Julio y agosto marcharon a la velocidad de la luz. Faltan solo unos días para que un ejército de niños y jóvenes asalten otra vez el universo del saber. Como cada año, septiembre marca el inicio de un nuevo curso escolar y también de una nueva etapa en nuestra vida. Tan lejana parecía antes la escuela y desde entonces es realidad inaplazable, un presente indiscutible.
Recuerdo los ajetreos de casa para alistar el uniforme, buscar la mochila, zapatos y forros de libros; hablando de casas de estudio, de tareas pendientes y del futuro por venir. Me hallo pensando en la ratificación de la matrícula, en la merienda, en fin, en esa cita gigante con la pizarra, la computadora y el cuaderno de texto.
Cuántas cosas nuevas. Personas desconocidas, sitios jamás vistos, aulas frías, miles de escaleras, albergues y pasillos inmensos… Cada rincón de Cuba parece un carnaval de uniformes rojos, amarillos, azules, carmelitas… en busca de un sueño. Unos con la nostalgia de dejar el barrio, el hogar, la rutina de antes. Otros con la alegría y la jocosidad de siempre. En todos, la satisfacción de ir a donde se cultiva la sabiduría.
Los primeros meses siempre andan llenos de muchas sensaciones. Con el tiempo pasan las incertidumbres. Las caras extrañas se convierten en excelentes amigos. Descubres que los profesores están dispuestos a dar lo mejor de sí. El aula se transforma en un lugar imprescindible, y es imposible estar sin el contagio del grupo y el júbilo que transmite cada espacio.
El saber comienza desde el primer día, decían mis maestros y apostaban por la excelencia. Y es que el magisterio de la Revolución convierte a Cuba en un país donde el saber y el enseñar andan de la mano. Aprendemos no solo por un sistema que lleva la instrucción gratuita hasta los más recónditos parajes, sino por la experiencia que ganamos en defender nuestra soberanía.
Cuando este lunes comience un nuevo período lectivo, las avenidas, calles y caminos de la Mayor de las Antillas estarán matizados por una gran fiesta del saber. Nuevos retos y cambios marcan la ruta de la obra educacional. Muchos no saben ni siquiera del enorme gasto del Estado para que libros, lápices y libretas den la bienvenida en cada plantel.
Antes había iniciado la faena cotidiana para los maestros y trabajadores no docentes, quienes este lunes volcarán todos sus esfuerzos en un mejor año académico. Las jornadas se tornaron entonces en organización, limpieza, planificación de clases, en acondicionamiento de las aulas…, para acoger a los educandos.
Emprender la senda del estudio es motivo de satisfacción. Muchos se inician por vez primera en la escuela y la ilusión de estrenar el uniforme escolar reina en casa desde mediados de agosto, un brillo hermoso asoma a sus ojitos ante la expectativa de ser mayor. Para otros volver a las aulas es razón de alegría al reencontrarse con el pasado, representa el cosquilleo de conocer más y mejores amigos, otra puerta abierta a la independencia, a la imposición del yo adolescente, al sabor exquisito de un nuevo amor.
De cualquier modo, retornar a ese sitio donde reina la vida, a ese espacio sagrado… es verdaderamente un suceso. Especialmente porque para todos significa tranquilidad, confianza, desarrollo. El inicio del curso es sinónimo de aprendizaje, de explorar nuevos caminos del saber y saciar así las ambiciones del conocimiento. Septiembre vuelve a ser el amanecer de los sueños, de las aspiraciones, de un encuentro por el futuro.