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Las Américas somos todos y sin tutelas

El intento de Estados Unidos de excluir a la Isla de la 9na. Cumbre de las Américas vuelve a mostrar el carácter hegemónico de esa instancia y su pretensión de imponer a la región el viejo panamericanismo

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Difícilmente los problemas de América Latina y el Caribe hallen reales soluciones en las cumbres de Las Américas, que han vuelto a mostrar la prepotencia de Estados Unidos y el afán dominador con que las creó.  Pero ello no resta al derecho de que, para debatir los problemas de América Latina y el Caribe, tienen que estar presentes todos los países de la región.

El carácter hegemónico que vuelve a aflorar con la pretensión de Estados Unidos de excluir a Cuba de su próxima 9na. cita, reedita también ese sentido de «dueño y señor» con que la concibió.

Tal espíritu pareció superado, al menos respecto a la Isla cuando, con la presión de los países miembros del ALBA —que desde la 5ta. Cumbre de Trinidad y Tobago habían reclamado su presencia— Cuba fue invitada a participar dos citas después, en la 7ma. edición de Panamá, lo que se repetiría en el encuentro de Lima, que acogió a la 8va. Cumbre en 2018.

La Cumbre de las Américas surgió como parte del convite del expresidente Bill Clinton en el proyecto de una América Latina y el Caribe bajo la supervisión y tutela de Estados Unidos; algo que, a lo largo de estos años, ha sido superado por la misma posición de países miembro que han hecho valer su autodeterminación y ese real carácter latinoamericanista que no puede ser robado a ninguna instancia que se haga llamar «americana».

En 1994, Clinton lanzó la invitación a una mentirosa Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que constituiría el flanco comercial de ese nuevo intento de panamericanización del área. A todas luces, la Cumbre de las Américas, convocada para diciembre de ese mismo año, sería su perfil político. Precisamente, fue allí donde se lanzó el proyecto comercial.

Si se tiene en cuenta que para entonces ya avanzaban las Cumbres Iberoamericanas —estrenadas en 1991—, primera instancia que reunió a la región en compañía de España y Portugal pero, también por primera vez en la historia regional, sin la presencia mandona de Washington aunque este hallara algunos voceros en sus acólitos, podrá entenderse que con las reuniones de las Américas, Estados Unidos tratase también de recuperar el terreno perdido de su omnipresencia en todo lo relativo a este hemisferio.

Fidel, siempre preclaro, lo había advertido durante su intervención en la 4ta. Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, en el propio año 1994: «Algunos, al parecer, sintieron preocupación por esta nueva e independiente forma de acción.  Nuestro poderoso vecino del Norte ahora convoca a otra reunión cumbre que deberá efectuarse nada menos que en Miami, se dice que para una asociación hemisférica madura», comentó el Comandante en Jefe.

«Ya hubo Alianza para el Progreso. Ya hubo Iniciativa para las Américas. Y hoy nadie las recuerda. De década en década, de siglo en siglo, hemos ido de consigna en consigna, de engaño en engaño. Hubo también guerras, intervenciones y conquistas de territorios a costa de nuestra América. ¿Qué podemos esperar hoy de esa fuerza invariablemente expansionista, egoísta y hegemónica?», alertó.

No todo saldría a la medida en que pensó el imperio. En el año 2005, en la 4ta. Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, el sentimiento de independencia, la justeza y la luz larga de los líderes de varias naciones de la región, hicieron fracasar el proyecto comercial, liderados contra el ALCA por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez; el anfitrión argentino, Néstor Kirchner, y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Los dos países restantes entre los miembros del Mercosur se sumaron: Uruguay, presidido por Tabaré Vázquez y Paraguay, con Nicanor Duarte Frutos en la primera magistratura.

El chaparrón lo aguantó el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, frente a una América Latina y el Caribe cuya geopolítica había cambiado.

«La integración posible, dijo Kirchner en el discurso de apertura, será aquella que reconozca las diversidades y permita los beneficios mutuos».

El rechazo al ALCA también recogió el sentir de los movimientos sociales, gremiales y populares que prácticamente durante toda la década se habían manifestado contra el engendro imperialista, demanda que llegó a las Cumbres de los Pueblos sabedores, los de abajo, que una alianza desigual como la que se proponía, solo se tragaría a las economías nacionales y perjudicaría a los pueblos.

