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¡Tengo ganas que empiecen las clases…!

Autor:

Juventud Rebelde

El período de las vacaciones escolares siempre es bienvenido en cualquier lugar. En Cuba, donde casi toda la población está vinculada a algún sistema de superación, es poco menos que un acontecimiento.

Las exigencias docentes hacen que durante el curso la permanencia en casa de los integrantes del núcleo familiar sea reducida. Pero llegan las vacaciones, la casa se colma y hay que convivir en ella las 24 horas del día.

Desde antes que comiencen se hace necesario tomar algunas medidas de carácter económico. Ya no está, por ejemplo, el auxilio del comedor de la escuela. ¿Y qué me dice de aquella interpretación de que vacacionar, en lugar de cesar en el trabajo o el estudio, significa paseos y diversión? Cuando semejante criterio se impone, cualquier padre puede desafiar en habilidades aritméticas y cálculos de presupuesto incluso a un premio nobel en Matemáticas o Economía.

Si la familia se prepara para las vacaciones, otro tanto sucede cuando estas van llegando a su fin y hay que buscar uniformes, hacer matrículas (con las consabidas fotografías y fotocopias), darle de largo o de ancho a los uniformes del curso pasado, buscar cuanto se ponga a mano para forrar libros y libretas...

En boca de algunos padres se ha hecho popular la siguiente expresión: «¡Tengo unas ganas que empiecen las clases, para ver si te acotejan en la escuela!» A primera vista parece una declaración de impotencia de quien la usa para conducir la vida familiar, pero examinada con profundidad se puede pensar que se le está dejando a la escuela algo que es tarea de la casa, y eso sí es peligroso.

La escuela tiene una importante función social, pero no puede sustituir a la familia. Ya se sabe: «Al César lo que es del César...», ¿no? Hay muchas cosas que deben ser aprendidas en casa y que difícilmente pueden serlo en la escuela: aprender a respetar el juguete del vecinito, a comportarse en la mesa y en un cumpleaños, a prestar atención a los señalamientos de los mayores y no ofenderlos, no proferir palabras obscenas y muchas cosas más que al no hacerse bien en casa a la escuela le costaría mucho trabajo modificar.

Ninguna institución puede suplantar la educación familiar basada en la afectividad y el ejemplo. La educación en la escuela necesariamente descansa en la autoridad, sin restarle importancia a las afectividades que puedan surgir entre maestros y educandos ni al ejemplo que puedan aquellos trasmitir.

Cuando a principios de la Revolución se echó a rodar la «bola» de que el Estado privaría a los padres de la patria potestad —o sea el derecho de criar y educar a sus hijos—, los autores de tal canallada sabían el impacto que esto tendría en los padres cubanos, solo al pensar que no podrían tener los hijos a su cuidado y educarlos.

Hoy las escuelas hacen sistemáticamente reuniones de padres, lo que en cierto modo significa una rendición de cuenta de la institución a la familia, por la confianza que esta ha depositado en la escuela para que cumpla la parte que le corresponde en la educación de sus hijos. Incluso se dan casos en que el estudiante ha tenido alguna dificultad particular en la escuela y se llama a la familia, como máxima responsable de la educación del niño, adolescente o joven, para que esta conozca de las dificultades e intervenga y decida en su solución.

Los maestros, que como parte de su formación se preparan para educar y en el sentido más amplio se reconocen como educadores, tienen capacidades que les permiten a través de conocimientos científicos orientar a la familia en la educación de los hijos, pero aun así no la suplantan.

Nuestro Héroe Nacional, nos habló de que no había castillo mejor que la casa de familia. Creo que con esta expresión quiso identificar la fortaleza de esta como célula fundamental de la sociedad. Levantemos el puente levadizo a cuanto de malo quiera entrar a nuestro castillo-familia, y bajémoslo para que penetren los valores humanos.

*Instituto Superior Pedagógico Juan Marinello, Matanzas

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