Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un lanzamiento afortunado de Cheín González

Aquel día, sin embargo, todos nuestros pichers explotaron ruidosamente ante el ataque enemigo. Y fui llamado desde la primera base. Era el quinto episodio…

Autor:

Juventud Rebelde

(fragmento)

Era algo extraño. Y lo hice. Ya nada me importa. Aunque fue mi último juego, no me arrepiento. Hubiera hasta matado.

Llevaba tiempo conteniéndome. Lanzaba desde la niñez. Ocurrió accidentalmente. Cuando nos enfrentábamos a la Escuela Intermedia. Yo jugaba entonces con La Torre en el resto de las posiciones, pero nunca lo había hecho desde aquella lomita que se alzaba en el centro del terreno.

Aquel día, sin embargo, todos nuestros pichers explotaron ruidosamente ante el ataque enemigo. Y fui llamado desde la primera base. Era el quinto episodio…

—Tira tú a ver…

—¿Yo?

—Sí, duro por el centro, total, ya tienen diez…

El director me entregó la pelota desanimado; mas luego se alegró, porque cumplí con lo mío y nuestro equipo descontó en dos innings, hasta ponerse solo una carrera por debajo. Después ganamos y mi casilla quedó inmaculada. Había comenzado con buen pie, decían…

Tiraba duro y pronto aprendí a jorobarla en el aire con un movimiento discreto de la muñeca. Hacia abajo, hacia los lados…

Pasó el tiempo y me sentía raro en el box, pero era una promesa de mi pueblo. Aquel pequeño rincón del planeta donde el béisbol era una pasión y los peloteros se convertían en héroes cada domingo.

Y llegó la hora de abandonar la pelota brava. Y llegó la hora del traje completo, de franela. Y llegó la hora de los espáis relucientes. Y llegó la hora del campeonato provincial amateur, de las bandas, de los voladores, de los éxitos. Y llegó la hora del umpire con traje negro, y careta y peto, como un segundo quehacer. Llegó la hora de verle, distante, levantando el brazo o limpiando el jon. Llegó la hora de sentirme sin protección a la espalda. De sentirme como aplastado por la soledad del montículo y el peso de los ojos de todos, pero de algo tenía que vivir. Y llegó la hora de mi consagración.

Rogelio Menéndez Gallo

Revista El Guaicán, del taller literario de Remedios.

Nro. 1, julio de 1977

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