De ese modo fracasó la engañosa propuesta que perseguía una virtual anexión económica y comercial.

Parecía que las Cumbres de las Américas, referidas únicamente al ámbito diplomático y sin carácter vinculante, correrían mejor suerte.

Pero se han escuchado sonoras verdades en algunas de ellas, gracias a esa presencia de los dignatarios que desde fines del siglo XX y principios de los años 2000 protagonizaron el cambio en América Latina y el Caribe, y dieron cuenta de que la región y la época, eran distintas, jalonando el merecido reconocimiento a Cuba. 

Entre esas posturas se inscriben las que protagonizaron los dignatarios que con firmeza defendieron la presencia de la Isla durante las cumbres de las Américas de Trinidad y Tobago y Cartagena de Indias (2012), como Patrick Manning, primer ministro de la isla caribeña que acogió la cita de 2009, y cuyas palabras bien podrían ser rescuchadas ahora: «(…) Todos nosotros, estimados colegas, quisiéramos ver una reintegración adecuada de Cuba en las instituciones del Hemisferio Occidental (…). Aguardamos con interés el día en que Cuba pueda ocupar el lugar que le corresponde entre sus colegas del hemisferio.

Minutos antes, el mismísimo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, había admitido en esa cita de Puerto España, en relación con la política yanqui hacia Cuba, que «sé que tenemos por delante un largo camino para superar décadas de desconfianza, pero hay medidas cruciales que podemos tomar de cara a un nuevo día».

¿Dónde ha quedado sepultada esa mirada?

Aleccionador para la convivencia hemisférica resultaría el enjundioso discurso del entonces Presidente cubano y líder de la Revolución, General de Ejército Raúl Castro Ruz, en la Cumbre de las Américas de Panamá, en 2015, que marcó la primera y sonada asistencia de la Isla.

«Las relaciones hemisféricas, en mi opinión, han de cambiar profundamente, en particular en los ámbitos político, económico y cultural; para que, basadas en el Derecho Internacional y en el ejercicio de la autodeterminación y la igualdad soberana, se centren en el desarrollo de vínculos mutuamente provechosos y en la cooperación para servir a los intereses de todas nuestras naciones y a los objetivos que se proclaman», enfatizó Raúl.

Los temas a tratar en cada una de las citas precedentes y los manejos políticamente motivados de Estados Unidos respecto a las Cumbres de las Américas, habían corroborado desde el inicio su intento de imponer la visión imperial a los vecinos latinoamericanos: su incompleto y tendencioso concepto de democracia, asunto de la primera cita; la manipuladora mirada al tema del respeto a los derechos humanos, con doble rasero; esa misma arrogancia con que juzga de acuerdo a sus intereses políticos y se arroga la exclusión con que se ha cercenado la presencia de Venezuela en la reunión de Perú, merced a la actitud proyanqui del llamado y extinto Grupo de Lima, así como ahora se quiere impedir nuevamente la de Cuba, y frustrar la asistencia de Nicaragua y Venezuela.

Todo ello aporta nuevos y valederos argumentos para aquilatar el valor de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), nacida en el año 2010 en Playa del Carmen, México, al influjo de Chávez y Lula, y que tomaría cuerpo y echaría a andar en el año 2011, en Caracas. Allí estamos solamente latinoamericanos y caribeños.

Precisamente, la Celac dotó a la región de un escenario soberano donde debatir sus preocupaciones en igualdad de condiciones, con respeto a las diferencias y cumpliendo una condición sine qua non para integrarnos como lo soñaron Martí y Bolívar: unidos en la diversidad.  

No puede permitirse ahora que la Cumbre de las Américas vuelva a erigirse en un hipócrita tribunal que condene sistemas y naciones que debieran servir de ejemplo apenas por su filiación a la justicia social y el bien de sus pueblos, en tanto se aplauden democracias excluyentes al estilo de la que quieren hacer valer los mandamás de esa cita, auxiliados por un instrumento político tan cuestionado por su injerencia y trabajo sucio contra los pueblos latinoamericanos, como decadente: la OEA.    

Si no estamos todos, esa reunión no podrá llamarse jamás «de las Américas», y su destino no puede ser otro que el desprestigio. Hace rato quedaron demostrados los dobleces de aquella frase de James Monroe de que «América (es) para los americanos». Las Américas somos todos, y jamás bajo la tutela de Washington.

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