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El corredor de fondo

La muerte del narrador Félix Sánchez Rodríguez deja un vacío en las letras cubanas; pero marca también la ausencia de un ser humano tenaz y que tendió la mano a cuanta persona sentía por dentro la vocación de escribir

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— Félix Sánchez Rodríguez falleció. El hombre que, durante los últimos 30 años, se forjó un estilo, una obra y un lugar en la literatura cubana a golpe de tenacidad y disciplina, dijo adiós en el atardecer del pasado domingo.

La noticia dada por su hermano Fernando Sánchez ha levantado los sentimientos desde diversas partes. «Félix no lo logró —escribió—. Acaba de fallecer, poco antes de las cinco de la tarde». Y, a partir de ahí, los mensajes no han cesado.

¿Qué tenía este hombre que ha levantado una reacción auténtica en diversas partes? ¿Por qué tantas personas anónimas, que al final son las más importantes porque son las que mueven la vida y la historia, están escribiendo mensajes de dolor?

Con unos cuantos premios encima, cuando ya había cumplido la proeza de ser un nombre mencionado a nivel de país sin haber salido de una provincia, Félix se dedicaba a enseñar cómo escribir literatura infantil a personas que no sabían o no tenían el oficio de la escritura.

Con paciencia, siempre con una amplitud de ejemplos a la mano, Félix hizo que un puñado de personas, procedente de los oficios más dispares (médicos, informáticos, amas de casa, vendedores de maní) lograran encaminar sus sueños a través de uno de los desafíos más grandes que puedan existir: vencer los miedos ante la hoja de papel en blanco.

¿Por qué lo hacía? Félix era un hombre apasionado. Un tipo de criterios fuertes y firmes. Podía ser polémico. Es más, así me lo dijo un día, él buscaba la polémica y la disfrutaba tanto como escribir. Cuando hablaba y más cuando era un tema por el cual sentía el más mínimo sentido de apego, la voz le cambiaba y el tono reflexivo se convertía al instante en un tono firme, donde podían traslucirse pocas alternativas a la réplica.

Sin embargo, junto con esa firmeza existía también otro tipo de hombre; quizá, menos público al lado de su obra, pero sí muy presente cuando tenía que aparecer.

Ese ser humano era el que te hablaba bajito, casi en un susurro, el que sentía como suyo el dolor o el pesar de una amistad y que hacía por ella lo que debía hacer en silencio, sin alardes, sin ánimos de subir en ninguna de las escala de puntuaciones. Hacía lo que tenía que hacer, y punto.

En medio de esos rasgos había un punto, una especie de alfa y omega en su personalidad. Ese punto era la persistencia. Cuando lo entrevistamos en 2018, a raíz de haber ganado el premio de cuento Alejo Carpentier, Félix lo reconoció durante la conversación, justo al preguntarle cómo hacía para escribir en medio de una realidad tan absorbida por las dificultades.

«Bueno —dijo—, hay cosas de la casa que debo enfrentarlas yo y no se pueden eludir, ¿estamos claros? Pero lo primero es que existe una comprensión de la familia. Uno defiende el espacio de la escritura, lo cual implica un sacrificio. No hay salidas, no hay fiestas. Por lo tanto, el tiempo libre es para escribir. No hay otra fórmula que la de ser persistente».

Bajo esa premisa se licenció de las FAR. Un compañero de filas nos contó que, al comentar la decisión entre los amigos, Félix repitió: «Me voy porque quiero escribir». Y a escribir se fue, en una especie de salto al vacío, una carrera a fondo y en solitario, y que se realizó con conocimiento de causa.

Sabía perfectamente que lo más probable fuera que no lograra nada o que esa vocación, surgida en los talleres literarios de la década de 1970, quedará sepultada por los imperativos que a veces la vida pone en la cotidianidad.

Pasados los años, no obstante, la declaración se cumplió y con creces. Ahí está una docena de libros de cuentos para adultos y niños en diferentes editoriales cubanas y extranjeras, cuatro novelas junto con varios premios como el Uneac de Novela Cirilo Villaverde 2004 por Zugzwang, el Julio Cortázar de cuento 2010 y el Alejo Carpentier en el 2018 con su libro El corazón desnudo.

Es muy probable que en su papelería hayan quedado algunos cuentos o novelas con algún nivel de elaboración. Queda a las instituciones pertinentes la responsabilidad de valorar, publicar y conservar esa documentación, porque, después de Reynaldo González, Félix Sánchez Rodríguez quizá sea uno de los avileños (o a lo mejor el avileño) que más alto llegó dentro de la literatura cubana en materia de narrativa de ficción.

Que nos perdonen los especialistas. Que me perdone también Félix, porque por algún lado debe estar diciendo: «Rauly, afloja, compadre», para enseguida recordar a otros grandes de Ciego de Ávila, que él siempre tenía presente: Ibrahim Doblado del Rosario, autor de Relatos de Turiguanó y Anisia Miranda, a quien reverenció identificando  su taller literario con el nombre de uno de los personajes de esta autora: Compay Grillo. Que venga el perdón, pero ahí está una obra.

Y en esos papeles, cuando los revisen por estos días, está la huella de una relación, de un vínculo vital que hacía descubrir mundos y que Félix respetaba. Por eso los releía una y otra vez. Los marcaba, los anotaba, los acariciaba. Por eso, al indagar por los papeles y preguntar cuándo se publicaría alguno, él respondió:

«No lo sé, no te lo puedo asegurar. Ya te dije que tienen su propia vida. No te preocupes. Ellos me lo dirán».

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