Es curioso: algunos de cuantos escriben sobre Cuba y sus problemas lo hacen desde la distancia, física o ideológica, o desde intuiciones facilitadas por los discursos o los devocionarios de la ultraizquierda o la derecha camaleónica o amarilla, incluso, Posada Carriles declaró recientemente en Miami estar convencido de que «ya nosotros ganamos», dijo aludiendo a la supuesta vuelta de Cuba al capitalismo.
Desde ese mirador en que se confunden izquierdistas y derechistas, incluso terroristas, se gestan varios de esos artículos y declaraciones tan estrictamente doctrinarios que indigestan a la Web. Y qué podría decir el cubano medio, ese que lucha su yantar y su trajín diario, ante tales reproches, formulados en nombre del dogma que en Cuba se trata de extinguir. «Bueno, mi hermano, el socialismo necesita comida, zapatos, ropa, transporte. ¿O es que tú quieres ponerme en el altarcito de tus diablillos siempre esperando regalos o el pago de promesas?». Por lo tanto, si la estrategia económica que se aplica en Cuba —necesariamente drástica y por ello urgida de cooperación y comprensión— ayudará a facilitar la alimentación, la ropa, el transporte, a hacer más eficaces la medicina y la escuela, y al desaparecer los subsidios y las dádivas también retrocede el autoritarismo burocrático, puede ser que los cubanos que vivimos en Cuba veamos el inicio de una edificación socialista cuyo primer requisito es tener bienes que repartir. Porque, y parece que repito esta idea, ninguna teoría que prometa distribuir parejamente la pobreza y solo la pobreza, podría llamarse socialista.
Me parece que hoy el paso hacia el perfeccionamiento del socialismo es racional, reflexivo, cauteloso, sin improvisaciones que degeneran en excesos de idealismo cuya manifestación más perjudicial resultaría el querer conquistar en días lo que debe de exigir años.
Desde fuera y también adentro, a Cuba la amenazan tentaciones que recomiendan nuevos saltos al vacío. Por ejemplo, ¿se puede poner a los colectivos de trabajadores al frente de empresas con economías deterioradas y lastrados por el burocratismo encorsetado en el que derivaron varias de las mejores intenciones de los revolucionarios?
Una verdad, a mi parecer, se sobrepone a las múltiples y opuestas opiniones: el país no podrá inventar, ni experimentar hipotéticos modelos, nunca probados. Habrá que partir de lo conocido, o de lo más seguro, aunque los resortes de estimulación de las fuerzas productivas tengan una o dos o decenas de afinidades con el mercado. Ahora bien, habrá que horizontalizar la producción: los trabajadores tienen que ser objetos y sujetos de la producción y también codecisores del destino empresarial. Me parece que hay que eludir cualquier tono tecnocrático en nuestros métodos, argumentos y propuestas para que la política y la democracia los envuelva y, junto con la exigencia, se exponga también el humanismo de cuanto se ha proyectado aplicar para sustituir ciertos mecanismos oxidados de la sociedad cubana.
Ante cualquier dilema, es preferible ir por nuestros medios y nuestra voluntad al sitio donde parece estar por ahora la más fiable fórmula de amplitud económica y de efectivo orden social, a que los intermediarios del llamado «exilio» contrarrevolucionario nos lleven al capitalismo si Cuba no logra salvar el precipicio que, según Raúl, actualmente bordea.
Por otra parte, qué poco sabemos del capitalismo, que tildamos de capitalista a cualquier intento de servirse del trabajo individual o de una mínima contratación de fuerza laboral por particulares, o admitir inversiones extranjeras —aunque todo sea regulado y controlado por la nación—, para azuzar fuerzas productivas inmovilizadas en un orden envejecido y cuya única garantía de supervivencia es el subsidio. Cualquier juicio sobre la sociedad cubana ha de basarse en el conocimiento cabal, o al menos honrado, de la situación interna difícil y sus perentorias demandas de acudir a la soslayada «etapa de tránsito» y a una «acumulación originaria» previa para despegar hacia un socialismo superior.
La época del hágase así porque así lo recomienda el manual ha desaprobado hace tiempo el examen de efectividad. Marx —a quien no le placería erigirse en Mesías, ni en autoridad inapelable— solo pretendía, como sabemos, ejercer como «guía para la acción». Y por tanto, es preferible que el zapatero se aplique a su zapato hasta llegar a ser diseñador de modas y modos…