La misión en Argelia nos hizo entender el fundamento social y humano de la Medicina, asegura Pablo Resik Habib. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:35 pm
A Pablo Resik Habib no le gusta hablar de sí mismo. No es fácil ahondar en su rica historia, porque a su juicio, solo hizo lo que entendió era correcto y necesario. Sin embargo, fue protagonista de grandes hazañas, de momentos fundadores de la Revolución, constructor de sueños y quimeras.
Pablo es uno de los médicos cubanos que no abandonó su país después del triunfo de la Revolución, en 1959.
Se había graduado dos años antes. Al recordar esos tiempos, preñados de romanticismo, este criollo de raíces libanesas asegura que jamás hubiese dejado Cuba. «Este es mi país, aquí nací, crecí. No soy capaz de moverme de aquí». Se quedó, y tuvo el privilegio, junto a otros colegas, de ser fundador de la salud pública cubana y del internacionalismo médico, que este año celebra su medio siglo.
Resik no dudó cuando el entonces ministro de Salud, José Ramón Machado Ventura, le comentó sobre la necesidad de que sustituyera a Mario Escalona, quien se encontraba de jefe de la misión médica cubana ubicada en Argelia. En ese país, desconocido para él a pesar de su ascendencia árabe y del que solo sabía su nombre, estuvo más de un año, al frente de 55 compatriotas —45 hombres y diez mujeres— repartidos por diversos puntos de esa geografía desértica ofreciendo asistencia médica gratuita.
Pablo es muy minucioso. Guarda muchos datos de esa misión. Saca un papel con todos los detalles de la ubicación de sus médicos: un compañero en Argel, la capital; 13 en Blida; 22 en Sidi Bel Abbes, diez en Constantine, cinco en Sétif, y cuatro en Briska.
Eran 29 doctores, cuatro estomatólogos, 14 enfermeros y ocho técnicos, precisa con la fidelidad de sus apuntes. No quiere que se olvide ningún detalle.
El grupo partió de Cuba el 23 de mayo de 1963. Respondieron al llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien poco antes se había reunido con el primer ministro argelino Ben Bella para buscar formas de continuar ayudando a esa nación del norte de África, recién liberada del colonialismo francés.
La situación sanitaria de Argelia era deprimente, dice Pablo, quien me recibió en su casa, en una especie de estudio que a sus 82 años continúa aprovechando para la lectura reposada y el trabajo docente.
Existían muchas enfermedades infecciosas; no había medicinas, no había médicos, no había enfermería, ni técnicos. La medicina estaba en manos de los franceses, y cuando triunfó la Revolución Argelina, la enorme mayoría de los médicos franceses se largaron, y Argelia se quedó prácticamente sin médicos», rememora.
Según el investigador Piero Gleijeses, de los 2 500 médicos que había en Argelia en enero de 1962, seis meses después, cuando el país conquistó su independencia, solo quedaron 600. De ellos, 285 eran argelinos; y muchos de los otros eran voluntarios franceses que habían ido por períodos cortos.
El triste panorama fue razón suficiente para que muchos galenos cubanos respondieran a la exhortación de Fidel, hecha en la inauguración del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, y en un contexto muy difícil para la salud cubana debido al éxodo de 3 000 médicos al exterior, fundamentalmente a Estados Unidos.
Pero la situación de Argelia, según Fidel, era «verdaderamente trágica». «Hay cuatro millones más de argelinos que de cubanos, y el colonialismo les ha dejado muchas enfermedades, pero tienen solo un tercio, incluso menos, de los médicos que nosotros tenemos», dijo.
Descubrimientos
Cuenta Pablo Resik que nuestros médicos tejieron con los argelinos una relación muy afectuosa y cálida. «El recibimiento que nos hicieron los pobladores y las autoridades fue tremendo. Y a medida que pasaba el tiempo y desarrollábamos nuestras actividades, ese cariño creció mucho más. Fíjate que cuando nos tuvimos que retirar la gente lloraba y nos preguntaba que cómo nos íbamos a ir. Fue muy triste. Les dimos un servicio que no tenían, en muchos lugares en los que estuvimos ni siquiera hubo nunca un médico francés, por tanto todo lo que hicimos tocó muy fuerte a los argelinos».
No obstante, el trabajo fue difícil, no solo por las condiciones higiénico-sanitarias de esa nación, sino por las distancias culturales entre los cubanos y argelinos, y porque no se contaba con ninguna experiencia anterior de internacionalismo médico.
El idioma fue una de las principales barreras que ambos pueblos tuvieron que sortear en los primeros meses, y nunca impidió que nuestros médicos pudieran diagnosticar la enfermedad que aquejaba a sus pacientes.
«En las consultas se hacían cadenas humanas de traducción. Se buscaba a alguien que tradujera del árabe al francés, a veces del francés al inglés si no sabía nuestro idioma, y finalmente quien interpretara al español. Teníamos que hacerlo para conocer los sentimientos y los síntomas de los pacientes, y ellos pudieran después comprender el diagnóstico y las orientaciones. Tremendo esfuerzo. Luego, esta dificultad se fue resolviendo. Fuimos aprendiendo su idioma y ellos el nuestro».
