Un lector nos advierte de la necesidad de precisar conceptualmente el término medio, recomendado el pasado viernes como lógica alternativa del extremismo. Y debo advertir, primeramente, que en el sentido que le atribuí no se emparienta con la mediocridad. Más bien es el punto de equilibrio, ese que tanto se nos ha escurrido en lo colectivo como en lo individual.
Me honran las apreciaciones, habitualmente inteligentes de cuantos comentan mis comentarios —sea al pie de mis textos en el JR digital, o por correo electrónico o postal. Es imposible, por supuesto, establecer un diálogo directo desde las letras con los lectores. Pero lo que sí me propongo es dejar evidente cierta «dialogicidad», cierta impresión de que este periodista tiene en cuenta a quienes se detienen a leerlo. Los implica y por ello cuanto escribo pretende estimular el pensamiento, aunque no coincida con el mío.
Por lo general, los lectores mejoran lo que pienso; lo mejoran incluso mediante la contradicción. Por ello, por desear convertirme en un modesto pivote, me empeño en la prudencia para exponer mis ideas, aunque esté convencido de que digo la verdad. Y nunca será más útil la prudencia que cuando tengamos que decir la verdad, o lo que creemos lo es, según recomendó Félix Varela, a quien cito con frecuencia en este espacio, porque me parece que hoy necesitamos tener cerca el sabio equilibrio del Padre Varela, hombre de numerosas lealtades —religiosas, patrióticas, políticas y éticas— y que actuó sin traicionar ninguno de sus compromisos.
El término medio, pues, es el centro de la línea. Y no crean que esté recomendando la posición que en la práctica política de otros países se califica de centrismo, equidistancia de la derecha o de la izquierda. Empleo centro en el sentido de lugar desde donde se lucha para no derivar hacia los extremos. Es decir, hacia lo absoluto.
Como bien apunta el lector que me ha convocado a esta especie de respuesta, entre nosotros siempre ha habido extremismo. Claro, no señalo el apasionamiento, el ruido de una voz apagando a otras, al polemizar sobre pelota o sobre cualquier tema. Situémonos en lo político. Y el extremismo, como ya hemos leído, se resuelve en la dosis excesiva de un principio, una línea o una decisión. Si la indisciplina merece castigo, el extremismo intervendrá de modo que la sanción sea por lo común la más severa, hasta convertir el castigo en un método, una visión.
Ir al extremo es como una persistencia costumbrista. Y tal parece un defecto orgánico confundir, invalidar, prejuzgar cualquier acto realizado con la más limpia intención, o una verdad dicha con un propósito constructivo. Con mis normales insuficiencias tuve en cuenta, pues, esa característica evidente en nuestra sociedad, para defender el término medio como base de lo racional, como silla apropiada para dialogar, debatir, cuando el país se percata de la urgencia de modificar, de adecuar a reglas dialécticas —siempre renovables y corregibles— el andamiaje económico y social que, a pesar de estar un tanto cercado por distorsiones externas o internas, aún nos agrupa.
Por todo lo apuntado, decir la verdad desde los extremos puede resultar contraproducente. A cuántas personas se les podría ofender, a cuánta gente se le podría ridiculizar. El término medio equivale así, aproximadamente, a lo que Raúl dijo a principios de este año: que el juicio discrepante no sea fuente de problemas, sino parte de la solución.
Ante una casa de madera vencida, estropeada, agujereada, lo aconsejable en nuestra circunstancia es, sin echarla abajo, sustituir la madera por ladrillos, bloques o cantos. Pero la renovación, desde la perspectiva racional de los albañiles, ha de hacerse por sectores. Y no sin antes revisar los cimientos y apuntalar el techo allí donde se han de sustituir los horcones por columnas de hormigón. Por lo tanto, en la práctica eso es el término medio: sustituir con cuidado el viejo material y transformar el inmueble. Los extremos serían el de echarla abajo completamente, aunque te arriesgues a no poderla rehacer, o negarte a sustituir con cautela sus paredes, bajo la amenaza de que te caiga encima.