El triunfalismo y sus derivados son una hidra musculosa que rencarna en la concreción de políticas nacionales. No pocas veces se reproducen para esconder o empeorar problemas que afectan grave y cotidianamente la vida de los cubanos.
Este engendro de nuestro modelo socialista, nacido al vapor del cerco y la agresión externa, como forma de esconderle la bola al enemigo, terminó por convertirse en un comején institucional, que devora algunos de los empeños rectificadores y hasta las nuevas propuestas para sortear y superar la crisis actual.
Sus expresiones en la prensa, duramente criticadas en los últimos años, especialmente en los congresos del Partido, y particularmente por Raúl Castro Ruz, son solo la expresión en superficie pública de la falta de rigor en el ejercicio del periodismo, pero en su fondo se entrelaza con tendencias alarmantes que abarcan a muchas de las instituciones de la sociedad.
Una de sus expresiones más paralizantes es intentar dar respuestas simples, para no decir simplistas, y hasta acomodaticias, a dilemas más complejos.
Cuando nos ponemos a nadar en la superficie, ignorando las corrientes y remolinos que se acumulan en el fondo, lo más seguro es que su resultado es que terminemos ahogados.
Comencé a mascullar estas ideas mientras escuchaba declaraciones a la prensa de una funcionaria bancaria territorial, a la que se le pedían explicaciones para las ya tan recurrentes como angustiosas aglomeraciones y colas para obtener dinero en efectivo.
La respuesta más profunda que le escuché a la funcionaria es que todo este martirio de numerosos meses, y en todo el país, es consecuencia de la «falta de una cultura ciudadana sobre el pago digital».
Al trasladar la responsabilidad, para no decir la culpa, a la víctima principal de una cadena de anormalidades, lo peor a lo que puede conducir su conclusión es a que la bancarización siga remando entre encrespados oleajes que retardarán su más definitivo éxito. Ese que tanto requerimos en medio de la escasez crónica de efectivo.
Las largas y extenuantes colas frente a los bancos y cajeros automáticos no son la consecuencia de la incultura —por más que ello pese—, sino de fallas profundas que todavía tienen gran peso en la aplicación de esta política, de enorme importancia para el desarrollo del país.
Quien intente ahora mismo renunciar al dinero físico, con toda la cultura del mundo acumulada en este campo, se encontrará con una enorme cantidad de barreras, y no precisamente de preciosos corales, ya que hablamos de nados y superficies.
Si escarpado es acceder a los billetes constantes y sonantes, como decimos en buen criollo, no lo es menos para los alfabetizados poder pagar en paz y tranquilidad en nuestros mercados.
Lo primero y muy visible, demasiado visible en la superficie, es la resistencia bastante masiva aún a aceptar pagos digitales. La cuenta sigue con la resistencia al pago en línea, a favor de las transferencias de efectivo, podríamos especular con cuáles fines.
En este caso, se le escamotea a los compradores el incentivo que les ofrece el Estado por realizar sus transacciones por esta vía.
Y algo que merece inmersiones más profundas y reposadas, como la negativa a aceptar pagos a entidades públicas mediante cheques y transferencias, a favor de cobrar con el dinero físico. También habría que bucear en la parte de lo que desanima a los que están del lado del vendedor.
Pongo con lo anterior algunas quillas que dificultan la navegación más plácida de la bancarización, para que no nos sorprendamos de que todavía cobrar, pagar, y quien sabe cuántas otras operaciones monetarias, se muevan todavía por un mar agitado.
El empeño de bancarizar, que no está ajeno al propósito de lograr una reforma profunda de la banca nacional para modernizarla y hacerla más funcional a la transformación y solidificación de la economía nacional, requiere de seguimientos más precisos y punzantes.
Pero la bancarización la tomo solo como un ejemplo de los desafíos tan crudos que tenemos en numerosos terrenos y la forma en que debemos afrontarlos, para que la insidia de las campañas enemigas por dañar el crédito de las instituciones de la Revolución no termine por combustionar con la ligereza o el desenfoque de nuestros propios razonamientos.
Ellos son los que alimentan las respuestas fáciles a problemas muy complejos...