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Europeos recetan medicina verde a la ultraderecha

Así resultaron las elecciones al Parlamento comunitario

Autor:

Leonel Nodal

El termómetro de las recientes elecciones al Parlamento Europeo diagnosticó un sano remedio verde, ilustrado en el alentador avance de partidos ecologistas, que alertan contra el cambio climático y los peligros para la especie humana, frente al peligroso ascenso de la fiebre ultraderechista, nacionalista, racista e intolerante, que envenena a algunos países del Viejo Continente.

Más de 425 millones de potenciales votantes de las 28 naciones de la Unión Europea fueron convocados a elegir los 751 eurodiputados que conforman el Parlamento comunitario, en el que se debaten y aprueban las leyes de carácter supranacional, las que han ido derribando las viejas fronteras nacionales y equiparando derechos, deberes y una política exterior común, amenazada por el resurgimiento de arcaicos y reaccionarios nacionalismos.

Uno de los primeros resultados que saltó a la vista, al término de las cuatro jornadas de votación que se extendieron hasta el domingo último, fue el sorprendente  índice de participación —50.5 por ciento, según el portavoz oficial del Parlamento, Jaume Duch— el más alto desde 1994 (56,7 por ciento) y muy por encima del 42,6 por ciento de hace cinco años, muestra de la creciente preocupación ciudadana, ante las tendencias aislacionistas y hasta fascistas.

El antídoto también apareció en forma dramática, al confirmarse el crecimiento de la participación juvenil y su mayoritaria inclinación por opciones progresistas, reveladoras de una madurez ideológica que rebasa las ideas prevalecientes del capitalismo corporativo y chovinista.

La sacudida política propinada por el voto juvenil nos recuerda la inesperada irrupción hace medio siglo de «la revolución del 68», de franco matiz anticapitalista, contrario a la sociedad de consumo y su carácter alienante, desencadenada por los jóvenes y estudiantes franceses y alemanes que viraron al revés durante semanas a París y otras ciudades europeas, enarbolando fotos de Che Guevara, Carlos Marx y Rosa Luxemburgo, con el sueño comunero de «tomar el cielo por asalto».

Aquellos veinteañeros de entonces son los abuelos de estos pinos nuevos, hombres y mujeres universitarios o desempleados con títulos académicos, que ya protagonizaron marchas de «indignados», suman sus voces y correrías a los «chalecos amarillos» y reclaman una renovación del sistema desde lo esencial, el propio ecosistema en un peligro que Donald Trump desdeña y niega, al romper los Acuerdos de París sobre cambio climático.

Los datos indican que las facciones tradicionales del continente, los socialdemócratas y la derecha dominante, terminaron siendo los mayores perdedores, por primera vez privados de una mayoría absoluta, y obligados ahora a concertar posiciones con el progresismo verde y socialista.

Es cierto que los llamados partidos euroescépticos lograron avances significativos en plazas importantes como Francia, Italia, Reino Unido o Polonia, explotando el evidente descontento de grandes capas de población debido a la contracción económica, la pérdida de empleos, la pobreza y otras carencias sociales, que la ultraderecha atribuye al impacto de las olas de emigrantes, sobre todo los musulmanes, víctimas de las guerras imperiales en Libia, Siria y el norte de África, o la sumisión a reglas europeas.

Sin embargo, la mayor sorpresa fue el avance de los Verdes. Terminaron segundos en Alemania, terceros en Francia y ganaron terreno en el norte de Europa y partes de Europa occidental.

En Alemania los Verdes demostraron que son la principal opción abrumadora para los votantes jóvenes. No es una tendencia aislada. En la vecina Francia, alrededor del 25 por ciento de los votantes de 18 a 25 años votaron por los Verdes, en comparación con el 15 por ciento en ese segmento del Rally Nacional de extrema derecha.

A los partidos verdes también les fue bien en Gran Bretaña, Austria, Suecia, Irlanda, Dinamarca y los Países Bajos. De 17 escaños en el Parlamento Europeo logrados en 2014, ahora obtuvieron 69 puestos, que los convierten en el cuarto bloque más grande en la asamblea continental.

En un claro mensaje a Trump y sus admiradores, las manifestaciones masivas de los últimos meses sobre el cambio climático sacudieron las capitales europeas.

Los socialistas se impusieron en Portugal y en España, donde la extrema derecha de Vox, que saltó a primer plano en Andalucía a finales del año pasado, llega ahora con tres diputados al Parlamento Europeo, pero sigue siendo una fracción minoritaria.

A nivel europeo, la representación parlamentaria de la extrema derecha no pasa del 25 por ciento, un indicador que la mantiene a raya, gracias a la sorprendente efectividad del antídoto verde y juvenil, que poniendo sobre el tapete asuntos verdaderamente cruciales despierta conciencias y esperanzas.

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