Monumento de los Lanceros, Pantano de Vargas, Colombia, Escultura de Rodrigo Arenas Betancourt. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Aún no puedo asimilar la muerte de un hombre tan lleno de vida. El curso del tiempo se encargará de ubicar a Hugo Chávez en el lugar que le corresponde en la Historia. Un torbellino de ideas sobre ese tema se ha desatado ya en Venezuela, América Latina y el mundo, y a ese torbellino me siento urgido de aportar estas modestas reflexiones como reconocimiento y homenaje a una vida y una obra tan fecundas.
Heredero y continuador de próceres y líderes
En la historia de América Latina resaltan períodos revolucionarios, procesos revolucionarios y líderes revolucionarios. De las rebeliones indígenas del siglo XVIII, evocamos a Túpac Katari y Túpac Amaru; de las guerras de independencia, Bolívar, Sucre y San Martín; del inicio de las luchas por la segunda independencia, José Martí; de los albores del siglo XX, Villa y Zapata; y, de los años 20 y 30, Mariátegui, Mella, Farabundo y Sandino.
Punto de referencia obligado para todo análisis político de la América Latina presente y futura es la década de 1960 y las subsiguientes. A partir de ella, Fidel Castro y Ernesto Che Guevara son los grandes íconos de la encarnación de las ideas antiimperialistas de Martí, y de las ideas comunistas de Marx y de Lenin; Carlos Fonseca, lo es de la Revolución Sandinista en Nicaragua; Maurice Bishop, de la Revolución de la Nueva Joya en Granada; Salvador Allende, de la vía pacífica de construcción socialista —en un momento en que, lamentablemente, el imperialismo y la derecha criolla estaban en condiciones de anegar en sangre ese proyecto—; y, Juan Velasco Alvarado, Omar Torrijos y Juan José Torres, lo son de la estirpe de militares que defendieron la soberanía de sus naciones y emprendieron reformas sociales en beneficio de sus pueblos.
Hugo Chávez es heredero y continuador de todos y cada uno de ellos. Resaltemos que, de Bolívar, lo es por vocación y convicción desde la cuna; de Martí, Fidel y el Che, por su condición de revolucionario antiimperialista e internacionalista; de Allende, por transitar las grandes alamedas de la vía pacífica al socialismo —por fortuna, en condiciones que el propio Chávez ayudó a crear, en las que esa vía es posible—; y de Velasco, Torrijos y Torres, como militar que colocó su fusil y su uniforme al servicio de la amada patria.
Revolucionario que hace época
Cuando pensamos en los procesos de transformación social revolucionaria de las décadas de 2000 y 2012, de inmediato nos vienen a la mente las figuras de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. En particular, con su victoria en la elección presidencial venezolana del 6 de diciembre de 1998, Chávez abrió la puerta a la cadena de triunfos de lo que hoy conocemos como gobiernos de izquierda y progresistas de América Latina.
Mientras en los años 80 e inicios de los 90 se agravaba la crisis terminal del bloque europeo oriental de posguerra, incluida la Unión Soviética, y en los Estados Unidos el presidente George H. Bush proclamaba un «nuevo orden mundial», en América Latina se desarrollaba un proceso dialéctico de cambio y continuidad en las condiciones y características de las luchas populares: languidecía el escenario de la conquista del poder mediante la lucha armada, que había funcionado en Cuba, Granada y Nicaragua; y se formaba el escenario del acceso al gobierno de fuerzas de izquierda y progresistas mediante la lucha social y política legal con el que ya nos hemos familiarizado.
Pero si bien estas fuerzas sociales y políticas pronto comenzaron a ocupar espacios institucionales en las instancias locales, municipales y provinciales (o departamentales) de gobierno, y también en las legislaturas nacionales de varias naciones, todos sus candidatos que concurrieron a comicios presidenciales entre 1988 y 1998 fueron derrotados. Eso se explica porque la derecha neoliberal conservaba entonces la capacidad de infundir miedo a la elección de un gobierno nacional de izquierda, con el argumento de que la banca internacional provocaría la quiebra del país.
Fue en medio de la profunda crisis económica, política y social que azotaba a Venezuela, que Hugo Chávez logró romper la barrera del miedo, demostrar que la izquierda sí podía gobernar y que, lejos de una quiebra del país, se desataría un proceso de transformación social revolucionaria que fortalecería a la nación y beneficiaría a su pueblo. A él le cabe el mérito histórico de haber abierto esa puerta, que luego franquearon Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y otros.
Chávez se erigió en el constructor de una revolución política en Venezuela, que ya trasciende ese concepto y ya tiene mucho de revolución social, proceso cuya continuidad es una formidable herencia y también una enorme responsabilidad que deja en manos de sus sucesores.
