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ALBA-TCP, los lobos y «ovejas» insumisas

En el manual de mutilaciones genitales ideado para Nuestra América por Estados Unidos desde que se soñó imperio, defenderse se interpreta como atacarlo, y sostener la soberanía puede llevar a ser considerado una amenaza inusual y extraordinaria, aunque no se le haya lanzado una arepa

Autor:

Enrique Milanés León

A inicios del año 2010, el entonces recién electo presidente de Honduras, Porfirio Lobo, argumentó a las claras, tal vez como nadie, por qué su Gobierno —certificando el acto previo del mandatario de facto Roberto Micheletti— decidió salirse de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA): «Para mí sería imposible ser parte de una alianza que tiene como objetivo atacar a Estados Unidos».

Aunque todos entendieron que el concepto «atacar» estaba invertido, la frase dejaba oler el tufillo característico de una larga estirpe de títeres latinoamericanos, magistralmente llevados a la literatura, que gobiernan convencidos de que lo aceptable es que Washington nos ataque a nosotros.

A la corta, Lobo fue apenas una Caperucita más en la galería de juguetes del Tío Sam, pero vinieron otros, en Ecuador y en Bolivia, que hicieron lo mismo —dejaron el sendero del ALBA para regresar a los trillos de la noche— por la misma razón, aunque no tuvieron igual transparencia para explicarlo.

Resulta que en el manual de mutilaciones genitales ideado para Nuestra América por Estados Unidos desde que se soñó imperio, defenderse se interpreta como atacarlo, y sostener la soberanía puede llevar a ser considerado una amenaza inusual y extraordinaria, aunque no se le haya lanzado una arepa. Es la Latinoamérica al revés que Washington se inventó con tal de llenar, al derecho, las arcas de la potencia que —a costa de los pueblos— se niega a ceder su lugar en la punta de la mesa.

Asumiendo esa ilógica, parece sencillo entender por qué aparecen, cada tanto, algunos lobos en la camada de estadistas latinoamericanos, por qué la actual ALBA-TCP —con la añadidura «belicista» de Tratado de Comercio de los Pueblos— le sienta tan molesta a la Casa Blanca y por qué la proclamación, firmada en pleno por la Celac, de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, es bombardeada en los hechos, cual acto de guerra, por esa derecha regional que Donald Trump amamanta.

Como su sino es luchar por la concordia y el avance, la ALBA-TCP se erige, efectivamente, en enemigo poderoso de Washington porque le combate en un plano en el que los grandes halcones de la Casa Blanca apenas pueden volar: el de la razón. Su solo nombre bolivariano y su martiana militancia en Nuestra América, y no en la otra, le confieren filos ideológicos demasiado agudos para el gusto del amo del Norte y de sus oligarquías.

Junto con otros actores regionales —heridos en algún flanco, pero nunca muertos— la organización pelea cada vez más en el plano de la denuncia política, justo cuando importantes polos de poder callan ante el actuar claramente fascista de la Casa Trampa.

De modo que, ante la nueva agresión de Estados Unidos a Cuba —la inclusión de otras siete empresas en la injustificable «Lista de Entidades Cubanas Restringidas», del Departamento de Estado norteamericano— se escuchó enseguida una reacción de la ALBA-TCP que Lobo llamaría ataque, pero que el Presidente cubano Díaz-Canel certifica como solidaridad contra la prepotencia y la arrogancia imperiales.

«La medida injerencista, coercitiva, unilateral y violatoria del Derecho Internacional afecta a entidades del área financiera y de turismo de Cuba y evidencia el interés criminal de recrudecer el bloqueo económico, comercial y financiero y afectar al pueblo y a la familia cubana», denunció el organismo a raíz de esta escalada estadounidense que ve —acuérdense de Lobo— peligros militares en tres hoteles, dos centros de buceo, un parque marino y una firma financiera. ¿Reclutará Cuba a turistas?

Es evidente que, desde su surgimiento en La Habana en diciembre de 2004, esta organización ha promovido más solidaridad de la que puede escuchar Washington, que como viejo matón ataca todo lo que no conoce. El solo hecho de que las firmas del alumbramiento fueran los recios trazos de Fidel y Chávez permitió, y no solo al imperialismo, comprender instantáneamente que el acto ampliaba en el hemisferio la vieja lucha entre el presunto macho alfa, los «lobos» rendidos por la traición y las «ovejas del patio trasero» que desde hace siglos se niegan a serlo.

Resumiendo, los principales «ataques» de la ALBA-TCP a Estados Unidos serían denunciar sus continuas amenazas de usar la fuerza contra Venezuela, así como apoyar el diálogo nacional en Nicaragua, denunciar a la OEA como mascota imperial, alumbrar a los pueblos sobre los peligros de viejos fantasmas como la Doctrina Monroe y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y criticar la activación plena de la anticubana Ley Helms-Burton.

El ataque más directo de la ALBA-TCP a la voluntad de dominación continental ha sido erigirse, sobre la base de la solidaridad y la justicia, de la soberanía y la complementación, en el primer frente de integración genuinamente latinoamericano y caribeño, sin la bendición de Washington.

Su amenaza terrible a los blindados del Pentágono ha radicado en barrer el analfabetismo de Venezuela, Bolivia y Nicaragua con un «código» cubano que ha convencido a cinco millones de pobres de este mundo que sí pueden, y no solo leer y escribir.

Bajo su amparo se hicieron milagros y caminaron los discapacitados, y los ciegos hallaron la luz, y corazones infantiles retomaron su ritmo para jugar y reír, y los médicos ampliaron sus patrias y ciertas escuelas hicieron de la matrícula una bandera tan larga como los Andes. A la luz de esta alba «apareció» petróleo en países sin combustible, millones de casas hallaron, por fin, a familias pobres que las buscaban y, a veces, hasta llovió café en el campo.

Los lobos temen. La ALBA-TCP es uno de los culpables de que «militares de chalecos blancos» llevaran sus armas nuevas Barrio Adentro y salieran victoriosos sin disparar un tiro, y también uno de los primeros cómplices de que los médicos cubanos, con el espíritu de un tal Henry Reeve que no ha de caer bien a Trump, se dediquen a perseguir calamidades mundiales para salvar a entrañables desconocidos.

Un día —¡vaya peligro!— estos locos latinoamericanos tomamos el planeta en un puño, lo giramos y fundamos, con el Sur al Norte, un canal televisivo para vernos. Ahí salimos de la noche al alba, con las manos limpias al sol, aunque la camada del Norte nos sienta como amenaza.

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