Aunque para él, esto no constituyó un problema. Pablo es políglota: además de su lengua natal, domina el árabe, el francés y el inglés. Sus padres, libaneses, le hablaban en árabe en la casa. Recuerda que no sucedía así en la calle: «Mi padre me hablaba en árabe y yo le respondía en español. La gente se reía…».
La discriminación que sufría la mujer argelina en la familia resultó chocante para nuestros galenos, pero esa inquietud inicial pronto, con el conocimiento mutuo, se trastocó en respeto.
Aquella era una sociedad muy machista, más que la nuestra. La cultura, la religión, los hábitos, la comida, todo era diferente y con una significación nueva para nosotros, comenta Pablo, y recuerda: «Había mujeres que trabajan con nosotros y cuando nos invitaban a cenar a su casa, se quedaban en la cocina encerradas, sus esposos eran quienes nos recibían».
Aún no se le desdibuja el paisaje argelino, el gigantesco desierto, las dunas. «Cogías la carretera y a ambos lados solo veías arena. Y si te bajabas del carro, tenías que estar muy atento, no podías perder de vista el auto, porque todo era arena, y de momento se te desaparecía, y para encontrarlo era de película».
Durante su estancia allá, tomó cientos de fotografías, que guarda con mucho recelo en formato de diapositivas. En su librero, cargado de obras de Medicina y clásicos de las ciencias como Carlos J. Finlay, tiene un recipiente de químicos de la Kodak donde guarda arena del desierto, tan fina que se esfuma al tacto. La palpo, compruebo que es igual a la que atesora en su casa, en Pinar del Río, el doctor Ramón Suárez, quien estuvo en los campos de refugiados saharauis.
Con su cámara, Pablo captó varias imágenes del Che, cuando el líder revolucionario visitó la nación norteafricana.
«La presencia del Che fue maravillosa; se preocupó muchísimo, recorrió todos los lugares donde estábamos. Siempre muy preocupado por nuestra situación, atento a los problemas que podíamos tener. Tuve el privilegio de compartir relaciones de trabajo con él y de darle información y recibir orientaciones. Eso fue tremendo».
Para no olvidar
Después de esa estancia en Argelia, Pablo ha estado en varios otros países: Chile, donde estudió la especialidad de Epidemiología; Argentina, Brasil, Panamá, México, Estados Unidos, Austria, España, Francia, Suecia, la Unión Soviética… Pero Argelia ocupa un lugar especial en sus recuerdos: «Eso no se olvida nunca».
Para este profesor, galardonado con el Premio Nacional de la Crítica Científica, Argelia fue una escuela en cuatro vertientes: cultural, científica, política y humana.
«Cultural, por la oportunidad de conocer una sociedad diferente; sus hábitos, tradiciones, religión. Científica, porque tuvimos que enfrentarnos a enfermedades que no existían en Cuba y a situaciones de trabajo también muy diferentes. Política, porque cuando palpamos la mala asistencia médica que tenía el pueblo argelino, pudimos entender mejor el fundamento social de las transformaciones que se estaban llevando a cabo en nuestro país, y porque conocimos la crudeza del colonialismo. Nos hizo entender el fundamento social y humano de la Medicina, así como la visión y genialidad de Fidel de enviar ayuda internacionalista a países que estaban peores que nosotros».
Durante la conversación, menciona en dos ocasiones a su esposa. Quiere recalcar que todo lo que hizo fue gracias a su compañera Sonia Aguirre, su soporte en tantos años de intenso trabajo como médico, académico, directivo, y profesor. «Ella me permitió hacer todo lo que hice, y que llegara a donde llegué. Yo soy profesor titular, consultante, investigador de mérito… Yo soy todo eso, pero gracias al apoyo que tuve en ella para la educación de nuestras hijas.
«Siempre digo que la familia que se quedó también fue internacionalista. Cuando me fui a Argelia, dejé aquí a mi esposa con mi primera hija, que tenía tres o cuatro meses de nacida. Ella en ningún momento me dijo que no; al contrario, me dijo: “Dale, no te preocupes”».
Magda, la segunda hija de este matrimonio de 54 años, define a su madre como «la heroína de esta casa». «Ella fue todo para él y para nosotras», apunta.
Cuenta que su hermana lo conoció por fotos. «Mami le colgaba fotos de papi en el corral, y ella lo identificaba. Cuando él regresó, mi hermana ya caminaba y hablaba un poquito. Él se perdió esa etapa de la vida de Sonia. Por eso, cuando yo nací, tenía mucha obsesión conmigo», comenta nuestra colega, la directora de Habana Radio y comentarista literaria en la Televisión.
En estos días, Pablo piensa mucho en Argelia porque se cumple el aniversario 50 de esa primera misión médica cubana, que con los años se amplió a otros países africanos, América Latina y Asia.
Muestra una lista con los nombres de los compañeros de esa brigada que aún viven. «De los 58 —porque después hubo incorporaciones—, ya fallecieron 37 y cuatro emigraron; en estos momentos quedamos 17. En estos días, los estuve llamando a todos…».