¡Por fin! se fue 2020. Hemos sobrevivido —y lo podemos afirmar con vehemencia— uno de los años más difíciles de la finiquitada década. Atrás quedó un almanaque desolador, aciago y vertiginoso. Si en estos 12 meses no aprendimos «a madrazos» algo, entonces de nada habrá servido la experiencia.
Tenemos, bendita suerte, tres maneras para intentar blindarnos contra este virus, pero absurdamente muchos continúan tirándolas por la ventana, a riesgo de viajar al Nunca Jamás.
En su emblemático texto El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en 1965, el Che Guevara hacía énfasis en la importancia de ir formando una nueva conciencia en los individuos a la par que se modificaban sus condiciones de vida anterior. Superar las relaciones capitalistas es superar también su reflejo en la conciencia de los hombres y mujeres que viven inmersos en dichas relaciones.
Entre tanto sumar y restar, multiplicar y dividir, cuentas y más cuentas que van y que vienen, que se ajustan y reajustan, que suben o bajan —hace recordar aquel estribillo: «tengo una bolita que me sube y me baja…»— podríamos obviar, tras el cruce de la comprometedora raya del Día cero, que, como enseña El principito, no pocas veces lo esencial es invisible para los ojos.
En 1959, Carpentier llevaba 14 años instalado en Caracas, donde sus conocimientos en los campos de la publicidad y la radiodifusión le proporcionaron bienestar material y, por primera vez, la disponibilidad de tiempo para desarrollar su obra literaria. Con El reino de este mundo alcanzó renombre internacional, reafirmado luego a partir de la difusión de Los pasos perdidos. En Europa y Estados Unidos la crítica acogió con entusiasmo la aparición de una narrativa renovadora en su visión de América y en la concepción de la novela histórica.
Si se fueran a elegir a los candidatos para el Lucas de lo más debatido en el primer mes de la Tarea Ordenamiento, sin lugar a dudas la dupla precios-salarios estaría entre las nominaciones estrellas al galardón de la popularidad. Resulta difícil por estos días no encontrar un debate, en los lugares más disímiles, donde no salgan a relucir los andares de ese «matrimonio».
Una frase del refranero popular dice más o menos así: «al árbol no se le debe juzgar solo por sus ramas». Si aplicamos este apotegma a la Tarea Ordenamiento —de la cual se comienzan a ver los primeros rastros en estos días— entonces algunos no serían tan absolutos al valorar negativamente, a rajatabla, este proceso que según han reconocido las propias autoridades del país se trata del más complejo llevado a cabo por la Revolución en 62 años.
Al estilo más criollo del célebre detective privado Sherlock Holmes transcurrieron los últimos minutos de 2020 en mi barrio. El detective privado de ficción —creado en 1887 por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle— me remontó a sus ardides para rescatar, de manos de unos malhechores, «el año viejo» que, con amor y hasta un poco de venganza, habíamos confeccionado para que ardiera todo lo malo de 2020 con él.
¿Quinientos cincuenta nuevos casos positivos? La cifra, que resumió el escenario epidemiológico de Cuba ayer, le erizó la piel a no pocos. Son demasiados casos, escuché decir, pero ¿qué esperábamos? La COVID-19 no desaparecerá por arte de magia y según vaticinaron los científicos la convivencia con el agente causante de la enfermedad exige una conducta individual...
Monto el último «P» del día, pago con mis diez monedas y el chofer me mira brevemente, con cara de 3,14 o Giocondo indescifrable, tal vez asombrado por mi alijo de calderilla, pero el lance no pasa de ahí, porque ambos sabemos que todo está en regla. En esa misma parada había visto al señor que cambia billetes —antes daba cuatro pesetas por cada peso, «ganándose» una en el trueque— y me pregunté cuál será su tasa vigente: ¿se quedará con un peso, de cada cinco…? El caso es que en todo mi viaje a «Europa» (Habana) del Este fui pensando en mi atribulada amiga Doña Peseta.