La peligrosa COVID-19 ha conminado a la población cubana a darle un brusco giro a su cotidianidad. Al influjo de sus acechanzas, pocas rutinas consiguen sobrevivir a plenitud: horarios, costumbres, afectos, prácticas, hábitos, caprichos… Nada funciona igual desde que el virus mostró su antipática catadura en el país hace poco más de un año.
Sentados en círculo, con las piernas extendidas y las manos apoyadas en la yerba húmeda de rocío, una treintena de niños y niñas canta La Guantanamera. Alrededor de la fogata de una noche de los años 90, se congregan el más lento del grupo en trepar por una cuerda, la más rápida haciendo el nudo ballestrinque, el que se «despistó» buscando las señales, la que sabe orientarse en el terreno…, y todos los entusiastas exploradores de pañoleta azul o roja.
En la calle Compostela, un anuncio con letras de perfecta geometría invitaba a clientes potenciales a lustrarse los zapatos de la mano del limpiabotas con título. A pocos pasos, al doblar por la esquina de Obispo, una puerta estrecha daba acceso a la librería La Victoria, frecuentada por muchos porque, al cabo de algún regateo, podían obtenerse novedades a precios asequibles.
Muy pronto mi equipo será nuevamente campeón de la Serie Nacional de Béisbol en Cuba. Nos es que simpatice con alguno en particular, es que como en otros años le voy al que gane, sea quien sea. Y no se trata de oportunismo ni falta de carácter, es la mejor forma de disfrutar de nuestro deporte nacional sin pasar por el enojo que produce en muchos hinchas ver perder a su equipo.
Si los toros brincan por sobre la talanquera de las pasiones beisboleras para, como ocurre ahora mismo en Camagüey, embestir ya no sobre quienes se arriesgan a atravesar la llanura, sino sobre los bolsillos de los ganaderos, se precisa revisar quién levantó el provocador pañuelo rojo.
«¡Ay, señora, si usted no me lo dice…! Qué pena… y el rato que llevo en la calle sin darme cuenta». El muchacho seguramente no llegaba a los 25 años de edad, y quienes pensamos que era un insolente, irresponsable e insensato, tuvimos que cambiar la manera de mirarlo. Mientras le agradecía a la señora, hurgaba en sus bolsillos sin soltarse del agarre de la guagua con la otra mano, y hundía la cara en su pulóver, tratando de que la tela del cuello pudiera ocultarla.
El aprendizaje a través de las teleclases ha ocupado un lugar preponderante en la dinámica y el pensamiento de la familia cubana, desde que la COVID-19 comenzó a ser parte de nuestra realidad. Las opiniones acerca de la educación no han cesado, desde las que exigían el cierre de las escuelas por las lógicas inquietudes asociadas al contagio, hasta las que preferían que los alumnos estuvieran en las aulas y no desandando las calles.
El malecón no siempre es el mismo. Es puerta, confidente, inspiración, amor, fiesta, refugio, pueblo, agradecimiento, juventud, patria… A todas horas muchos llegamos allí, donde se acaba la tierra y comienza el mar, porque en ocho kilómetros de muro se puede hallar un poco de cada cosa. ¿Puede alguien dudarlo después de lo vivido este domingo en La Habana?
No me gusta la ritualización formal de las efemérides. La historia —lo sabía muy bien Carlos Marx— es un proceso complejo, forjado a través de la interdependencia de factores diversos no exentos de contradicciones. Los acontecimientos relevantes constituyen síntesis de este navegar a lo largo del tiempo. Evocarlos resulta, ante todo, un camino abierto a la reflexión y a la relectura creativa del pasado en función de las demandas acuciantes del presente.