La anécdota la relató el sicólogo Manuel Calviño en el programa Vale la pena, de la Televisión Cubana: una señora preguntaba en una cola cuándo se iba a acabar «este bicho» mientras ella llevaba el mismísimo nasobuco a modo de cintillo en su cabeza.
Sostuve un contrapunteo con uno de los acogidos, saltan hasta debajo de las piedras, al negocio más rentable que hemos visto y padecemos sin que la sangre llegara al río.
Durante años levanté ciertas espadas contra el 14 de febrero. Mucho influyeron los oportunistas de ocasión, que obsequiaban pétalos en esa fecha y luego se volcaban a la rutina cotidiana, dominada por la reyerta hogareña o el cansancio espantador de versos.
Con las riberas que bordean el mar Caribe y el Océano Pacífico, sus caudalosos ríos y los altos picachos andinos, Colombia es un hermoso país de poetas. Su historia, sin embargo, ha sido dramática. Los movimientos subversivos urdidos por el imperio condujeron al desgarramiento de una parte del antiguo virreinato de Nueva Granada para favorecer los intereses de la United Fruit. A lo largo de más de «cien años de soledad», los conflictos internos han producido constantes derramamientos de sangre. El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán desencadenó una sublevación en Bogotá y desde entonces hasta ahora el derramamiento de sangre no ha cesado. Alcanzados trabajosamente los acuerdos de paz, siguen cayendo antiguos guerrilleros y dirigentes de movimientos sociales.
Las fake news y campañas mediáticas contra Cuba se han incrementado durante los últimos años, pero no comenzaron hace poco, ni siquiera con el surgimiento de Internet y los autollamados sitios digitales independientes. A lo largo de la historia existen muchos ejemplos de tergiversaciones y mentiras contra los revolucionarios y las causas más nobles de este pueblo.
La nostalgia es nuestra máquina del tiempo. Es la patria íntima, el aguafuerte de la memoria, el óleo que preserva intacto aquello que se fue, pero que nos negamos a despedir. La nostalgia es el eterno renacimiento. Allí todo se puede, incluso tender mi mano pequeña y que vuelva La Feria, que regresen las luces, que salga a desmandarme.
Cada día las fases de desescalada me parecen más utópicas. Amanezco viendo la inmensa cantidad de personas en la calle y si bien es cierto que ya no hay confinamiento y la vuelta a la normalidad es inminente, pensar que hace casi un año estábamos con un panorama más alentador es deprimente. La COVID-19 sacude un poquito más al mundo por estos días. La cifra de muertos en España y Portugal aumenta, y en Cuba también.
Si los estudiosos de la opinión pública hicieran un listado de los temas más recurrentes en Cuba durante los últimos 20 o 30 años, de seguro que uno de esos sería una pregunta bien concisa y directa: «Bueno, ¿y qué? ¿El salario alcanza?».
Hasta un supermercado en Miami llegaron miles de cubanoamericanos y estadounidenses para exigir el cese del bloqueo, mientras cantaban nuestro Himno Nacional y bailaban al ritmo de sonoridades autóctonas, acompañados de montones de banderas de la estrella solitaria. La acción, coordinada por el proyecto Puentes de Amor, estremeció el pasado fin de semana a ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Seattle. En las inmensas filas de autos se podía ver un mensaje repetido: No más bloqueo.
Hay una enorme diferencia entre la justicia social y la «justicia telefónica», por más que la revolución tecnológica en el campo de la comunicación móvil cambie tan radicalmente la vida humana, como para que algunos sostengan que vivimos un verdadero cambio antropológico.