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Liberando las cadenas de la desmemoria

El arribo forzoso de mano de obra africana, la llamada trata negrera, que se produjo entre los siglos XVI y XIX, aun se recuerda uno de los hechos de genocidio humano más ominosos de la historia de la humanidad

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

Entre los procesos socioculturales de mayor trascendencia para la historia latinoamericana —y, especialmente, la caribeña—, se recuerda con particular intensidad el arribo forzoso de mano de obra africana, la llamada trata negrera, que se produjo entre los siglos XVI y XIX.

Pese al carácter infame de este fenómeno, en el que predominó el afán de lucro de los colonizadores y que produjo uno de los hechos de genocidio humano más ominosos de la historia de la humanidad —al punto de estimarse en decenas de millones los que fallecieron aun antes de arribar a las costas americanas—; el tráfico de esclavos, y la posterior interacción de los sujetos cautivos con las poblaciones locales, derivó en el nacimiento de los «pueblos nuevos» —según los definió el antropólogo Darcy Ribeiro—, y consolidó el proceso de mestizaje al que se refirió el humanista Fernando Ortiz con la metáfora del «ajiaco».

Un proyecto descolonizador

Para reivindicar el legado étnico, inmaterial y lingüístico de los afrodescendientes en todos los ámbitos geográficos a los que se extendió la diáspora africana, se creó hace 30 años el programa La Ruta del Esclavo, auspiciado por la Unesco, cuya vitalidad y pertinencia es solo comparable con la importancia de las expresiones culturales de origen africano para nuestra sociedad.

Cuando Federico Mayor, director general de la Unesco entre 1987 y 1999, anunció el 1ro. de septiembre de 1994 en Ouidah, República de Benín
—uno de los centros neurálgicos de la trata de esclavos—, la creación de La Ruta del Esclavo, la iniciativa fue asumida como una de las mayores acciones de la agencia de las Naciones Unidas para fomentar el diálogo intercultural y el reconocimiento de las identidades mestizas.

Como parte del Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural (1988-1997), la Unesco pretendió consolidar con este proyecto interdisciplinario y multisectorial el carácter descolonizador y la visión tercermundista que marcó a la más prestigiosa agencia multilateral desde el período de dirección del senegalés Amadou Mahtar M’Bow.

Fruto de una propuesta de la delegación haitiana en la 27ma. Conferencia General de la Unesco, el programa hoy conocido como «La Ruta de la Esclavitud: resistencia, libertad y patrimonio», incentivó, más que rencores históricos y resarcimientos puntuales, la exaltación de la cultura de paz por la que abogaron los fundadores del sistema de las Naciones Unidas, a través de acciones culturales de honda repercusión como la publicación de obras colectivas, la convocatoria de eventos académicos, la exaltación de sitios de interés patrimonial y la divulgación de las expresiones inmateriales de la cultura.

La justicia histórica de los oprimidos

Ciertamente, el Atlántico no fue el único espacio transfronterizo en que se produjo durante la larga duración histórica el traslado forzoso de grandes conglomerados humanos con vistas a obtener mano de obra para destinarla a la minería, al servicio doméstico y a las plantaciones.

Como resultado de este siniestro «comercio triangular» entre Europa, África y América se desató el desarrollo de las fuerzas materiales en los territorios inicialmente marginales de la colonización: el Nordeste brasileño, el Caribe insular, las Trece Colonias estadounidenses. Trasladados al continente americano por su mera capacidad de trabajo, los sujetos esclavizados dejaron su huella en las sociedades receptoras más allá de su aporte productivo en las plantaciones azucareras y algodoneras, las haciendas ganaderas o las estancias agrícolas.

