Es cierto que las indisciplinas sociales están relacionadas con la educación recibida en el ámbito familiar, unido a los déficits de la escuela, mas no debe desconocerse que aunque sin ser determinantes, las condiciones socioeconómicas a veces influyen, cuando no hay manera de que se aprecien solo las aristas más «incómodas» de la vida y se tiende a reproducir referentes negativos, y aunque a muchos no les guste ver las manchas en el sol, no debemos olvidar que quien más las sufren son los implicados y no uno que se entera por casualidad.
Como trabajadora social, formada en la primera promoción de este programa, llevo varios años interactuando en el lugar donde vivo —Chicharrones, un Consejo Popular de Santiago de Cuba que algunos consideran «marginal»— sobre todo con los problemas de cientos de familias que ven al trabajador social como el que «da» o debe «resolver» su carencia, sin percatarse de que buscamos incidir en la transformación social de espacios mediante el accionar de diferentes organismos e instituciones, y de ningún modo somos magos que resolvemos los problemas con una varita.
Y es precisamente esa la parte más difícil de nuestra gestión, la del intercambio con los factores que tienen protagonismo en cuanto hacemos, en muchos casos por falta de sensibilidad de los responsables, y en otros porque no se tiene realmente una solución inmediata en la mano.
Cuando surgió el Programa de Trabajadores Sociales, disponíamos de una herramienta muy eficaz para el enfrentamiento a las indisciplinas sociales y la atención de las prioridades de muchas familias: el llamado Sistema de Prevención. Así, fusionábamos nuestras iniciativas con las del Ministerio del Interior y las organizaciones de masas. Es cierto que las indisciplinas sociales son la mayor problemática en este Consejo Popular, pero de alguna manera encontraban una respuesta con la presencia en cada circunscripción de un Consejo de Prevención.
Ahora ese sistema pasó a la jurisdicción del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, que está a cargo de nosotros, y estamos a la espera de los nuevos resultados. A través del mecanismo mencionado hacíamos dinámicas en familias disfuncionales, y logramos que muchos niños volvieran a las aulas, que jóvenes se incorporaran a la vida laboral y muchas personas aprendieran poco a poco a respetar los bienes públicos.
Es muy común cerca de mi ambiente laboral y familiar observar peleas de perros o de gallos, discusiones, escuchar la música con un volumen muy alto, ver personas sin camisa… Hasta parece que a veces la única forma de conversar es mediante los gritos y las malas palabras.
Lamentablemente algunos han identificado ese comportamiento con las dificultades materiales, por lo que se ha creado una «cultura de la grosería» como si fuera la única forma de ver o enfrentarse al mundo.
Creo que no debemos renunciar a que la bondad y el respeto sean el lenguaje de los cubanos, pero como mismo confío en la efectividad de las acciones que puedan acometer los trabajadores sociales, las organizaciones de masas, o del papel fundamental de la escuela, también reconozco que se debe ser más enérgico en las sanciones y el castigo a las personas que perturban la paz, la tranquilidad y dañan la propiedad social.
Nota: Esta opinión forma parte de la sección Generaciones en Diálogo.
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