El dogma y el tabú —afines en sus efectos limitadores, aunque no sinónimos estrictos— componen una de las manifestaciones subjetivas que más entorpecen la reacción creadora ante las urgencias de la sociedad cubana. Fijémonos que sus efectos son los mismos que esas manijas o botones de seguridad que en un hotel, un barco, un avión aparecen con el letrero de «No tocar, salvo en caso de emergencias». El tabú y el dogma funcionan de la misma manera: No tocar… pero omiten la salvedad de tocar cuando las circunstancias lo ameriten.
Quiero, por supuesto, volver a este tema. Aunque mis comentarios no tienen la potencia suficiente para ejercer de alerta general, como los pronósticos del Instituto de Meteorología, me parece que nunca será excesivo insistir sobre las diversas formas en que la subjetividad puede restringir la acción. En cualquier charla, o en cartas recibidas en ciertos medios de prensa, uno pulsa diferentes y a veces contrapuestos enfoques, y en algunos observa el atrincheramiento tras el parapeto de aparentes verdades exhibidas como intocables. Varios fantasmas recorren aún a Cuba. ¿Y puede la verdad tener tantas caras como para dar la razón a todo aquel que pretenda estar en lo cierto?
Tengamos como verdadero, en cambio, que solo una percepción debe de quedar a salvo de la diversidad de puntos de vista desde los cuales se juzga la situación de Cuba: estamos en circunstancias cruciales y en cualquier momento podemos rozar la candela y exponernos en la situación de pasar de la carne a la ceniza. ¿Soy catastrofista? No es mi intención. Pero la refranesca frase de que todo tiene el color del cristal con que se mira, se convierte en una multiplicada óptica, cada uno de cuyos observadores reclaman para sí el crédito de la certeza. Y por tanto ante la disyuntiva de persistir en fórmulas ostensiblemente inefectivas, prefiero «alarmar» con previsiones que supongan el agravamiento de las insuficiencias de nuestra sociedad. Tal vez alarmar no sea tan grave como defender la inmovilidad en nombre de ideas sin destino reconocible.
Ese es el tabú, el dogma: sostener creencias esparciendo el temor a palabras condenadas de antemano. Este periodista defiende, sobre todo, dos ideales revolucionarios: la independencia política frente a cualquier dominación extranjera, en particular de la norteamericana, y la justicia social. Ahora bien, ambos conceptos pueden, a mi criterio, definir dialécticamente a la Revolución Cubana. Y por tanto si la independencia se pierde, se disuelve automáticamente la justicia social. Pero aceptemos que independencia y justicia social no solo se preservan con la voluntad. Con el querer. La justicia social, pongamos por ejemplo, no puede ejecutarse si no hay riqueza que repartir, porque la pobreza no es magnitud distribuible, sino realidad por superar hacia su estadio más humano: el bienestar. ¿Busca algo menos el socialismo?
Por tanto, sin derivar en la herejía —que a tantos asusta— convengo en que nuestra sociedad tendrá que adoptar decisiones drásticas para hacer funcionar lo que ya no es útil a los intereses del socialismo. Para ello, habrá que dejar los miedos que traban el paso hacia lo racional. Y habrá que potenciar el trabajo por cuenta propia, y el cooperativo, e incrementar los productores y agricultores individuales, como maneras de liberar las fuerzas productivas, y organizar la producción con métodos y sistemas que fijen a los trabajadores al sentimiento de copropiedad por exigencias de un vínculo carnalmente económico y no solo atenido a la exhortación política.
Qué tendríamos, pues, que argumentar en contra si Cuba necesita establecer despaciosamente un modelo capaz de avanzar, mediante fórmulas empresariales y tipos de propiedad que discurran a través de un control racional divorciado de la restricción distorsionadora de la burocracia y facultado para estimular la orientación certera y la aplicación legítima.
Se me ocurre creer que las urgencias que implican la preservación de una causa particularmente justa han de estar por encima de tabúes y dogmas. La vida impone sus demandas. Tengamos en cuenta que el país no debe esperar soluciones de un regalo de la naturaleza, ni de un mejoramiento meteórico por obra de los deseos. Por tanto, cualquier acción tendrá que ser ejecutada sin contar con el hallazgo de pozos de combustible o la aprobación de decisiones norteamericanas que nos favorezcan. Solo a pura inteligencia.