Ocurre como cuando está por llegar al planeta un nuevo morador. En el acto los parientes y el círculo de amistades comienzan a preguntarse: «¿Será bonito o feo? ¿Cuántas libras pesará? ¿Sacará la pinta de la familia?». Siempre sucede así. Más que curiosidad banal, las interrogantes devienen expectativas legítimas. Es, ciertamente, una reacción consustancial al género humano. Ante lo desconocido, las personas suelen activar los signos de interrogación.
Así ocurre con el año que ya acuna su condición de recién nacido sobre las páginas flamantes del almanaque. Bloque de arrancada hacia metas inéditas, la naturaleza de nuestros apremios lo obligarán seguramente a convertirse a toda prisa en un niño precoz. Se infiere por los monumentales desafíos que tendrá que enfrentar a la vuelta de cada jornada. ¿Cómo será su debut? ¿Qué le deparará a Liborio? ¿Cuán simpático se presentará?
Hay algo irrefutable: los cubanos tenemos por costumbre interrogar al porvenir sin fruncir el entrecejo. ¡Nada nos atemoriza! Ni siquiera las perennes acechanzas del vecino poderoso. Para presagiarlo no recurrimos a la bola de cristal de un pitoniso con turbante. Tampoco a las cartas tiradas sobre el tapete por un pillo de ocasión. Si somos los protagonistas del presente, ¿quién mejor que nosotros para pronosticar el futuro? En circunstancias tan honrosas, los que toman cartas en el asunto son los signos de admiración.
Eso no niega que el ciudadano común y corriente viva y sueñe con un manojo de aspiraciones para su día a día. A Inés, por ejemplo, le encantaría que los precios del Mercado Agropecuario bajaran un poquito. Y Raymundo aplaudiría lleno de entusiasmo que mejorara el servicio de transporte público en los horarios pico. Clamamos por que no aparezcan ciclones ni sequías. El bloqueo del imperio tendrá que ceder. La tozudez tiene también sus límites. Solo pedimos que nos deje en paz para demostrar de cuánto somos capaces. Y que le ponga fin a la guerra económica contra nuestro país.
La mayoría de estas expectativas podrían verse satisfechas en la medida en que las posibilidades las hagan realizables. Otras, seguramente, tendrán que aguardar por momentos más favorables, relegadas involuntariamente por un presente que no tolera improvisaciones. No siempre querer es poder.
Lo que nadie debe poner en solfa es que el año que acaba de tomar la salida será otra etapa de definiciones y de combate ideológico. No habrá cambios espectaculares en la economía doméstica. La cotidianidad continuará siendo un reto para el cubano de ley, conocedor de que solo tendrá lo que sea capaz de conseguir con el esfuerzo individual y colectivo. Un desafío al que se le entrará de frente, con la convicción de conseguir la victoria.
El nuevo año será algo más que un nuevo inquilino de los calendarios. En materia de expectativas, representa la esperanza legítima de conquistar el futuro a partir de nuestras propias manos.