Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Novela» del muerto vivo

Autor:

Osviel Castro Medel

Todavía me pregunto cómo aquel joven logró sobrevivir. Fue ahorcado con todo el salvajismo del mundo y, sin embargo, pudo hacer la historia.

No había cumplido 25 años y se llamaba Andrés García Díaz, un nombre cuya «novela» debemos amplificar para reflexionar sobre la tortura, la sangre y la crueldad sin límites.

Militares carniceros lo golpearon brutalmente y lo amarraron. Pero la peor parte estaba por venir. Atado por el cuello con una soga, fue arrastrado sin compasión por un yipi, conducido por esbirros que hacían «una fiesta». Al final, suponiéndolo asfixiado, lo dejaron tirado en el camino, como si hubiese sido un desperdicio.

El pecho se oprime ahora, al repasar la otra parte del relato: Andrés no estaba solo; otros dos muchachos, Pedro Véliz Hernández y Hugo Camejo Valdés, también fueron amarrados a la parte trasera del vehículo y tirados por el cuello para ahorcarlos.

Cuando Andrés despertó, magullado totalmente, con los oídos y nariz congestionados por los coágulos de sangre, tocó a sus compañeros, pero habían perecido en aquel experimento bárbaro. Pedro tenía apenas 22 abriles, Hugo 35. Entonces se arrastró moribundo por cañaverales y zanjas. Los campesinos, por suerte, lo encontraron y lo devolvieron a la vida. Los asesinos se sorprendieron horas después de su «hazaña», ordenada por mandos superiores. Fueron con tres ataúdes y solo encontraron dos cuerpos.

Todavía hoy, en el camino del antiguo central Sofía, en el actual municipio granmense de Yara, donde ocurrieron los acontecimientos, se comenta sobre el «muerto vivo», como se le empezó a llamar a Andrés, quien vivió aquel suplicio por haber sido uno de los atacantes al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953.

Cuando tuvo las garantías para entregarse, sabiendo que Fidel y los principales líderes de la Generación del Centenario estaban presos, se presentó a las autoridades, todavía con la mente perturbada por haber visto estrangulados a sus dos compañeros.
La destacada periodista Marta Rojas, investigadora a fondo de los sucesos del Moncada y del Céspedes, narró que cuando Andrés compareció dos meses después en el juicio de la famosa Causa 37 de 1953, aún tenía «una marca amoratada en el cuello. Estaba pálido, pelado al rape, con cicatrices en la cabeza y cualquier parte visible del cuerpo, haciendo suponer cuántas más tendría.  Algo me llamó la atención especialmente: fue su nuez de Adán. Pensé que esa nuez de Adán, tan sobresaliente en su garganta y siendo él tan delgado, impidió su muerte», escribió la escritora, autora del libro La cueva del muerto.

En estos días en que se ha vuelto a evocar la gesta del 26 de Julio de 1953, y han existido innumerables comparaciones con el pasado, me he preguntado si las nuevas generaciones conocerán al menos una parte de esta y otras historias de castigos inhumanos aplicados por la dictadura pro yanqui de Fulgencio Batista. Me he preguntado si habrán visto el documental de Santiago Álvarez Los refugiados de la cueva del muerto, en el que se relatan de manera magistral el drama, el sufrimiento, la persecución, el acoso, la cobardía y el odio.

Por desdicha y por lógica, muchos de aquellos protagonistas no están físicamente. El propio Andrés García Díaz, quien integró el Ejército Rebelde, falleció en diciembre de 1988 después de haber contado varias veces su amarga experiencia. Sus relatos y otros similares que hablan de verdaderos desmanes, no deberían caer en el saco del olvido. Reflexionar sobre ellos es una de las formas de evitar que se repitan.

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