra a los muchos seres que podemos ser o representar y no por el mero acto de la transfiguración teatral.
Gracias a esa característica, cuando se inicie diciembre, fecha en la que se conmemora su centenario, estaremos escuchando sus Penúltimas huellas, su Isla en el tacto, el Arbolario, esos andares que le dan a la luz nuevos matices, en voces de escritores que, a la convocatoria de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y la Fundación Nicolás Guillén, han decidido hablar para que el Ángel quede entre nosotros.
El poema político, el romántico, el contemplativo, el coloquial, el de reflexión, los existenciales, no posibilitan al más asiduo amante de las clasificaciones fijar a este ser humano en una sola línea de la creación lírica.
Próximo a su siglo de vida (que lamentablemente no llegó a cumplir) decidió escribir otro poema: ese que lo entrega definidamente a los otros. Solo entonces es que un escritor puede ser redimensionado, transformado en palabras, en memorias, en textos hurtados a conciencia para enamorar o para conocer aquel espacio que salvó para nosotros.
Al realizar una lectura reposada de su Antología Poética, selección en la cual participó y en la que decidió incluir todos los momentos de su obra desde 1928 hasta el 2000, podemos apreciar ese resonar de voces, intenciones, caminos, flachazos que nos iluminan. Como buen conversador, abarcó más de siete décadas de la vida de un país y sus hombres, de un universo, sus dudas y sus contradicciones.
En el poema Aguafuerte de su libro 1 (Erguido en la irrisoria/ cúspide de un penco/—que se desborda en panzas laterales/por los serones repletos—/ iba el carbonero hacia el pueblo…/ pero su voz era otra sombra /sonora/ que alargaba desmesuradamente/ el espejo burlesco de los ecos…) hay una mixtura de contemplación, ironía, dolor y asombro que se mantiene a lo largo de su extensa e intensa vida literaria y social pero que, como decíamos al principio, no es su única manera de reflejar la cotidianidad, aunque ya recoge la fortaleza de su denuncia a la altura del año 1928.
En cualquier dirección que nos movamos, encontraremos al inquieto Augier, con una mirada / distinta hacia todas las cosas, con el deber de cuestionarse y descubrir todas las esencias posibles.
En su Fabulario inconcluso, exactamente 60 años después de haber publicado su primer cuaderno, hay un desmonte del tiempo, la tierra, el pan, el olvido y otra vez el eco que, ahora como refugio cósmico, deja siempre nuestros fragmentos en el aire.
Para los lectores de El Tintero, y en homenaje a esta figura de nuestras letras que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1991, una muestra de su lírica estremecedora.
El mar
puede inventar sus olas
y lanzarlas sin tregua
unas tras otras
sobre costas de playas y arrecifes
y hacerlas estallar en clamor y en espuma,
porque cada oleaje brota de lo profundo
de su seno insondable.
Su ser se entrega todo
en el impulso, el ritmo, la música y el salto
de luz y de misterio
de cada ola
Ángel Augier, del libro Todo el mar en la ola (1989)