Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La senda del resguardo

Autor:

Nelson García Santos

El desenlace, en segundos, desencadenó el abatimiento en las miradas numerosas puestas sobre el hombre que acababa de ser atropellado por un vehículo. Su conductor perdió el control tras el estallido de una goma delantera.

Allí, en la acera en la que fue embestido, recibía los primeros auxilios y simultáneamente escuchaba expresiones alentadoras, que tanto ayudan en un trance tremendo e inesperado. La frase «¡Menos mal que al parecer el golpe no fue mortal!», seguida de «¡Qué mala suerte tuvo!», saltaron a la escena, mientras el lesionado iba camino del hospital.

Mas la suerte, un término sin causa exacta, que nadie del más acá ha podido desentrañar, puede ser siempre mejor si uno favorece que así sea. ¿Cómo? Hay detalles que se deben respetar para transitar por las aceras o las vías que resguardan a los caminantes.

El lesionado en este suceso iba de espaldas al sentido de la circulación de los vehículos. «¿Y qué?», le escucho decir a algún lector apresurado, pero deduzco, con su permiso, que sería acertado y hasta interesante repasar las particularidades de esas sendas.

Una acera significa algo más que el lugar ideal para avanzar, pues resulta una expresión simple del espacio cívico, más allá de su función de proteger al peatón de la posible embestida de los vehículos. Para muchos urbanistas deviene suerte de separación o transición entre lo público y lo privado, que beneficia encuentros y favorece el comercio, como sitios conductores de la mismísima existencia urbana.

Además —ojo, mucho ojo—, al igual que el arbolado, las plazas y calles muestran la idiosincrasia de una comunidad. De una ciudad provista de adecuadas aceras, respetadas en su función cardinal, emana un paisaje acogedor, sinónimo de buenos modales, que engrandece y distingue el entorno.

Luego de esa evocación vuelvo sobre el accidente. El atropellado pudo tener mejor suerte si hubiera ido caminando de frente a la circulación del tráfico, para ver el peligro antes de su proximidad, que es por esa razón por la que en las vías siempre se debe avanzar así.

Hacerlo de esa manera brinda más posibilidades de percatarse de que un vehículo se le viene encima e intentar esquivarlo. De hecho, por aplicar este simple procedimiento, y no por la suerte, muchos han evitado embestidas que otras veces resultan fatales.

En una calle de un solo sentido de circulación, si tenemos que avanzar en igual dirección del tránsito corresponde realizarlo por la senda izquierda, un poco más alejada de los carros. A favor del peatón está la protección adicional, si cabe, que a esa mano existen parqueos para automotores, que son especies de barrera entre el caminante y el tránsito vehicular.

En las carreteras donde el desplazamiento de vehículos se desarrolla a mayor velocidad, circular siempre de frente al tráfico y lo más despegado posible de la vía es lo adecuado, lo más acertado en comparación con los numerosísimos peatones que temerariamente hacen lo contrario, como confiando su seguridad a tener buena suerte.

«¡Oiga, por favor, con esos truenos ahora! ¿Acaso desconoce lo difícil que se ha hecho andar por determinadas aceras, repletas de estorbos?», podría ripostarme usted.

Y lo entiendo… Pero mire, perspicaz entendedor: no ponga usted el bobo, esquive los obstáculos, sálgase si es necesario en algún tramo, pero no le quite ojos y oídos al tráfico por esas vías. No debute en esas «pasarelas peatonales» que semejan muchas calles, en pueblos y ciudades populosas.

 

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