Uno hace más lo que ve hacer que lo que le dicen que haga; reza un apotegma que debe ser tenido en cuenta por todos aquellos que en una u otra medida tenemos a alguien al lado que está al tanto de lo que digamos o hagamos.
La axiología, vieja ciencia de los tiempos socráticos, aborda en términos teóricos lo que resulta valioso en el orden moral y humano y puede pertrecharnos de sabios conocimientos, pero si estos no llegan a reflejarse en el modo de actuación, solo servirán como una pesada carga que habrá que soportar y al final el comportamiento social nos ubicará como analfabetos funcionales.
Un maestro puede referirse en el aula a los más excelsos valores, incluso con vehemencia, pero si reiteradamente llega tarde, culmina la clase antes de tiempo porque no se ha preparado lo suficiente y lo que es peor, repasa estrictamente lo que al otro día pondrá en la prueba o le comunica a los estudiantes lo que se le puede o no decir a la visita que vendrá mañana, difícilmente logre un educando responsable y honesto. Pero la batalla de los valores no solamente le corresponde librarla a la escuela y al maestro, si bien es cierto que ese encargo social le es atribuido como prioridad a la institución docente.
¿Qué pasa en la casa? La familia no tiene por qué gozar de una preparación axiológica, aunque bien es cierto que el caudal de conocimientos de la población cubana se ha elevado sustancialmente; pero la baja instrucción que tenían muchos de nuestros padres y abuelos, no les privaba de quitarse el sombrero en la calle al pasar por el lado de una mujer o identificar que la propiedad social y la ajena merecen respeto y cuidado.
A veces como ciudadanos no nos explicamos cómo el hijo de una familia que apreciamos como respetable por su imagen extrahogar e instrucción, tiene actitudes que no «reflejan» a sus padres y de nuevo vale la pregunta ¿qué pasa en la casa? Nuestros hijos saben mejor que nadie quiénes verdaderamente somos, si lo que se come en la casa y lo que vestimos, sale o no del trabajo honrado, o proviene de lo que yo como autoridad en mi trabajo «resuelvo» o procede de oscuros trasfondos.
Tuve la excepcional oportunidad de tener muy cerca a una persona que se enorgullecía al relatarme que él ponía todos los bombillos del central azucarero donde trabajaba en su condición de electricista y los de su casa los compraba en la ferretería; las carencias, podrían ser menores o mayores en aquellos tiempos que los que hoy corren, pero siempre hay carencias. Cuando se comienza por justificar pequeñeces, puede llegarse a justificar lo injustificable.
En el marco familiar se deciden las cosas que a veces consideramos más insignificantes; pensemos en eso que podemos llamar la cubanía, lo que nos puede enorgullecer de haber nacido en esta tierra, lo que en última instancia nos impulsa a sentirnos patriotas. La escuela enseña los símbolos patrios y sus significados, realiza las más disímiles actividades de contenido patriótico, pero ¿qué pasa en la casa?, ¿qué música se escucha?, ¿qué películas se prefieren en el hogar?, ¿qué novelas?, ¿cómo valoramos lo que el país produce en todos los sentidos, material y espiritual? Como hay video o DVD se apaga el televisor y se consume cualquier producto descontextualizado y de dudosa factura, a veces ya no se está al tanto de aquellas competencias en que intervienen los equipos cubanos; ganen o pierdan, son nuestros equipos y disfrutamos sus triunfos o sufrimos los reveses. Esta situación que puede darse en la casa es responsabilidad de los mayores; el ejemplo que podamos dar permea a los que están a la expectativa de nuestros actos y conducta y no podemos esperar otro comportamiento en ellos que el que nosotros les estamos ejemplificando. No es aspirar a que los jóvenes de hoy sientan preferencias por escuchar a Barbarito Diez o a César Portillo de la Luz, pero sí hay que presentárselos para que los conozcan y los identifiquen como exponentes de nuestra música y puedan apreciar la calidad de sus interpretaciones. En Cuba hemos tenido un Capablanca y hoy están Leinier y Bruzón dando brillo al ajedrez cubano, quizá porque hubo un Capablanca.
Las posibilidades tecnológicas pueden impedirles a nuestros cineastas hacer un Parque Jurásico, pero no aspirar, como lo han hecho muchos de nuestros filmes, a premios en importantes festivales.
Dos sentencias martianas nos pueden ayudar a encontrar el camino, aquella en que nos habló de lo agrio de nuestro vino y la de insertar en nuestro tronco lo más fértil de lo universal.
*Profesor del Instituto Superior Pedagógico de Matanzas.