Tras el desacierto de las encuestas en cuanto a la votación que obtendría Jair Bolsonaro, sorprendente con su 43 por ciento de sufragios en la primera vuelta, parece más arriesgado hacer vaticinios de cara a la segunda ronda electoral que definirá, el domingo, la presidencia de Brasil.
Aunque algunos culpan a los sondeos, lo cierto es que las causas de su inesperado porcentaje del 2 de octubre pudieron ser variadas y entendibles: desde la presunta secretividad de votantes de Bolsonaro que no confiaron sus simpatías a los encuestadores —el ahora llamado voto vergonzante—, hasta decisiones de última hora de electores que en los estudios de opinión apostaban por Simone Tebet o Ciro Gomes —tercer y cuarto lugares respectivamente— y luego habrían corrido su voto a favor del mandatario, entre otras razones mencionadas en decenas de análisis.
Sin embargo, el hecho de que el 48,4 por ciento obtenido por Lula se ajustara a lo que desde hacía meses vaticinaba la mayoría de esos estudios, les salva la honrilla.
Nada de ello, no obstante, bastaría para certificar la certidumbre de la ventaja leve, pero ventaja al fin, que esas mismas firmas encuestadoras adjudican ahora al líder del Partido de los Trabajadores, cuando ya Lula —ni, eventualmente, Bolsonaro— necesitaría el 50 por ciento más uno de los votos para ser declarado vencedor sino, apenas, esa mayoría relativa que los mismos sondeos acusados por la derecha por errar, le adjudican al izquierdista.
Más allá de lo que indiquen las tendencias, obra a favor del Partido de los Trabajadores su historia y, pese a todo, su prestigio y experiencia en el arte de gobernar; y esa política de mira amplia para las alianzas, visible en el respaldo que Tebet y finalmente Ciro han dado a su candidato lo que pudiera significar el adoso de algunos de los escasos pero definitorios puntos obtenidos por ellos el día 2, además de una campaña proselitista con sustancia que Lula ha seguido centrando en los logros sociales de sus mandatos y la promesa de su reedición.
Ese discurso debe garantizarle a Luiz Inácio Lula da Silva el ya seguro voto del nordeste, la zona más pobre del país y su bastión; aunque no se sabe si podrá calar los sectores donde Bolsonaro ganó más votos, al centro y al sur; o estados importantes que este se llevó en la primera vuelta, como Sao Paulo.
O si Lula podrá descontarle adeptos a su contrincante en sectores «afiliados» al mandatario como el empresariado del agronegocio, tan beneficiados por la política de casi exterminio de la Amazonía, o entre la población de filiación evangélica que sigue mayoritariamente a un Jair rebautizado como «Mesías».
La elección de figuras allegadas a él para la gobernación de algunos estados, y la mayoría obtenida por el Partido Liberal, al que ahora se adscribe, en la Cámara de Diputados y el Senado, pudo ser el reflejo de una tendencia a favor de Bolsonaro más sólida que las veleidades fabricadas por las artes —buenas y malas— del proselitismo.
También martilla contra el progresismo la campaña de satanización del PT y de la izquierda, que no se ha detenido con la absolución de Lula en la decena de causas abiertas, antes, contra él. Esto puede ser más explosivo para el candidato progresista pues, para ganar, solo necesita ahora mantener la ventaja obtenida en la primera vuelta… y que su contrincante no avance más.
Se estima que el último debate televisivo, programado para este viernes, podría pesar en el sprint final.
Bolsonaro ha tratado de descontarle puntos explotando las mismas mentiras que acusan a Lula de corrupto, a lo que suma sus reiterados señalamientos contra la transparencia del sistema electoral; una «denuncia» que omitió cuando los resultados de la primera vuelta le favorecieron con más puntos de los augurados, pero que podría volver a enarbolar si la ventaja anunciada para Lula el domingo, se confirma.
Nada podría resultar sorprendente en esa materia en medio de la estela de acusaciones que han caracterizado esta lid electoral, posiblemente, la más encarnizada de la historia brasileña, en un ambiente de violencia que ha incluido muertes y hasta amenazas a la integridad de Lula, y donde las fake news han sido las protagonistas.
Por eso sigue sin descartarse la posibilidad de que Bolsonaro, cuestionador de todo y falso desacralizador al punto de poner en duda la propia institucionalidad que avaló su elección en 2018, desconociera una eventual victoria de Lula… Eso, si su manipulación del electorado no le basta para repetir en la presidencia.