Si se le hiciera la pregunta a uno de esos fabricantes mundiales de autos de lujo, diría: «¡La plata por encima de todo!», aunque su avaricia provoque que todas las carreteras costeras del planeta quedaran anegadas, y Nueva York se convierta en un acuario, con tiburones examinando, extrañados, la extensa fila de automóviles detenidos para siempre en una submarina Quinta Avenida.
Por fortuna, no todos dan esta fatal respuesta. Un sondeo del Eurobarómetro, publicado el 13 de marzo, señalaba que el 64 por ciento de los europeos considera prioritaria la protección del medio ambiente por sobre la competitividad económica.
Precisamente este punto estuvo entre los debatidos en la Cumbre Europea la pasada semana, en la que los líderes de la UE se comprometieron a hacer ley, antes de finalizar 2008, varias medidas destinadas a reducir las emisiones de gases contaminantes, impulsar las energías renovables y (esta es la gran pretensión) evitar que las grandes empresas se marchen de suelo europeo a contaminar en sitios donde les salga más barato.
Con este paquete, los 27 países del bloque buscan hacer realidad su plan «20-20-20», a saber, que para el año 2020 la UE emita un 20 por ciento menos de dióxido de carbono y emplee un 20 por ciento de energías limpias (10 por ciento de la cual provendría de biocombustibles).
En dos aspectos me detengo: según los criterios expuestos en Bruselas, habría que «pasarles la mano» a las empresas responsables de la mayor polución, de modo que no se lleven las fábricas hacia países donde importe menos cuántas toneladas de gas suelten hacia la atmósfera. Las posibles «afectadas» serían las productoras de acero, cemento y productos químicos. «No queremos que nuestras industrias se vayan a otra parte», confesó el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.
Es de prever, por tanto, que se gesten mayores incentivos para ciertas compañías, de manera que no hagan las maletas y ocasionen mayores cuotas de desempleo en los países que puedan eventualmente abandonar. El comisario de Industria, el alemán Gunter Verheugen, lo resumió diciendo: «Estoy de acuerdo en que seamos un ejemplo para el mundo (en materia de preservación ambiental), pero no en que nos suicidemos económicamente», y su compatriota, la canciller Ángela Merkel, como quien oye campanas, expresó su intención de «defender especialmente los empleos de las empresas germanas del sector del automóvil».
Solo cabe depositar los mejores deseos en que esa pasadita de mano a las empresas (algo así como «no te vayas, que te recompensaré») no signifique mayor depauperación de las conquistas sociales de los trabajadores europeos. En definitiva, a la hora de la verdad, ¡el sector de la energía eólica ha triplicado los puestos laborales allá! Así, los que se pierdan por un lado, podrían rescatarse por otro. ¿Qué necesidad habría de hacerles un manojo de jugosas concesiones a los contaminantes?
En segundo término, una ojeada a los biocombustibles, sobre los que la UE insiste en la necesidad de desarrollar «un criterio de sostenibilidad». Sucede que las alertas vienen desde adentro: en enero, el comisario europeo de Medio Ambiente, Stavros Dimas, admitió que Bruselas no vio en su justa medida las graves consecuencias que puede ocasionar la meta de contar con un 10 por ciento de agrocombustibles.
«Hemos visto que los problemas medioambientales causados por los biocombustibles y los problemas sociales que provocan son mayores de lo que creíamos, así que actuaremos con más cuidado», reveló Dimas entonces a la BBC. Y el 7 de marzo, el principal asesor científico del gobierno británico, John Beddington, martilló sobre lo mismo. Al tomar en cuenta que para obtener una tonelada de trigo se necesitan 50 de agua, y que la población mundial crecerá al punto de que, en 2030, comerá un 50 por ciento más, Beddington se encoge de hombros: «Es muy difícil imaginarse cómo el mundo va a poder producir suficientes cosechas para generar energía renovable y satisfacer al mismo tiempo la enorme necesidad de alimentos». En parodia shakespeariana: «comer pan o manejar un Volvo: esa es la cuestión».
En efecto, es inimaginable. A finales de año veremos qué pudo «imaginar» Bruselas como solución viable.