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Elecciones en Israel solo confirman negación de Palestina

Sobornos, intentos de colusión con ciertos medios de prensa, regalos de cigarros y champán, entre otras perlas, son las cualidades como ciudadano público y gobernante que exhibe el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu

Autor:

Leonel Nodal

En cualquier sitio de este mundo, a nadie se le ocurre  que un ciudadano «procesado y acusado de corrupción, malversación de fondos y abuso de confianza», con un juicio a la vista en pocos días, pueda ser nombrado jefe de Gobierno, excepto en Israel.

Sobornos, intentos de colusión con ciertos medios de prensa, regalos de cigarros y champán, entre otras perlas, son las cualidades como ciudadano público y gobernante que exhibe el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, para aspirar a otros cuatro años en el cargo.

En cualquier otro país del mundo, aún cuando las Cortes de Justicia no lo impidan, es poco probable que electores en su sano juicio favorezcan con sus votos a un candidato de semejante estatura moral, excepto en Israel. Es lo que acaba de ocurrir.

Los israelíes regresaron a las urnas el 2 de marzo para votar en las terceras elecciones generales en menos de un año. Dos consultas anteriores, en abril y septiembre, arrojaron resultados casi parejos entre el derechista partido Likud, de Netanyahu, y la autodenominada coalición centrista Kahol Lavan (Azul y Blanco) del general retirado Benny Gantz.

Netanyahu dirige un Gobierno de transición, tras perder un voto de confianza en el Parlamento (Kneset) de 120 legisladores, al verse privado de algunos de sus aliados, debido a pugnas por mayores cuotas de poder.

Luego de los dos primeros días de suspenso, tras contar el 99 por ciento de los sufragios, el Likud y sus aliados ultrarreligiosos y nacionalistas aseguraban 58 escaños en la Kneset. Otra vez Netanyahu quedó tres diputados por debajo de la mayoría absoluta (61), necesaria para formar Gobierno, sin alianzas.

Mientras, la formación Azul y Blanco del general Gantz, principal opositora de Netanyahu, pudiera sumar 53-54 escaños.

Netanyahu se encuentra de nuevo frente a la amenaza de ir a la cárcel, ante su incapacidad de obtener una victoria contundente, que le permita seguir al frente del Gobierno y promover la aprobación de una ley que le garantice inmunidad, una salida que no se atrevió a someter a votación en su anterior mandato.

Es muy probable que el presidente israelí, Reuven Rivlin, encargue al primer ministro saliente la formación del nuevo gabinete, tal como ocurrió —sin éxito— en dos ocasiones anteriores.

No obstante, Netanyahu estará obligado a asistir a su juicio, incluso en su calidad de primer ministro, en el Tribunal de Distrito de Jerusalén, el 17 de marzo, precisamente el último día de plazo para que el presidente Reuvlin decida a quién pedir la formación del gabinete.

Netanyahu es el primer jefe de Gobierno en la historia de Israel acusado en pleno ejercicio de sus funciones, y en tres casos diferentes.

Su derrota, sin embargo, poco cambiará la orientación del Gobierno israelí en el caso extremo de un apartamiento de la vida política.

Benny Gantz, quien encabeza el Azul y Blanco, ha seguido inclinándose más a la derecha, en un esfuerzo por restar apoyo a Netanyahu en las filas de sus simpatizantes.

Gantz ha logrado alterar paulatinamente su personalidad, para comportarse como un político de derecha, sin dejar de presentarse como un centrista, dispuesto a pactar con la izquierda para construir una futura coalición gubernamental.

En esta contienda, Netanyahu recibió el apoyo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien publicó a su lado, en la Casa Blanca, su propuesta para resolver «el conflicto israelo-palestino» de una vez, mediante su llamado «Acuerdo del Siglo», que complace todas las demandas del Estado sionista.

Israel podrá anexar el Valle del Jordán, la zona más rica de la Cisjordania árabe ocupada, además de los 200 asentamientos ilegales, según el derecho internacional, donde habitan unos 700 000 colonos judíos, así como la ciudad de Jerusalén, declarada capital eterna de Israel.

Al presunto «Estado palestino» se le atribuye un archipiélago de islotes, enclaustrados en el interior del Estado israelí, sin continuidad geográfica ni fronteras propias, sin fuerzas armadas ni seguridad propia, que ejercerá Israel. Un nuevo modelo de apartheid sionista.

Tal apoyo de Trump, permitió a Netanyahu presentarlo como su mayor logro en el cargo de primer ministro. Aún así, no tiene fácil la tarea.

El margen de maniobra de Netanyahu, tanto para construir su coalición como para luchar contra sus dificultades legales, semeja un abismo difícil de saltar.

Avigdor Liberman, el jefe de Yisrael Beytenu, el partido de los colonos sionistas procedentes de Europa del Este, que abogan por la anexión total de Cisjordania, insiste en que no se unirá al bloque ortodoxo de derecha, y afirma que habrá ganado si se convoca a las cuartas elecciones.

Para los palestinos, el resultado de las elecciones da igual, gane quien gane. «Los líderes israelíes son dos caras de la misma moneda cuando se trata de negociar con los palestinos», dijo Wasel Abu Yousef, miembro del comité ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en declaraciones a Al Jazeera.

A pesar de sus diferencias, añadió, los grupos ​​políticos de Israel concuerdan en seguir «negando el derecho de los palestinos a la autodeterminación y al retorno de los refugiados, manteniendo los asentamientos ilegales y negándose a poner fin a la ocupación de Jerusalén».

A casi 30 años de la firma en Madrid de los acuerdos sobre reconocimiento mutuo entre Israel y la OLP, después de los mandatos de siete primeros ministros israelíes de diferentes partidos, los palestinos solo han visto cómo su Estado se desvanecía en falsas promesas, sin el más mínimo viso de tornarse realidad.

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