Cada día las fases de desescalada me parecen más utópicas. Amanezco viendo la inmensa cantidad de personas en la calle y si bien es cierto que ya no hay confinamiento y la vuelta a la normalidad es inminente, pensar que hace casi un año estábamos con un panorama más alentador es deprimente. La COVID-19 sacude un poquito más al mundo por estos días. La cifra de muertos en España y Portugal aumenta, y en Cuba también.
Mirar el coronavirus en cifras es apartarse del dolor de quien ha perdido a un amigo, un padre, esposo o hijo. No bastan los números ni picos pandémicos, no hay curvas ni mesetas que llamen la atención sobre quienes no entienden y usan la mascarilla porque temen más a la multa que a la enfermedad.
Miles de líneas dedicadas a llamar la atención sobre la responsabilidad individual y colectiva. Cientos de informes publicados, escalas, gráficos y análisis que generan miles de visitas en nuestras redes sociales. En Facebook vemos innumerables reclamos de que haya menos personas en las calles y de que cierren las fronteras. ¿Y fuera de ahí?
He visto a los niños portarse fenomenal, en casa estudiando o jugando, cansados de inventar juegos dentro del cuarto o, con suerte, en el patio de la casa; he visto a jóvenes sacrificarse como voluntarios en centros de aislamiento y a profesores catedráticos limpiar el suelo para los enfermos; he visto buena voluntad por parte de unos y una incontrolable indolencia por parte de otros.
Luego de 11 meses, el doctor Durán continúa hablando de números que suben y de personas que no perciben el riesgo. Si pensamos bien, pocas veces las infecciones ocurren en el trabajo o la escuela, salvo casos aislados de eventos de transmisión. La mayor parte tiene lugar por relacionarnos con personas cercanas que arrastran una larga cadena de contactos.
No es solo cuestión de mascarillas: hay quien se la pone solo para salir a la calle, pero si va a la casa de al lado no la usa porque lo cree innecesario y a los 14 días terminan todos en un hospital, en el mejor de los casos, porque a otros se los lleva la muerte.
Los sanitarios ya están cansados, llevan meses doblando turnos, abnegados en aislamientos lejos de casa y no siempre con las comodidades merecidas, esperando que los contagios disminuyan y el sosiego les alcance.
A Soberana y otros candidatos vacunales todavía les aguardan otros estudios y fases conclusivas; en tanto, los contagios crecen a la par de la irresponsabilidad, y me pregunto, si ya sobrepasamos mil casos en un día y la gente sigue en la calle, ¿cuántos más deben salir para que nos sintamos en jaque?