«Acabamos de lanzar un plan de acción centrado en alimentación, salud, saneamiento, alojamiento, retirada de cascotes y protección de los más vulnerables (...) Este plan asciende a 301 millones de dólares». Fueron declaraciones de la jefa de las operaciones humanitarias de la ONU, Valerie Amos, con el objetivo de paliar la catastrófica situación en que el tifón Haiyan ha sumido a Filipinas.
A una semana del paso del fenómeno meteorológico —denunciado, con razón, como resultado del cambio climático en la Conferencia de Varsovia—, ya la funcionaria había puntualizado las dificultades para el acceso a algunas de las zonas afectadas y lo difícil de hacer llegar la ayuda, complicada además por no tener una idea exacta de las necesidades; y por supuesto, había que tener en la mano esos 301 millones, no solo promesas y compromisos…
Sin embargo, el clamor de las víctimas —más de 600 000 desplazados— era alto y claro: «¡Ayuda, por favor!», «Necesitamos agua y comida», «Tenemos hambre». Un reportaje de EFE desde Cebú, una región duramente azotada por el tifón, describía que cientos de niños y adultos flanquean la carretera enarbolando esos mensajes de socorro.
Se han asaltado almacenes de arroz, se han desenterrado tuberías de agua para paliar la sed, se quejan de la todavía escasa ayuda humanitaria… Es un pueblo desesperado.
Y justo en estos mismos días otro titular acompaña al drama, y veo en ello al egoísmo humano, la vanidad, el menosprecio al otro.
En Nueva York, la famosa casa de subastas Sotheby’s alcanzó un precio récord para una monumental obra del estadounidense Andy Warhol: Silver Car Crash (Double Disaster) (Accidente de coche plateado. Doble desastre), que ha sido vista una sola vez por el público en los últimos 26 años. «El comprador no fue identificado inmediatamente», decía la información de la agencia AP; otros dos postores se vieron frustrados al no poder sobrepasar los 105 millones pagados.
Los críticos de arte detallan que en esta pintura, compuesta por dos paneles —uno con serigrafías de 15 fotografías de un accidente de auto y el otro un enorme rectángulo plateado—, Warhol explora temas claves de su carrera: el potencial de los medios de comunicación masiva para pasar del anonimato a la celebridad (lo que ocurre ahora con un pueblo desconocido y hasta excluido si no fuera por su tragedia), y la indiferencia hacia la muerte en la era moderna (lo que no necesita ni siquiera explicación).
Presunción, individualismo, mercantilismo, ambición desmedida o avaricia, mucha mezquindad… Cualquier epíteto, o todos juntos y muchos más, retrata esa jactancia de los ricos.
Uno solo de esos compradores pudiera sacar de sus arcas, sin pestañar ni ver mermada su fortuna, los 301 millones de perentoria necesidad para el pueblo filipino.
Y reconozco que a veces dan migajas a alguna causa, mas se sabe que el sistema les perdona cargas impositivas, por lo que su caridad es casi siempre puro negocio…
Asquea este anverso y reverso de la vida, esta coincidencia terrible con el título de la serie de cuatro obras que Warhol pintó en 1963: Muerte y desastre. Es claramente un Doble desastre, y un ejemplo más de las miserias «humanas».