En el juego del «dale al que no te dio», siempre algún inocente coge el vil trastazo. En Europa, millones de personas están en esa situación, y la causa es el diferendo entre Rusia y Ucrania por... el gas. ¡De nuevo el gas!
Un gasoducto ruso hacia la UE. Foto: Reuters
Sí, de nuevo, porque ya en enero de 2006 hubo otro desencuentro, y Moscú cerró la llave. En el contencioso reciente, Rusia apretó la rosca el 1ro. de enero, pues en diciembre no hubo acuerdo sobre el precio de ese combustible que le vende a Ucrania.
Muy brevemente, algunos datos. Por cada mil metros cúbicos de gas, la parte ucraniana había pagado hasta ahora el precio preferencial de 179,5 dólares (frente a los 450 que abona el resto de Europa). Para 2009, Rusia le ajustó el precio: 250 dólares, pero Kiev regateó con 235. Y Moscú se enfureció: serían 450, como al resto de los consumidores, y además le reclamó otros 500 millones por deudas.
Pues bien, no hubo entendimiento, algo que ha estado muy de moda durante los últimos, mmm..., 7 000 años de guerras entre los seres humanos. Rusia le cortó el suministro a Ucrania y ¡sorpresa!, Europa oriental empezó a congelarse, porque el combustible que debe llegar a través de los gasoductos que atraviesan territorio ucraniano, de momento escaseó. Moscú informaba que seguía bombeando; Kiev, que no había tocado nada de ese gas, y el gas no decía nada, solo se escondía vaporosamente en algún misterioso lugar y no llegaba para calentar los hogares serbios, ni para echar a andar las fábricas húngaras, ni para evitar que a Bulgaria y Eslovaquia les viniera la idea de echar a andar vetustas centrales nucleares cuya reactivación horrorizaría a la UE.
Tras mucho tejemaneje se obtuvo un acuerdo, al menos para que el gas pase hacia Europa (el abastecimiento a Ucrania y los descuentos por utilizar sus tuberías, siguen pendientes de negociación). Rusia retomaría el bombeo ayer, mientras que 75 observadores rusos, ucranianos y de la UE se ubicarían en sitios clave para vigilar quién saca el pie.
Claro, que a quien soñó una rápida vuelta a la normalidad, se le rompió el cántaro de leche sobre la cabeza. Ya el martes había otros problemas: la compañía rusa Gazprom culpó a la ucraniana Naftogaz por seguir bloqueando el tránsito del gas, ¡y esta lo reconoció!, mientras que la UE dijo que sus observadores lo tenían difícil para acceder a varios puntos de los gasoductos. Y el feroz invierno sigue desafiando frazadas y mordiendo pies.
Algunas cuestiones están claras en esta gaseosa. Primero: Rusia saldrá ganando. Es ella quien dispone del recurso y le pone precio. El presidente ucraniano, Víctor Yuschenko, llegado al poder tras la Revolución Naranja de 2004, bajo el manto de EE.UU. y la UE, no es ícono de devoción en ninguna iglesia del Kremlin, que no ve para qué facilitarle las cosas a un gobierno que se desvive por entrar en la OTAN y que apoyó a Georgia en su agresión a Osetia del Sur.
Para Moscú, la solución parece ser «lo tomas o lo dejas», con la esperanza de que, a la corta o a la larga, las heladas ventiscas hagan entrar por el aro a Yuschenko, enfrentado a una crisis interna tras el fin de su alianza con el gabinete de la primera ministra Yulia Timochenko.
Otro tema es la impotencia de Europa ante una riña que la perjudica. La República Checa —que preside el bloque comunitario durante este semestre— advirtió el 7 de enero sobre «una intervención fuerte de la UE» si el suministro no se restablecía un día después. Bueno, no se restableció, y Zeus no tronó. Ni siquiera bostezó.
Vuelve al tapete entonces la enorme dependencia energética del gigante económico. Según el diario germano Süddeutsche Zeitung, el 25 por ciento del gas que consumen los 27 proviene de Rusia, ¡y el 80 por ciento pasa por Ucrania! En detalle se aprecia la vulnerabilidad de Bulgaria (el 100 por ciento del gas que emplea es ruso), pero también de Eslovaquia (98,3 por ciento), Grecia (72,3), y una larga lista de la que no escapan ni Alemania ni Francia.
Presumo que, en las orejas de los políticos, la frase «energías alternativas» estará sonando más alto que un martillo en la mañana de un domingo. Pero hasta que se alcancen los volúmenes ideales de estas, para la UE es hora de favorecer una mayor interconexión energética entre sus miembros, de modo que unos países puedan auxiliar a otros ante riesgos de desabastecimiento. Al efecto, ya hay 5 000 millones de euros oyendo la conversación.
El telón de la crisis, sin embargo, aún no se cierra. Y el frío sigue calando a los que no se buscaron el pleito.