El desenlace, en segundos, desencadenó el abatimiento en las miradas numerosas puestas sobre el hombre que acababa de ser atropellado por un vehículo. Su conductor perdió el control tras el estallido de una goma delantera.
El almanaque existencial está por darle la bienvenida a un nuevo inquilino. La familia cubana anda como en ascuas, y se pregunta, curiosa y perpleja: «¿Cómo será su debut? ¿Qué perspectivas promete?». La inquisitoria brota con tintes de incertidumbre. En efecto, ante lo desconocido, los seres humanos solemos activar los signos de interrogación.
«2022 debe ser el año en que terminemos con la pandemia. Todos estamos hartos de esta situación, pero todos sabemos la condición indispensable para acabar con ella», aseveró el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, en días pasados, cuando expresaba su preocupación sobre el probable aumento de casos de la COVID-19 que se registrará a nivel mundial luego de las celebraciones por las festividades de este mes de diciembre.
Hijo de rusa y francés, Alejo Carpentier nació en Lausana, Suiza, el 26 de diciembre de 1904. Llegó a Cuba en edad temprana, cuando sus padres, como tantos otros emigrantes, intentaron hacer fortuna en un país recién liberado del dominio español. Para procurar alivio al asma que aquejaba al niño se instalaron en una zona rural de la periferia habanera. Allí conoció de cerca la prodigalidad de la naturaleza y, sobre todo, el modo de vida del campesino.
Llega ella toda oronda a unirse a quienes ya aguardábamos en nuestro parque de reuniones. Al grito casi a coro de ¡Gero, el nasobuco!, la mujer se retira corriendo, risueña, y al rato regresa con su todavía imprescindible cubreboca.
La discrepancia es, a no dudarlo, uno de los motores de la evolución. Enciende el pensamiento, fertiliza ideas y genera cultura del debate. Por eso siempre será chato y gris un país en el que todos digan o simulen pensar igual, como autómatas ante el tiempo y la vida.
Todos sabían que una vez que las fronteras de Isla de la Juventud se abrieran a las opciones de viaje, también se abría el territorio al peligro de incrementar los contagios por COVID-19, una guerra avisada que no deja de matar soldados.
Hay muchas cosas que mi madre no recuerda. Se le han ido detalles. A los 97 años es algo que puede suceder. Pero del nacimiento de 13 de sus 14 hijos en La Escondida, en las profundidades de Monterruz, y de eso que ella siempre dice fue «lo más grande del mundo», no ha olvidado prácticamente nada.
Con 99 años a cuestas y rumbo a su centenario, la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), que vio su luz en la colina a pocos metros de la Alma Mater, un 20 de diciembre de 1922, busca estremecer sus bases y renovar su quehacer para aportar en ese permanente anhelo de revolucionar la Revolución.
En una improvisada sala de teatro, antes del inicio de la función, un actor salió al escenario para dirigirse al «distinguido público». Desde la platea, una voz respondió: «El público soy yo». Eran los tiempos de la República neocolonial.