Imagine por un momento que un ciudadano libanés, miembro del partido chiita Hizbolá, camina algunos centímetros más allá de la frontera, adentrándose en Israel con una simple cámara fotográfica. El hombre va desarmado, sin una pizca de pólvora encima. ¿Qué se puede esperar de las tropas israelíes que lo descubran, sino que sus ametralladoras comiencen a ladrar inmediatamente?
Pero los pilotos de la fuerza aérea sionista esperan que con ellos funcione diferente, y por eso vuelan repetidas veces hacia territorio libanés. Es su «derecho». Aunque con esta majadería fastidian no solo a sus vecinos, sino incluso a los propios aliados de Israel. Como Francia.
El país europeo tiene emplazados en el Líbano unos 1 650 soldados, como parte de la fuerza internacional de paz (FINUL, con 9 500), para asegurar el cumplimiento de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, cuyo artículo ocho exige «el pleno respeto de la Línea Azul (la frontera común) por ambas partes».
¿Qué ha hecho Tel Aviv al respecto? Pues seguir sobrevolando el Líbano para «impedir» que Hizbolá se reabastezca de armas, y tratar de intimidar de paso a las tropas de la FINUL. Ya anduvieron provocando a las fuerzas navales alemanas semanas atrás, al disparar en varias ocasiones como advertencia contra buques y helicópteros. Y también lo han hecho con los franceses, que han estado a un pelo de devolverles la bravuconada.
El pasado 10 de noviembre, la ministra de Defensa gala, Michèle Alliot-Marie, informó que sus soldados estuvieron a «dos segundos» de apretar el gatillo para replicar a la amenaza que representaban los vuelos rasantes sobre su cuartel en Nagura, sur libanés.
La respuesta armada a la esquizofrénica conducta de los pilotos israelíes —¿sería solo de los pilotos?— «fue evitada por segundos. Los militares habían quitado los seguros de su batería de misiles, pues pensaban que se daban las condiciones en las que debían aplicar sus medidas de legítima defensa», añadió Alliot-Marie.
Sin embargo, remitámonos por ejemplo al 17 de noviembre. La FINUL denunció que de las 14 incursiones ilegales de cazas israelíes durante ese día, once fueron sobre la zona francesa. Según la ley de los promedios, la balanza de violaciones no estuvo muy bien repartida.
¿Por qué Francia? No es fácil decirlo. Quizá por los encontronazos del pasado entre el presidente Jacques Chirac y el ex primer ministro Ariel Sharon, quien llamó a los judíos franceses a emigrar a Israel; o por la amistad entre el mandatario galo y el extinto Yasser Arafat; o por el placer de retar a la antigua metrópoli del Líbano, enviándole un mensaje de que «ahora somos nosotros quienes mandamos»; o porque el 13 de noviembre París votó favor de un proyecto de resolución que condenaba la agresión de Tel Aviv contra los territorios palestinos.
Parodiando al cardenal Richelieu, la respuesta sionista bien vale una carcajada: «Son vuelos de vigilancia —afirmó Daniel Shek, embajador israelí en París—. Se trata de aviones armados solo con cámaras. No tienen armas, así que ¿cómo pueden ser una amenaza para nadie?».
Cazabombarderos F-15 ¿sin bombas y entrando al Líbano todos los días? ¿Acaso alguien ha visto a un niño sin su tete?
Tal vez no tuvo intención de hacer un chiste, pero le salió muy bien. Y por cierto, ¿qué haría Israel si el fotógrafo libanés mencionado al principio se acercara a su frontera?