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El MAS y las elecciones: equilibrio y contundencia

No pocas amenazas planean sobre los cercanos comicios, que deberían hacer retornar a Bolivia sobre los raíles de la institucionalidad

Autor:

Marina Menéndez Quintero

A una semana de las elecciones en Bolivia, se podría pensar que el reciente y fallido intento de inhabilitar al MAS sería la última estocada para impedirle un eventual triunfo. Pero quienes no se resignan a una vuelta al poder del Movimiento al Socialismo, todavía seguirán jugando sucio.

Un reciente llamado de alerta emitido por su candidato, Luis Arce, pide atención a la ONU, la Celac y la mismísima OEA acerca de las peligrosas declaraciones emitidas los últimos días por el ministro de Gobierno, Arturo Murillo, y por el viceministro de Régimen Interior, Javier Issa, en torno a un alegado intento de fraude de parte del MAS, razón por la cual dichos funcionarios anunciaron la conformación de un cuerpo de hasta ¡40 000 uniformados! entre policías y militares, quienes «han sido puestos en alerta».

¿Acaso el ejecutivo usurpador intentará bañar en sangre los comicios si, como se avizora, los resultados les resultan adversos?

No fueron acusaciones cualesquiera ni emitidas en cualquier parte, pues Murillo habló en Washington, precisamente en la sede de la OEA, organismo que tan frustrante papel desempeñó durante la castración de los comicios de 2019, con la alegación del presunto fraude que consumó el golpe contra Evo. Ahora sus veedores han sido convocados por los golpistas, de nuevo, al certamen comicial, en lo que podría ser, empero, la menor de las amenazas que se ciernen sobre el torneo.

El terreno en Bolivia está minado de injusticias que ya pueden contarse entre los intentos para escamotearle una victoria al MAS. Por tanto, la ventaja que todos los estudios de opinión —con mayor o menor puntaje— otorgan, pese a todo, a Arce, constituyen mecha para encender cualquier intento oficialista porque estalle la inestabilidad de mano de la violencia. 

De parte del Movimiento al Socialismo ha sido una decisión de gran riesgo y, por tanto, de mucho valor, apostar la consecución de la democracia y el enseñoramiento de la justicia y la institucionalidad a estas elecciones, que debieron ser «peleadas» por los movimientos populares y sociales negados a una nueva postergación, razón por la cual tomaron las calles para forzar una fecha.

Los comicios, pactados finalmente para el 18 de octubre merced al «cuarto intermedio» dictado por los movilizados que encabezó la Central Obrera Boliviana —y conste que no todas las organizaciones sublevadas acataron la decisión— se realizan en un entramado enrarecido: primero fue el mismo golpe infligido a Evo y su satanización al acusársele de terrorismo y sedición y, más recientemente, hasta de estupro; luego, la persecución y encausamiento fraudulento de sus principales cuadros —decenas han sido hechos prisioneros—, y la represión brutal contra sus simpatizantes…

Doce meses de gobierno espurio con la usurpadora Jeanine Áñez al frente, han sido suficientes para encaminar la destrucción de la obra realizada por el MAS en los 15 años precedentes. El de Áñez ha sido un gobierno de transición pero no hacia la democracia como se anunció sino, definitivamente, hacia otro modelo, aquel del que venía un país que siendo el más rico era que más pobremente vivía en América Latina, y donde fueron depuestos varios gobiernos antes de la llegada del MAS, en el año 2006.

Resulta obvio entonces que, quienes fraguaron la asonada como parte del proceso de regresión instrumentado desde Washington para toda la América Latina, harán hasta lo imposible por impedir que el proceso refundador del MAS retorne a Bolivia.

Una parte de las zancadillas han corrido a cuenta de la judicialización de la política o lawfare. Luego de la inhabilitación de Evo para postularse a la presidencia e, incluso, al Senado, gracias a las acusaciones antes dichas, se ha querido abrir un expediente judicial contra el mismo Arce: un intento de judicialización que no ha progresado.