Arquitecto de la concertación política y la integración
Somos millones y millones los seguidores de las ideas de unidad, concertación e integración latinoamericana legadas por Miranda, Bolívar, Martí, Fidel y el Che, pero pocos han tenido la oportunidad, o mejor dicho, pocos han creado la oportunidad para hacer avances concretos en ese terreno. Esa difícil y añorada oportunidad, que tantas veces se frustró desde la fundación de las repúblicas latinoamericanas, la creó y la aprovechó Hugo Chávez como principal promotor de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBAT-CP), y como coprotagonista, junto a Lula y otros líderes latinoamericanos de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Ciertamente, de la correlación regional de fuerzas fundada en la elección de los actuales gobiernos de izquierda y progresistas, y de la vocación y voluntad expresa de avanzar en esa dirección de parte de esta nueva generación de líderes latinoamericanos y caribeños, entre los que sin dudas resalta Chávez, es que finalmente se logró fundar el históricamente anhelado espacio en que todas las naciones de Nuestra América, como la llamó Martí, intercambian, funcionan y construyen, sin las presencias ajenas y extrañas.
De manera indisolublemente ligada a lo antes dicho, Chávez es artífice de una de las más grandes derrotas sufrida por la política aislacionista que el imperialismo norteamericano desarrolla contra la Revolución Cubana desde hace ya más de medio siglo. Para nadie es un secreto que el ALBAT-CP, construido por iniciativa de Venezuela y Cuba —de Chávez y Fidel— junto a la Unasur, mecanismo donde resalta el protagonismo de otros gobiernos y líderes de izquierda y progresistas no miembros del ALBA, como Argentina, Brasil y Uruguay, desempeñaron roles decisivos en el ingreso de Cuba al Grupo de Río; el mismo Grupo de Río que, a inicios de los años 90 —cuando estaba bajo el control de los gobernantes proimperialistas y neoliberales de aquella época, como Carlos Saúl Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú, Julio María Sanguinetti en Uruguay y otros—, había sido utilizado como instrumento de las más oportunistas y groseras campañas anticubanas para aislar y estigmatizar al Gobierno y el pueblo cubanos.
El ingreso de Cuba al Grupo de Río no quedó ahí; tuvo continuidad casi inmediata en la revocación de las sanciones contra su Gobierno Revolucionario, que habían sido impuestas por la Organización de Estados Americanos (OEA) en la Reunión de Punta del Este Uruguay, en 1962. Esta tardía, pero importante rectificación de tamaña injusticia histórica, tuvo lugar en la Asamblea General de la OEA realizada en 2009 en San Pedro Sula, Honduras, durante el Gobierno del presidente Manuel Zelaya. Además, a partir de su membresía en el Grupo de Río, Cuba devino miembro fundador de la Celac, y hoy el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de nuestro país, General de Ejército Raúl Castro Ruz, ocupa la presidencia pro témpore de esa importante institución regional.
¿Cómo podrá, de ahora en lo adelante, pretender el presidente de los Estados Unidos, sea Barack Obama o cualquiera de sus sucesores, que algún Gobierno de América Latina o el Caribe se preste a una maniobra aislacionista contra Cuba?
Hijo del pueblo, hombre del pueblo, líder del pueblo
Por encima de todo lo dicho hasta aquí, precisamente porque constituye el fundamento de toda su vida, su pensamiento y su obra, el mayor mérito de Chávez es ser hijo del pueblo, hombre del pueblo y líder del pueblo.
Si la Revolución Bolivariana fue posible, es porque él supo descifrar y capitalizar la profunda crisis estructural de la IV República en función de una transformación social revolucionaria. Y lo pudo hacer cuando apenas contaba con organización social y política. Por supuesto que la organización social y política constituye un elemento fundamental, básico, imprescindible de todo proceso revolucionario exitoso, pero en la Venezuela de 1998 como en la actual, dondequiera que no existe esa organización social y política, o que ella es aún insuficiente, el pueblo no se confunde: el pueblo se identifica con Chávez, quiere a Chávez y sigue a Chávez.
Chávez: un símbolo
Como sucede con Bolívar, Martí, el Che y otras figuras cimeras de la historia, Hugo Chávez será un símbolo para las futuras generaciones de luchadoras y luchadores de izquierda, que verán en él, no solo al portaestandarte de las causas de su época que él defendió, sino también al abanderado de causas que aún no habían cobrado cuerpo en el momento de su desaparición física.
Esa identificación que hizo Chávez de Bolívar como símbolo cuando, casi 200 años después de la independencia, designó a su revolución como Revolución Bolivariana, y cuando rebautizó a la nación con el nombre de República Bolivariana de Venezuela, es la misma que, sin dudas, la juventud de hoy y de mañana, hará con él.
* Profesor investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y miembro de la Asociación de Escritores de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).