Protesta. Autor: Tomado de Open Democracy Publicado: 01/01/2022 | 09:18 pm
Los Bolsonaro y los Duque van quedando solos, y vuelven a parecernos ejemplares raros. Incluso a ellos les queda poco y no solo por el cercano término constitucional de sus mandatos. Si antes del torneo electoral se consultase su popularidad en Brasil o Colombia, ninguno resistiría el parecer de sus ciudadanos, y puede que algún otro de su «especie», tampoco. Así se van, desacreditados…
El uno, protagonista de un populismo ridículo basado en el negacionismo. El otro, atado a los cánones conservadores tradicionales y gobernando «para arriba» pero, también, peón de las peores causas del imperio contra el vecindario.
Sus relevos podrían estar entre las noticias destacadas en Latinoamérica el año que viene: buenas nuevas para todo el que aspire a justicia social y democracia participativa real, del mismo modo que los renovados aires marcan la tónica al cierre de 2021 en América Latina.
Como toda transformación se promueve —y se sostiene— desde abajo, ha vuelto a ocurrir lo que aconteció en la región desde los albores de los años 2000 hasta el entorno de su segunda década: entonces, el capitalismo salvaje fue tan brutal que los «punto y aparte» dibujados con tinta oscura en países como Venezuela, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Honduras, llegaron en muchos casos precedidos de la proliferación de movimientos sociales y populares que adelantándose a los partidos de izquierda se rebelaron contra aquel status quo, sin otra alternativa que el rechazo y la protesta si se quería la supervivencia.
Al endeudamiento externo, las privatizaciones y el dejar hacer al mercado que conllevaron a la usurpación del poder del Estado, siguieron los consiguientes recortes de los puestos de labor y del presupuesto social, mientras los servicios públicos, puestos en manos de emporios empresariales, subían cada vez más su precio. En no pocos casos, el hambre llevó a la extensión de las ollas comunes y fueron más visibles las villas miseria… Así de duro.
Ahora vuelve a palparse la inoperancia de eso que llamaron restauración neoliberal, luego de que la agresión externa solapada con el auxilio de los organismos financieros internacionales, la reacción interna, la manipulación mediática y hasta los rezagos del añejo gorilato, frustraran algunas de las experiencias transformadoras que habían nacido, precisamente, del caos social de los años de 1980 y 1990. El propósito era detener procesos que iban en busca del llamado Socialismo del siglo XXI, hasta cualquier vestigio de progresismo.
Sin embargo, tras un nuevo turno de la derecha dura al frente de los Gobiernos, parece haber quedado claro que el suyo no es el modelo capaz de dotar a las ciudadanías de la mayor suma de felicidad posible, como era el derrotero del Libertador cuando empeñó su vida en la independencia americana de España.
La noria vuelve a dar vuelta
A la pobreza y la marginación que entronizó el neoliberalismo desde finales de los 1900 hasta principios de los 2000, se ha sumado ahora el rechazo a la corrupción y a la política sucia como medio de vida de las oligarquías, mientras renace la certeza de que es preciso rescatar la riqueza nacional para ponerla en función de la vida y del crecimiento, en virtud de una mirada política quizá menos ideologizada teóricamente que, no obstante, sigue tomando como centro al hombre.
Así, al menos, se ha dejado ver Perú, Chile y Honduras, naciones donde las explosiones populares de inconformidad precedieron y empujaron, precisamente, el registro en las urnas de los sucesos latinoamericanos más «noticiables» durante el año que termina.
La elección de un humildísimo maestro campesino, Pedro Castillo, como presidente peruano, resultó en 2021 la nota descollante por inédita e inesperada, a tal punto que la oposición derechista, descolocada, no pudo impedirlo, y pone en juego una artimaña tras otra para sacarlo del poder.
No menos trascendente ha sido la llegada de la primera mujer al Palacio de Gobierno en Honduras: además, Xiomara Castro es líder de la resistencia frente al golpe de 2009 y esposa del mandatario depuesto, para colmo de males de los oligarcas y remate de la jugada que terminó definitivamente con el bipartidismo y, de alguna manera, ha llevado al Gobierno a representantes más dignos del pueblo.
Escalofriante quizá sea un vocablo que alcance a reflejar el impacto de la reciente elección de Gabriel Boric como mandatario chileno, cuando el país estaba ante la amenaza de un retorno del pinochetismo sin Pinochet.
Él se ha convertido en el mandatario electo más votado y el más joven de la historia local mediante un proceso que, por primera vez desde el plebiscito de 1988 —que permitió expulsar al dictador—, demostró la capacidad de hacer frente común sobre las diferencias para desarticular peligros como el anunciado por la candidatura de un político ultraconservador y retardatario como José Antonio Kast. Esa luz larga y tal capacidad de unión en el sufragio ha sido el principal éxito del pueblo chileno.