Instrumentos de suplicio empleado por los colonizadores holandeses expuestos en el Rijksmuseum de Amsterdam. Foto: ONU

A pesar de las intenciones de aculturación con las que fueron trasladados forzosamente los miembros de decenas de pueblos del África Subsahariana,
ellos alcanzaron transmitir a su descendencia nacida en cautiverio o en condiciones de manumisión gran parte de la cosmovisión de sus antepasados gracias a cultos sincréticos, obras de artesanía, danzas ceremoniales y cantos espirituales. Buena parte de esas expresiones de la cultura popular e inmaterial han perdurado en el tiempo, lo que ha profundizado la diversidad cultural y la herencia mestiza de las sociedades latinoamericanas.

Tanto como el afán de justicia y los reclamos de objetividad histórica demandados por los sujetos afrodescendientes, se requería incentivar una práctica historiográfica descolonizadora que asumiera la «visión de los vencidos» —expresión propuesta por Miguel León Portilla para evaluar el impacto de la conquista española en las poblaciones originarias de Mesoamérica—, y colocara a las culturas sometidas como el centro de las sucesivas investigaciones históricas. En esa dirección La Ruta del Esclavo realizó una de sus mayores contribuciones, al gestar un esfuerzo colosal de visibilización de las culturas sometidas, al que confluyeron organizaciones culturales, bibliotecas públicas, cátedras universitarias, archivos patrimoniales e instituciones museológicas.

En aras de profundizar en la veracidad histórica y propiciar la reconciliación de millones de individuos con su pasado cultural, contribuyeron a esta plataforma de colaboración editorial y académica —de la que surgieron obras de particular importancia teórica, informativa y metodológica, como la Historia General de África, la Historia General de América Latina y la colección Memoria de los Pueblos—, tanto antropólogos, como lingüistas, arqueólogos, juristas, historiadores, traductores y musicólogos.

Huellas culturales al descubierto

A la Unesco también le correspondió potenciar en fechas recientes el denominado turismo de la memoria, para recrear la magnitud del fenómeno de la esclavitud en términos geográfico, demográfico e histórico. Ya que el desarrollo de la trata negrera atlántica se produjo en un espacio transnacional donde coexistieron múltiples sistemas productivos, modalidades de integración social y expresiones culturales mestizas; cada sitio vinculado con el legado histórico de los afrodescendientes adquiere un interés singular e irrepetible, según lo ratificara el concepto de patrimonio de la humanidad.

Entre los bienes culturales e inmuebles de indudable valor tanto para la diáspora africana como para la sociedad planetaria, han sido exaltados por la Unesco dentro de la Lista del Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad: la Casa de los Esclavos en la isla de Gorée, frente a las costas senegalesas, último sitio de reunión de los esclavos africanos que fueron trasladados a América; el fuerte São Jorge da Mina, situado en el golfo de Guinea, primer asiento fortificado de los portugueses en la denominada Costa de Oro; la Cidade Velha (Ciudad Vieja) de Cabo Verde, primer asentamiento urbano construido por los colonizadores en las costas tropicales; la Ciudadela Laferrièrre, construida por Henri Cristophe en la región norte de Haití, cuya dimensión histórica y arquitectónica inspiró la narración El reino de este mundo de Alejo Carpentier.

Para ratificar la importancia de la herencia cultural de la diáspora africana para la civilización humana, el sistema de las Naciones Unidas ha impulsado la celebración del Día internacional del recuerdo de la trata de esclavos y de su abolición (23 de agosto), del Día internacional de conmemoración de las víctimas de la esclavitud y de la trata transatlántica (25 de marzo) y del Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2015-2024).

Entre los notables aciertos de la política cultural de nuestra nación, se incluye la condición de fundadora de la Comisión Cubana de la Ruta del Esclavo dentro este proyecto de tanto impacto e importancia para la diplomacia cultural. Que en nuestros medios de comunicación y espacios públicos se honre la presencia tanto sociocultural como genética del legado africano dentro de nuestra identidad, es un motivo de orgullo para aquellos que exaltan su ascendencia congo, mandinga, yoruba o carabalí.

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