La carrera comenzó en la radio. William De Armas, el añoso reportero, me hizo la primera entrevista. Hablé de las fotos de Virgen Benavides junto a Maurice Greene, Ato Boldon o Verónica Campbell, cité sus 44.41 en los Centroamericanos de Guatemala de 1995, recordé que era amiga de Ana Fidelia Quirot y después de evocar sus números en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, lo aseguré: Voy a ganarle.
El verano, ese tiempo de esparcimiento más masivo, de mayores y variadas ofertas, confirma esa virtud cubanísima de esgrimir buena cara al mal tiempo con el humor añadido hasta para reírnos de nuestros avatares.
El jurado del Concurso de Crónicas Enrique Núñez Rodríguez, integrado por los periodistas Reinaldo Cedeño Pineda, Enrique Milanés León y José Alejandro Rodríguez, acordó por unanimidad otorgar el premio a La Odisea del Muerto, de José Antonio Fulgueiras, por la criollez, la gracia, la vivacidad y el ingenio con que se narra una historia insólita y real, muy a tono con el espíritu humorístico del gran cronista que da nombre al concurso.
Durante casi 20 años fui socio de un club social en Miami llamado el Big Five. Su nombre provenía de la unión de los cinco grandes clubes de La Habana, como el Havana Yacht Club, Casino Deportivo, Vedado Tennis Club, entre otros. La mayor parte de sus fundadores habían sido socios de algunos de esos clubes. A pesar de estar a grandes distancias de esos establecimientos sociales, me encontré como pez en el agua en aquel sitio, donde pasé muy buenos y agradables momentos y en donde mis dos hijas practicaban deportes y yo y mi esposa también.
La banca con sus nuevas modalidades saltó a la tribuna de la calle en un ajiaco de verbo diverso apegado a la verdad de que deviene imposible nadar contra el desarrollo y muchísimo menos acá. ¿Por qué? Entre las cualidades cubanas tenemos, con sobradas razones y orgullo, que siempre hemos estado en la vanguardia del último grito de la tecnología en las disímiles ramas.
Sus manos alzaron vuelo desde la casa grande de Birán. Con ellas se aferraba a las barandas de los corredores para alzar la vista a un mundo de fascinación, circundante más allá de la calidez del hogar, donde fulguraban la luz, el verdor y el movimiento.
Una canción de Pedro Luis Ferrer pregona un motivo de felicidad, para algunos jocoso, para otros común, llano, sin razón para tanta alharaca. El conocido tema, pegajoso y tarareado por muchos, estampa el deleite que puede causarnos conversar, fastidiar o enamorarnos a golpe de buen español.
Quiso el destino, como para alertarnos de que solo se trataba de un nuevo viaje hacia otros horizontes de lucha y épica revolucionaria, dotar de gran simbolismo la fecha del fallecimiento del Comandante, ocurrida el 25 de noviembre de 2016, precisamente a 60 años de que el líder histórico de la Revolución Cubana, desafiando todos los imposibles, se lanzara al mar desde Tuxpan en el yate Granma junto a sus compañeros, decididos a liberar la Patria del yugo opresor, al precio de sus propias vidas.
Hace unos días me pasé bastante tiempo hablando con un pariente mío que vino a Miami en la época del Mariel, y con el cual en el pasado he tenido bastantes encontronazos hablando sobre Cuba, hasta llegué a botarlo de mi casa en una ocasión.
Tras 55 años gozando juegos en el Latinoamericano es que me doy cuenta que la gente deja en casa la política y los temas domésticos cuando sale para el estadio. Se echa encima todo su terruño, expresado en un pulóver, una gorra y guarda todo lo que no sea esa patria inmensa, con enconados rivales hermanos que es el béisbol.