Además, la convincente reelección de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua lanzó por el caño tanto el dinero, como las malas artes con que Washington planeó su derrota, mientras en Venezuela las llamadas megaelecciones mediante las cuales se renovaron gobernaciones y alcaldías reafirmaron la vocación bolivariana de las mayorías, y permitieron que el mapa nacional se mantuviera rojo.
Ese incuestionable saldo en las urnas también reforzó la institucionalidad venezolana frente a quienes desde afuera la ponen en duda como parte de su estrategia agresiva, y calzó con cemento las bases que sostienen el liderazgo de Nicolás Maduro.
Con cierta razón, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa se ha lamentado de que su país fuera la excepción en la cadena de victorias electorales que la izquierda o el progresismo se han anotado durante este año en América Latina, al aludir a la derrota de su discípulo, Andrés Arauz, en la búsqueda de la presidencia frente a Guillermo Lasso.
Pero Correa lo sabe: lo importante no es solo asumir la banda presidencial, sino ganar terreno y acumular fuerzas.
Visto desde el punto de vista regional, los acontecimientos indican otra posibilidad de consolidación de los proyectos regionales de integración que venían en marcha y que empezaron a desarticular los derechistas. Desde la renovación de un Mercosur más solidario y menos comercial, como era la propuesta de Hugo Chávez, hasta el desarrollo de la Unasur y la Celac: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños debe seguir siendo el entramado integracionista regional por excelencia.
Lo que no funciona
Cierto, el modelo alternativo hacia el otro mundo posible se crea sobre la marcha; en cada sitio, a su manera, y a contrapelo de las maniobras, siempre sucias, de quienes impiden que los nuevos proyectos de desarrollo económico, político y social demuestren su viabilidad.
Cuba y Venezuela, castigadas sin piedad, como lo hizo Donald Trump, por la no tan nueva administración de Estados Unidos, constituyen los mejores ejemplos de cómo, mediante la creación de presiones financieras, económicas y de todo tipo, se intenta cercenar las alas a países que se mantienen en vuelo gracias a una resistencia forjada en la conciencia popular, y en la voluntad política de que es necesario no solo hacer pie firme al vendaval, sino, además, avanzar, como suele recordar el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel.
Pero también se colocan otras cortapisas, como las riendas del FMI que todavía atenazan a Argentina, aunque hace ya poco más de un año que remprendió el camino de apenas un «capitalismo moderado» por el que transitaron primero Néstor Kirchner y Cristina Fernández, pero de cara frontal al neoliberalismo.
Los escollos fueron «sembrados» por Mauricio Macri, el iniciador de la restauración neoliberal en Latinoamérica toda vez que la reversión por las urnas empezó en Buenos Aires. Lo logró poniendo otra vez a la nación de rodillas, a merced de la deuda externa.
Bolivia, repuesta del golpe contra Evo por las fuerzas populares que, mediante las urnas, retornaron al MAS al poder, retoma con Luis Arce el camino del crecimiento gracias a los recursos naturales que Morales, como primer paso de su mandato, nacionalizó en 2006 al tiempo que restructuraba los contratos con las transnacionales para que no se siguieran llevando las mayores riquezas.
Pero todavía la refundación boliviana debe vencer los obstáculos erigidos por los «cívicos», que fueron empoderados y salvaguardaron a los golpistas mediante la violencia.
Prácticamente solo toda vez que brega sin partido, Pedro Castillo apenas logra materializar su programa de Gobierno en un Perú al que los desacreditados partidos tradicionales de la derecha mantienen en vilo, blandiendo cada día una nueva excusa para poner «en vacancia» al mandatario.
En Honduras, Xiomara Castro, aunque arropada por un evidente favor popular, deberá sortear las altas vallas erigidas por la miseria y una violencia social colindante con el narcotráfico y lidiar, además, con los traspiés que le antepondrán sus adversarios de la vieja política.
También habrá enormes desafíos para Gabriel Boric cuando asuma en marzo, con tantas misiones principales como prolijos son los reclamos de una sociedad que hasta ayer no reclamó, víctima y presa del terror implantado por la represión pinochetista: desde su responsabilidad de llevar a buen puerto la Constituyente, hasta la cristalización de un programa de Gobierno ambicioso que centra los cambios, sobre todo, en los problemas sociales… Y estos no son pocos.
No será una panacea emprender la reversa en la región. Pero la corriente ha dejado de fluir hacia atrás. Y lo hace con tan vigor, que América Latina vuelve a vivir un cambio en la correlación de fuerzas.