No puede descartarse que en el escasísimo tiempo que resta, surja cualquier otra acusación falsa contra el MAS o su candidato. Y conste que si esos esfuerzos no han avanzado hasta hoy, no se debe al inexistente sentido de justicia de un sistema judicial en manos de los golpistas, sino al pacto de estabilidad acordado entre el ejecutivo y los líderes de los movimientos sociales y políticos —el MAS incluido— que acordaron, de una parte, devolver la paz a las calles y, de la otra, la realización de los comicios. Pero los primeros han advertido que si no se realizan y respetan, volverán a manifestarse.

No hay confianza, sin embargo, en que el régimen encabezado por Áñez asegure la transparencia electoral y respete sus resultados. La más reciente jugarreta ha sido acusar de fraude al MAS.

De parte del Movimiento al Socialismo y el progresismo social, la misión es asegurar la estabilidad y al propio tiempo, ejercer la presión necesaria para impedir que los comicios sean burlados. ¡Un delicado ejercicio de equilibrio!

El cuartico, ¿igualito?

Desde muchos flancos, el panorama se parece bastante al de hace 12 meses. La derecha atomizada se desgrana, nuevamente, en seis aspirantes a quienes la renuncia de Áñez —seguramente por orientación de Washington— no ha logrado unir, aunque ese fuera el propósito. Enfrente está el MAS como opción alternativa y, en medio, un segmento de indecisos o de electores que no adelantan por quién votarán, y que asciende a un entorno del 20 por ciento del registro: ellos podrían ser decisivos si, como se avizora, son estrechos los márgenes de diferencia entre quienes más votos obtengan.

Es ese el patrón que se reitera en las —vuelvo a hacer la salvedad— nunca infalibles encuestas.

Un estudio de opinión realizado hace dos semanas por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) arrojó que cuatro de cada diez bolivianos no tenían firmemente decidido aún su voto y manifestaron que «aún lo estaban pensando».

Como ocurrió hace un año, los sondeos coinciden en mostrar al expresidente Carlos Mesa en segundo lugar y, tras él, el rosario de contrincantes de poca monta entre quienes se cuentan el igualmente golpista Fernando Camacho, del separatista territorio de Santa Cruz, quien aparece tercero pero lejos de los dos primeros.

El liderazgo de la fórmula integrada por Arce y el excanciller David Choquehuanca como dupla del MAS, anuncia que será la que más votos obtenga, según todos los estudios. Pero también podría reiterarse la cortapisa que facilitó el camino a los golpistas en octubre pasado.

Para ganar irrebatiblemente en primera ronda, el MAS no solo necesitaría un mínimo de 40 por ciento de los votos y diez puntos porcentuales por encima de su más cercano rival, si no obtiene la mayoría absoluta. Si se quiere evitar las maniobras de parte de la derecha, lo mejor sería una victoria contundente que no dejara espacio a la manipulación.

Los sondeos, sin embargo, no dicen eso. Aunque varios han otorgado a Arce un puntaje que llega al 44 por ciento de los votos, la diferencia sobre Mesa, que va segundo, no siempre es amplia. Una encuesta reciente avizora resultados de 41,2 por ciento para el aspirante del MAS y 33,5 al de Comunidad Ciudadana.

Pero, según el citado estudio de la Celag, el resultado sería 44 por ciento para Arce y 34,0 para Mesa: una brecha de apenas 10,4 por ciento suficiente para declarar victorioso al MAS en primera vuelta, pero no para evitar las manipulaciones que querrán hacerse con apenas cuatro décimas porcentuales de diferencia.

Las previsiones son aún más estrechas si finalmente se impone la segunda ronda pautada el 29 de noviembre, cuando lo anunciado por la Celag es un escenario «de empate técnico, con 13,1 por ciento de la población que aún no se definía por uno u otro» contendientes.

Observadores apuntan la posibilidad de otras maniobras para frenar el regreso del MAS, como forzar la renuncia de Camacho y que los alrededor de 15 puntos porcentuales que se le otorgan, pasen a Mesa.

El paisaje boliviano está enrarecido gracias a la violencia de los golpistas y sus grupos paramilitares, y el ambiente de descrédito fabricado contra Evo y los mandatos del MAS.

A ello se suman las difíciles decisiones que han debido adoptar sus líderes frente a los reclamos de los sectores populares más exigentes que pidieron su regreso, y la estabilidad a la que el Mas debe contribuir, ya que todas sus fichas fueron apostadas a estos difíciles comicios.

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