Aunque ya celebramos el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo último, quisiera mostrarles esta misiva de mi amigo Floro, en la que comenta acerca del tema:
«Fraterno Jape: Por estos días...
Parece que aún hoy, si a la radio y a la televisión cubanas concierne, basta decir Diana Rosa y se sabe que se trata de la actriz de apellido Suárez. El autor de esta nota llevaba tiempo sin verla, y agradece haberla visto hoy, entrevistada en el espacio “Entre tú y yo”, cuya locución —a cargo de otra actriz, Irela Bravo— merecería atención también.
Un colega sube una foto tremenda a las redes sociales. Es la imagen de un grupo de ciudadanos apilados, casi rozándose, a las puertas de una unidad de Correos, en la Ciudad Monumento.
Como todos los días, a Fernando lo sorprende el sol montado en su bicicleta camino al organopónico El Nueve Plantas, donde dedica la mayor parte del tiempo a cultivar vegetales y condimentos frescos para la comunidad.
El abatimiento de las palmas no es mayor que la tristeza en el ceño de la campesina, desalojada a su suerte, con una docena de harapos a mitad del camino. A los policías de la Guardia Rural poco les importan los llantos que atestiguan y, en poses machangas, esperan que la madre salga de su bohío inhabitable con lo único bueno que tiene: el hijo.
Desde hace rato crece entre nosotros una mala yerba que está tornando demasiado agreste los terrenos de nuestras vidas. Se extiende del barrio a las gradas, de un rincón a plena calle. Y, sobre todo, se ha enraizado con fuerza en las famosas redes sociales, en las que no faltan aires de chancleta. Me refiero a la ofensa.
Cada inicio del mes de marzo me trae un recuerdo infausto. Era noche cerrada. Me despertó el llamado del teléfono. La voz de una compañera me anunciaba que Batista había entrado en el campamento de Columbia. El ruido levantó al vecindario. Un rato más tarde se escucharon disparos en el cercano Palacio Presidencial. A lo largo del día todos se mantuvieron pendientes de las noticias.
Los narcisos, no precisamente esas hermosas plantas con sus flores coloridas en forma de trompeta, sino una añeja epidemia institucional cubana, más preocupada a veces por las luminiscencias públicas que por las tonalidades reales, concretas y certeras del bienestar, pierde terreno fértil en el país.
Una mirada sosegada revela esa realidad que va cuajando para revivir la ley mediante una aceleración sostenida, a fin de sacarla de los estantes en los que, de cierta manera, ha estado adormecida.
Ante el número de adolescentes (y otros no tanto, sobre todo por las dimensiones del carapacho) que andaban por el barrio a nasobuco ausente y bajo la influencia de otros demonios de la pandemia (distanciamiento físico diluido, por ejemplo), una persona se acercó a los padres e hizo un llamado a la mesura.