La región recibe el 2022 con esos buenos augurios.
La movilización de los movimientos sociales y populares ha vuelto a jalonar la nueva llegada de los procesos de cambio. Foto: Insurgencia Magisterial
También «agitado» 2022
El año que entra será igualmente abundante en procesos electorales en América Latina y el Caribe y deparará, muy probablemente, connotados cambios de gobierno.
Abre Costa Rica el 6 de febrero con comicios generales de los que saldrán nuevo presidente, dos vicepresidentes y los 57 diputados de la Asamblea Legislativa.
La cota para declarar vencedor es del 40 por ciento más uno de los sufragios válidos, razón por la cual se ha fijado el 3 de abril como fecha para la segunda vuelta.
Casi en campaña, a juzgar por la proyección pública de quienes ya se manejan como precandidatos está, desde hace algunas semanas, Colombia, donde la inestabilidad social ha sido mostrada por numerosas movilizaciones populares que tuvieron su máxima expresión en el paro nacional, en el segundo trimestre del año que termina.
Por eso, no debe sorprender que las mayores cantidades de sufragios las obtengan figuras distantes del quehacer político actual.
Detener la espiral de violencia y dar cumplimiento cabal a los Acuerdos de Paz será el primer gran reto de quien venza en las presidenciales, pautadas para el 19 de mayo.
Para declarar triunfador es necesario la mitad más uno de los votos emitidos, de modo que la ronda del balotaje en caso de que ningún aspirante la obtenga, ha sido fijada exactamente para un mes después, el 19 de junio.
Antes, en marzo, se abrirán primero las urnas para renovar el Senado y la Cámara de Representantes, esta última con la peculiaridad de que sumará los 16 nuevos escaños que, a tenor de la letra de los Acuerdos, legislarán en representación de las víctimas del conflicto armado.
Sigue Brasil en el cronograma latinoamericano, el país en el centro del colimador político regional debido al escándalo que significó la tramposa exclusión de Lula de las presidenciales de 2018, y consecuente investidura de un Jair Bolsonaro tan parecido a Donald Trump.
La que seguro será muy esperada primera ronda está programada para el 2 de octubre, ocasión en que también se elegirá al vicepresidente, los miembros del Congreso, gobernadores y vicegobernadores, así como las asambleas legislativas de los distintos estados, y la Cámara legislativa del Distrito Federal.
El desempate de las presidenciales en caso de que nadie alcance la mitad más uno de los votos, será el 30 de octubre.
Aunque Lula, exonerado ya de los cargos injustos que le imputaron, aún no confirma si se va a la elección, hace rato que las encuestas le favorecen. También muchos dan como un hecho que Bolsonaro insistirá en pelear la reelección.
Lo más sorprendente, sin embargo, es que se da por un hecho la candidatura de Sergio Moro, el juez manipulador al que llamaron verdugo de la izquierda por la saña en que mal usó el proceso Lava Jato para lapidar al PT y, directamente, a su líder y fundador.
Bolsonaro le pagó el favor nombrándolo ministro de Justicia, pero los separaron diferencias que nada tenían que ver con la política.
Cierra el ciclo de presidenciales Haití, nación donde el abandono del mundo desarrollado ha incrementado la pobreza y la inestabilidad social, con espasmos de crisis política como el magnicidio, usando mercenarios colombianos, que segó en julio pasado la vida de Jovenal Moise.
Se espera que su sucesor sea electo el 7 de noviembre, fecha en que se votaría también por el legislativo, y se debe celebrar un referendo acerca de la Constitución que, según algunos, estaba en el tablero cuando fue asesinado Moise. El balotaje sería el 23 de enero al tiempo que las elecciones municipales locales. Esperemos que sucesivos cambios de fecha no se repitan, y que el país pueda llegar con relativa estabilidad hasta allí.
También México abrirá las urnas para elegir, el 5 de junio, a los gobernadores de los estados de Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas. En Durango se votará por alcalde y por las administraciones municipales, sindicaturas y regidurías, mientras que se elegirá a los diputados locales en el estado de Quintana Roo.
Si logra prevalecer la institucionalidad en Perú, habrá regionales y municipales el 2 de octubre.
Los chilenos se enfrentarán a otra elección histórica cuando, por primera vez, acudan a votar el texto que redacta la Convención Constituyente, instancia encargada de dar cuerpo a la nueva Carta Magna.
Como es preciso ajustar todos los artículos antes de convocar al que se conoce como «plebiscito de salida», su votación, corolario de tanta lucha callejera, debe efectuarse en fecha no precisada del segundo semestre. (Con información de Rusia Today)