A Carlos Lazo no le valieron sus «méritos» en Iraq. En junio de 2004, el presidente George W. Bush recrudeció las restricciones de viajes a Cuba, para los miembros de la comunidad cubana que viven en Estados Unidos y redefinió arbitrariamente quiénes serían, a partir de ese momento, nuestros parientes en la Isla y quiénes no. Entre otras cosas se redujeron los contactos familiares con nuestros seres queridos del otro lado del Estrecho de la Florida, a una vez cada 36 meses.
La justificación para implementar semejante barbaridad —que no contemplaba ni siquiera excepciones humanitarias— por parte de Bush, era que con el endurecimiento de las restricciones se aceleraría la transición de Cuba hacia una democracia al estilo norteamericano. Sin embargo, no es un secreto para nadie que lo que realmente buscaba la Casa Blanca era conseguir el apoyo electoral de un diminuto pero poderoso sector de la comunidad cubana en Estados Unidos.
La contienda presidencial, que a la sazón se avecinaba, necesitaba de votos y de dinero. Al mismo tiempo ese sector anciano, poderoso y minoritario del exilio cubano tradicional, representado por los congresistas de origen cubano, consolidaría su control político casi absoluto sobre el sur de la Florida.
Pocos hubieran podido imaginar que tres años después de implementadas las mencionadas restricciones estas se convertirían en un boomerang que golpearía a las mismas fuerzas extremistas y retrógradas que ayudaron a ponerlas en práctica.
Debido en parte a estas medidas y al sufrimiento que han generado entre nuestras familias en Estados Unidos y en Cuba, la mayoría de los cubano-americanos hoy se oponen a ellas. Al menos que yo recuerde es la primera vez que se materializa un movimiento que agrupa a miembros de nuestra comunidad de los más variados orígenes políticos y de las más disímiles tendencias, trabajando al unísono contra esa aberración de ley y contra los artífices de tal engendro.
En el verano de 2004 algunas voces valientes y aisladas denunciaron el atropello en contra de nuestras familias. Haciendo suyo el postulado martiano de llevar en sí el decoro de muchos cuando muchos se han quedado sin decoro, escasos, pero honorables miembros de la emigración cubana, comenzaron una lucha infatigable para que estas crueles restricciones fueran derogadas. Hoy, gracias entre otras cosas a ese esfuerzo temprano, son incontables las organizaciones cubano-americanas que se han sumado a esta lucha y que han manifestado su desacuerdo con las groseras restricciones. En la actualidad, de acuerdo con las últimas encuestas, el levantamiento de estas prohibiciones de viaje, cuenta con el apoyo mayoritario de la comunidad cubana en los Estados Unidos.
Una brisa de ideas frescas, un aguacero de cambios se percibe hoy en el sur de la Florida y las crueles regulaciones, diseñadas y orquestadas por los representantes de origen cubano en el congreso norteamericano, irónicamente han sido el catalizador que ha acelerado ese cambio. La mayoría de los emigrados cubanos se aglutinan alrededor de la idea de que es necesario con urgencia hacer algo para modificar la ley de marras y para sustituir a los representantes autores de tamaña monstruosidad. Las últimas declaraciones del Partido Demócrata en la Florida denunciando las restricciones de viaje, así como la apoteósica acogida dada al senador Barack Obama y, junto a él, a su idea de darle un nuevo enfoque a las relaciones con Cuba, son los últimos hechos que prueban cuánto se ha avanzado en este sentido y de qué lado está la opinión pública.
Van de menos a más entre nosotros los que ya se preguntan con agudeza crítica, ¿cuál es la utilidad de los legisladores que se llaman «cubanos» en el Congreso, si ni siquiera son efectivos en el sentido de facilitarles una relación más normal con sus familiares al electorado que dicen representar? Es una creciente mayoría entre nuestra gente la que cuestiona el trabajo de estos personajes que han olvidado que están ahí para servir al pueblo y no para servirse de él.
Ninguno de los representantes de origen cubano en Washington ha movido un dedo en cuanto a enmendar o abolir las crueles restricciones de viajes que castigan a los cubano-americanos en Estados Unidos y a nuestros parientes en Cuba. Estos hacedores de leyes han sido ciegos y sordos a nuestros reclamos. No solo han probado ser inefectivos e inútiles sino, y más que todo, insensibles, indiferentes y crueles ante el sufrimiento y el dolor por el que está pasando a diario la mayoría de los miembros de nuestra comunidad desde que se recrudecieron las prohibiciones de viaje a la Isla.
Cuando sembraban este vendaval de tristeza entre nosotros, hace más de tres años, los Díaz-Balart y comparsa no parecieron calcular en toda su dimensión el grado de repudio que esta política crearía y olvidaron el hecho de que, más que republicanos o demócratas, liberales o conservadores, la comunidad cubana está formada por padres e hijos, hermanas y hermanos, tíos y primos, por lazos afectivos que afortunadamente no se pueden anular por decreto.
Arrogantes y desmemoriados estos señores, representantes de lo caduco y lo obsoleto, su tiempo se les está acabando. Ellos olvidaron que, tanto en la política como en la vida, ¡quien siembra vientos recoge tempestades!
Carlos Lazo, sargento de la Guardia Nacional de Estados Unidos en Seattle, estado de Washington, médico que fue con su unidad militar a la guerra de Iraq y fue condecorado con una estrella de bronce al valor por su actuación allí, quiso visitar a sus hijos en Cuba durante una licencia de dos semanas que se le concedió mientras servía en aquella empresa bélica.
Pero resultó que el mandatario George W. Bush había decretado en junio 30 de 2004 un Plan que incluía que los cubanos residentes en Estados Unidos y los norteamericanos de origen cubano solo pueden visitar a su familia cada tres años. Por lo tanto, tuvo que regresar a Iraq sin ver a sus hijos, porque desde su última visita no había pasado ese tiempo estipulado.
Desde entonces, ha denunciado la crueldad de la política de Bush que satisface a la mafia miamense. Publicamos este severo análisis de Carlos Lazo a las draconianas medidas que nos hizo llegar por el correo electrónico y apareció en la edición de septiembre 6-12 de 2007 de Progreso Weakly.