La pediatra Daysi González haciendo lo que prefiere en la vida. Autor: Enrique Milanés León Publicado: 01/03/2018 | 07:33 pm
CARACAS.— Escuchándola hablar de los nietos que casi a diario la reclaman en Cuba —sus «cinco traviesos», como ella les llama—, uno no puede menos que preguntarse y preguntarle qué hace Daysi González Escobar en un hospital apartado de los Valles del Tuy, estado de Miranda, a mucha carretera del centro de la capital del país.
«Los míos son bien atendidos; en cualquier situación, aunque no esté la abuela, tendrán cuidados, por sus padres y por la salud cubana», responde sosegada, pero uno queda un tanto insatisfecho porque siente que ella, pediatra como es, arde en deseos de ser, a tiempo completo, la doctora de «cabecerita» en las camas de esos niños.
Daysi, especialista con 37 años de experiencia que ha sanado a miles de pequeños en Cuba, Gambia y Nicaragua, llegó para hacer lo mismo en Venezuela en abril del año pasado. «Sabemos la situación difícil de este país y los problemas de su población con el déficit de doctores. Les ha pasado lo que una vez nos sucedió a nosotros: el éxodo de médicos; la mayoría trabaja en clínicas privadas a las cuales la población pobre no puede acceder», afirma.
Agudos retos del amor
En el Hospital Materno Doctor Osío, de Cúa, en el municipio de Rafael Urdaneta, inaugurado hace diez años por Hugo Chávez, otro pediatra dirige la brigada de 58 cubanos que preserva la salud y la vida de miles de venezolanos en un ambiente sociopolítico y material no exento de tensiones, aun a lo interno del inmueble. Es un centro nacional donde los cubanos no gestionan estructuras administrativas, pero Vladimir Martínez Caboverde es el coordinador del personal de la Isla.
«La prioridad es fortalecer la atención al programa materno-infantil en los Valles del Tuy, y especialmente en este municipio de Urdaneta. Buscamos una repercusión positiva en la calidad de vida de los infantes y disminuir la mortalidad materna en todo el estado de Miranda», afirma.
El reto no es pequeño. El año pasado hicieron allí 4 099 partos, tan solo unos 200 menos que en 2016. Y en pediatría, 2017 cerró con más de 40 000 consultas, que superaron en 8 000 las realizadas en 2016.
«Además de atender con calidad a los pacientes, los cubanos forman a sus relevos venezolanos. Preparamos a médicos residentes de ginecobstetricia y pediatría y nos proponemos hacerlo en otras especialidades como anestesiología y neonatología en aras de la eficiencia del programa», explica el coordinador.
Por otro lado, los doctores cubanos ofrecen consultas semanales en los Centros de Diagnóstico Integral (CDI) para evitar, con la atención prenatal de las gestantes, que estas lleguen al parto sin la preparación requerida. Ya hay avances: en los casi 5 000 partos del año pasado solo se lamentaron dos muertes maternas, estadística triste, por supuesto, pero mucho menor que las de años precedentes. Mientras, en esos CDI los pediatras hacen otro tanto.
Cuba y sus maneras de estar cerca
El doctor Vladimir no oculta el orgullo que siente por los miembros de su brigada, especie de retrato cubano en estos valles. «Conformamos la máxima expresión de lo que es un colaborador internacionalista. Hacemos lo que nos educaron de cuna: trabajar unidos entre nosotros y con los venezolanos. Logramos hermanarnos, y ese era el objetivo», sostiene el pediatra.
La enfermera venezolana Yorbelis García Corredor avala tal hermanamiento. «Soy licenciada, no tengo el título de neonatóloga, pero he aprendido habilidades con los cubanos. Desde el principio tuvimos empatía, nos entendimos, pues. Hay cosas que conversan que no manejamos —el “ahora” de ustedes y el “ahorita” de nosotros, por ejemplo—, pero todo bien, gracias a Dios. De hecho, muchos ya cumplieron su misión, están en Cuba y nos comunicamos por teléfono o internet. ¡Claro que tengo amigos cubanos!».
Si se va a hablar de solidaridad, hay que hacer un aparte con Lisbeth Blanco Laguado, la directora del hospital, una joven venezolana graduada en 2009 en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) de La Habana. «Gracias al apoyo de la brigada —considera Lisbeth— podemos seguir formando especialistas. Dan mucho. Solo por el trabajo de los cubanos podemos ofrecer en Miranda, no solo en Cúa, una respuesta obstétrica y pediátrica adecuada».
La joven Directora refiere otra fortaleza de la colaboración: «Acá no se ve mucho la disposición de especialistas a formar a otros; los cubanos, en cambio, siempre están ahí, prestos ante cualquier duda o situación. Y un residente necesita saberse acompañado». La doctora siente que, con este refuerzo y el apoyo de la nueva gobernación chavista, el suyo puede llegar a ser el mejor hospital materno del estado… y del país.
Lisbeth habla de sus años en Cuba: «Vi cómo trabajan con lo mínimo indispensable. Aquí sufrimos una guerra económica; no tenemos muchas cosas y eso me hace buscar la experiencia de Cuba: hallar formas de dar respuestas sin decir que no».
Aunque solo ha vuelto una vez a la Isla luego de graduarse, la joven quiere repetirlo: «Estoy con muchas ganas de volver, pero ahorita el pasaje es bastante costoso».
De La Habana y de Camagüey, donde también se formó, la muchacha alegre que habita en la formal doctora extraña «su seguridad y su gente, con ese carisma, ese calor y camaradería que siempre te hacen sentir en contacto». Por eso mantiene sus afectos: «Conozco a una habanera que me dice hija. Eso nunca se olvida», confiesa emocionada.
Los nietos im/pacientes
Ese hermoso Camagüey que a fines de los 2000 acogió como suya a la jovencita venezolana Lisbeth Blanco Laguado es la ciudad donde cinco niños, de nueve años para abajo, esperan a una pediatra especial: su abuela.
Pero Daysi González Escobar está felizmente ocupada en los Valles del Tuy venezolanos. «En muchos momentos, estos niños me recuerdan a los míos; a veces miro a uno corriendo y los veo a ellos, sin embargo sé que en Cuba lo tienen todo resuelto. No llegarán a una emergencia con cinco o seis días de deshidratación».
¿Qué dirán, en letra enrevesada, los «métodos y recetas» que, para Cuba, envía esta abuela? Daysi los resume: «Mis dos hijas saben: mantener la higiene, asegurar los cuidados, considerar los peligros, porque los accidentes no son tan accidentales. Recuerde, tengo cinco traviesos que hay que proteger. Por lo demás, estoy tranquila».
Cercana a sus primeras vacaciones en la patria, pronto la pediatra podrá calmar la impaciencia de sus mejores pacientes: «Sé que los hallaré muy crecidos. El más pequeño, que ya tiene tres años, no deja a nadie hablar por teléfono; él lo quiere decir todo. Los cinco afirman que me quieren allá… aunque yo pelee bastante».