Por primera vez en la dilatada historia del hombre existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre el planeta Tierra.
Por otra parte, los descubrimientos científicos que se producen de manera acelerada en el terreno de las ciencias naturales y en especial de la biología y las técnicas de reproducción —que han hecho posible la existencia de formas de vida creadas artificialmente— han puesto sobre el tapete, con mucha fuerza, la necesidad de un replanteo de las relaciones del hombre con la naturaleza en su conjunto, incluyendo las demás especies, que tenga como fundamento principios éticos.
Desde Hipócrates y su juramento en el que los encargados de velar por la salud del hombre y salvarlo de las enfermedades se comprometieron a ejercer su arte «pura y santamente» hasta los descubrimientos del ADN y del completamiento del mapa del genoma humano, el tema de la ética en las ciencias de la vida ha venido adquiriendo una importancia creciente.
En la cultura cubana, desde los tiempos forjadores de la nación, los principios éticos de raíz cristiana adquirieron un papel clave en nuestro devenir histórico. La ética ha sido durante milenios el tema central de las religiones. Por ello he afirmado que la importancia de la ética para los seres humanos, la necesidad de ella, se confirma por la propia existencia de las religiones.
Su valor y significación son válidos tanto para los creyentes como para los no creyentes pues ella se relaciona con las apremiantes exigencias del mundo actual. Los creyentes derivan sus principios del dictado divino. Los no creyentes podemos y debemos atribuírselos, en definitiva, a las necesidades de la vida material, de la convivencia entre los seres humanos. Puede apuntarse como una singularidad de nuestra tradición cultural el no haber situado la creencia en Dios en antagonismo con la ciencia, se dejó la cuestión de Dios para una decisión de conciencia individual. Así se asumió el movimiento científico moderno y ello permitió que la fundamentación ética de raíz cristiana se incorporara y se articulara con las ideas científicas, lo cual abrió extraordinarias posibilidades para la evolución histórica de las ideas cubanas.
En nuestros días, las ciencias de la naturaleza, y en especial las vinculadas a la vida humana, están brindando una conclusión acerca de que no es correcto establecer una división o separación radical, como ha sido costumbre, entre el mundo llamado objetivo y el denominado subjetivo. Estas conclusiones científicas vienen a subrayar, una vez más, lo avanzado del pensamiento filosófico decimonónico cubano y en especial de José de la Luz y Caballero hace más de 150 años.
José Martí, sobre el fundamento de esta cultura, expuso en varios escritos, con el rigor de la ciencia y una gran belleza literaria, sus concepciones acerca de la relación entre lo subjetivo y lo objetivo. Ha quedado como un verdadero manifiesto ético lo que escribiera en su artículo Maestros Ambulantes en 1884:
«La felicidad existe sobre al tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad (…) Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».1
Asimismo expresó la identidad esencial del universo cuando afirmó:
«Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, con sus familias de estrellas».2
Esto debe servir de base al fundamento científico de la ética; ello tiene enorme repercusión en la educación. Asimismo, el Apóstol nos aporta sus ideas acerca de la relación del hombre con la naturaleza a partir de su visión profundamente ética. Señala:
«No concibo propósito más alto que el de enseñar cómo tomar de la naturaleza aquella serenidad y justicia y consuelo y fe de que está rebosante, —y cómo sacar de nosotros mismos, (…) la capacidad que tenemos, para la consecución de la felicidad, de reconocer y confiar en la armonía de nuestra naturaleza y en esa constante relación de la naturaleza y el hombre cuyo conocimiento da a la vida un nuevo sabor, y priva a la tristeza de buena parte de su veneno y de su amargura».3
Luz y Caballero dijo que Félix Varela fue el hombre que nos enseñó a pensar primero. Podríamos agregar: Luz nos enseñó a conocer; y Martí, en base a esta tradición, y a su genio a actuar. Por último, sobre estos fundamentos Fidel Castro nos ha enseñado y nos continúa enseñando a vencer. Pensar, conocer y actuar en función de los intereses de los pobres y de toda la humanidad están en la raíz de la cultura decimonónica cubana que constituye el fundamento de la cultura general integral que las más importantes figuras de nuestra intelectualidad han sustentado.
Se impone como una necesidad insoslayable poner fin a esa dicotomía estéril que establece una línea divisoria infranqueable entre lo objetivo y lo subjetivo, entre razón y emociones, entre teoría y práctica. He insistido en la idea que el principal error de los materialistas del siglo XX fue olvidar que el hombre es también materia.
Sobre la base de estos antecedentes, las ideas políticas y el pensamiento social cubano se articularon en el siglo XX con la cultura
europea de Marx y Engels insertándose en nuestra identidad a partir de una interpretación original, como siempre lo ha hecho América Latina con lo que le ha llegado del exterior. Por esto insistimos en que el ideal socialista en Cuba se orienta por la interpretación de Mella, Martínez Villena, el Che y Fidel. Asumimos la historia del socialismo a partir de una visión crítica y apoyándonos en una vieja institución jurídica que formulaba el derecho de aceptar herencias a beneficio de inventario. De esta manera no tenía que cargarse con las deudas. Fueron los elementos de la tradición cubana y latinoamericana los que crearon los antecedentes de nuestras ideas de hoy.
Investigar, estudiar y promover los vínculos que unen a todos estos componentes espirituales, piezas maestras de la tradición intelectual de la historia de Occidente, solo se puede hacer sobre el fundamento de una síntesis universal de ciencia y conciencia. Lo más trascendente está en que ello constituye una necesidad objetiva para salvar la civilización occidental del caos creciente.
Está a la vista la fractura de las bases éticas, políticas y jurídicas de las sociedades más desarrolladas de Occidente, y en especial la norteamericana actual, la cual constituye, como se sabe, el poder hegemónico del capitalismo mundial.
Por estas razones, y en cuanto a Cuba y sus tareas educativas, científicas y sociales inmediatas, se impone el fortalecimiento jurídico y cultural sobre el fundamento de la historia nacional, latinoamericana y universal; es necesario hacerlo con independencia de los procesos intelectuales acaecidos en otras zonas del mundo. Luego se podrían hacer las debidas comparaciones. De esta manera estaríamos actuando en la forma en que expresamente nos aconsejó Carlos Marx.
Los gravísimos problemas descritos y denunciados por José Martí en su tiempo han adquirido un nuevo significado y un carácter más peligroso. Se está llegando a extremos que solo pueden enfrentarse con la mejor y más valiosa historia científica y espiritual de nuestra América. Para avanzar hacia una escala superior de esta cultura es preciso estudiar métodos de investigación que tomen en consideración la realidad, y promover la acción transformadora a favor de la justicia.
La Nación cubana alcanzó, desde su propio alumbramiento, una cultura política y social situada en la avanzada de la Edad Moderna, porque asumió la cultura occidental en función de los intereses de la población trabajadora y explotada no solo del país, sino del mundo. Recuérdese que Martí echó su suerte no solo con los pobres de Cuba, sino de todo el orbe.
Es preciso que educadores, científicos sociales y científicos en general estudien con renovado espíritu crítico el proceso de desarrollo de la educación, desde aquellos años forjadores hasta nuestros días.
1 José Martí. Obras Completas. Maestros Ambulantes. t. 8, p. 289
2 J. Martí. O.C. Carta a María Mantilla. t. 20, p. 218
3 J. Martí. O.C. t. 23, p. 328