Acaba de salir publicado el libro que contiene las memorias de Donald Rumsfeld. Bueno, como no lo he leído, me puedo imaginar que serán las selectivas memorias del ex secretario de Defensa del presidente George W. Bush.
No creo que personalmente tenga estómago para sentarme a leer un ejemplar del mismo. Hay que hacer un poco de memoria y recordar que fue este hombre el que afirmó, allá en el 2002, antes de la invasión a Iraq por parte de la armada norteamericana, refiriéndose a la supuesta ayuda del gobierno de Saddam Hussein a los movimientos terroristas islámicos: «Nadie en el mundo discute que los iraquíes tienen armas de destrucción masiva. Todos sabemos que las tienen. Un mono entrenado lo sabe». Claro que después, como todo el mundo sabe, hasta el mono entrenado se equivocó, a no ser que el mono hubiese sido entrenado para mentir descaradamente.
Las palabras del título de su libro fueron constantemente usadas por el exministro de Bush. Incluso cuando las evidencias apuntaban a que no era cierto que el Gobierno iraquí estaba ayudando a esas organizaciones, salió con esta respuesta clásica que fue repetida una y otra vez: «Los informes de que algo no ha ocurrido siempre me han parecido interesantes porque, como sabemos, está lo conocido que conocemos, están las cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también están las cosas desconocidas que no sabemos, aquellas que no sabemos que no sabemos». Lo que sí nosotros y todo el mundo sabemos es que este señor es un redomado mentiroso, misterioso e insidioso que ayudó en parte fundamental de esa acción armada.
Este halcón de halcones que, junto con Dick Cheney, fue el arquitecto de las mentiras que llevaron a la destrucción de Iraq, ahora se aparece con este libro que ha titulado, en su traducción al español, Lo que sabemos y lo que desconocemos, en el que, aun después de descubrirse toda la verdad, sigue defendiendo la invasión —que tanta muerte y destrucción llevó a aquel país— así como las torturas que llevó a cabo el ejército norteamericano en las prisiones iraquíes y en la base del territorio usurpado a Guantánamo.
Según cuentan los que han leído las 800 páginas de este libro, Rumsfeld describe cómo el presidente Bush lo invitó a la Oficina Oval de la Casa Blanca 15 días después de los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001, para ordenarle un plan de guerra contra Iraq. De acuerdo con estas memorias, Hussein estaba amenazando de muerte tanto a sus dos hijas (las de Rumsfeld) como a las dos hijas de Bush, y para esa labor tenía reservados 60 millones de dólares para pagar a sus agentes. Toda una novela montada alrededor de una supuesta trama del presidente de Iraq para asesinar a las hijas de ambos.
Bondadosa y desinteresadamente, el caballero de la guerra afirma que, cuando salió a la luz pública lo de las torturas en Abu Ghraib, él le ofreció al Presidente su renuncia para que así toda la responsabilidad cayera sobre él como ministro de Defensa, y la administración se pudiera limpiar del escándalo que había estallado ante tan abominables hechos. Según afirma, su magnánima oferta fue rechazada tanto por Cheney como por Bush, y en su lugar sugirieron despedir al jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Richard Meyers.
Según Rumsfeld, la culpa de aquellas atrocidades que ocurrieron en las cárceles de Iraq fue obra de un pequeño grupo de soldados quienes no obedecían a instancias superiores del ejército. Esa lógica es una constante en este país. Siempre dicen que son los de abajo los culpables de este tipo de actos y no sus jefes. Si un policía le cae a palos a cualquier ciudadano, el culpable es el policía y no el Gobierno para el cual trabaja.
Las citas que hacen del libro personas que han tenido la oportunidad de leerlo son cuantiosas e imposibles de describir —por lo extenso que lo haría— en este comentario. Pero las que hasta ahora he leído me confirman la personalidad de este hombre que, indiscutiblemente, tiene ciertas cualidades innegables. Es un hombre que sabe defender sus puntos de vista y que está dispuesto a utilizar cualquier argumento para hacerlo, utilizando lo mismo la mentira, la ironía o el ataque personal.
Fue elegido representante federal por varios períodos, y sirvió dos veces como secretario de Defensa, una de ellas en la administración de Gerald Ford y después con George W. Bush. Es decir, que para su posición de halcón mayor, ha estado dos veces situado en el lugar perfecto. Desde ahí ha podido volar bien alto, desde ahí hizo mucho daño directo y colateral con sus decisiones, y desde ahí y fuera de ahí mintió y siguió mintiendo. Ahora, lo hace escribiendo sus memorias.