NUEVOS análisis que podrían ayudar a decidir sobre el futuro de América Latina —y del mundo—, se abren ante la Cumbre Energética prevista a mediados de este mes en isla Margarita, Venezuela.
La cita fue concebida desde fines del año pasado para afinar las estrategias que garanticen la provisión de energía a nuestros países de manera racional, sostenible y, además, con esa mira integracionista que constituye el objetivo de ser y, en definitiva, el primer reto de la Comunidad Sudamericana de Naciones, auspiciadora de la Cumbre.
Sin embargo, acontecimientos más recientes y todavía no visibles cuando se acordó la reunión afloran ahora, y convierten a Margarita en escenario y oportunidad para debatir y hacer más luz en torno a los dobleces de la propuesta norteamericana de extender el uso de los biocombustibles; peligrosa si, como se advierte, el fin es convertir a nuestros países en suministradores de materia prima para el carburante que Estados Unidos pareciera querer poner de moda: el etanol.
Claro que las amenazas no han llegado de manera espontánea. Las trajo George W. Bush y son consecuencia del único —y no magro— resultado de su gira latinoamericana; un periplo durante el cual tributó sonrisas y promesas para refrescar su imagen al tiempo que lanzaba anzuelos para conseguir algo más importante aún: desandar el terreno perdido en América Latina, como le han exigido los sectores de poder en Estados Unidos.
Pocas semanas después, la estratagema del presidente se pone mejor de relieve y podría sumar adeptos que no solo ayudarían a concretar la amenaza abierta sobre la agricultura, la alimentación de las mayorías pobres latinoamericanas, y la ecología. Hay peligros adicionales aún. Alinearse a su engañosa iniciativa, le facilitaría a Estados Unidos el trampolín que estaba buscando para lanzarse sobre el Sur, sin el riesgo de caer en el vacío.
Ello puede resultar más importante para Bush que su declarado interés de asegurar el consumo de combustible en Estados Unidos, ahora que sabemos se acaba el petróleo.
Y no se trata de intolerancia política o de negarle un punto si, en verdad, la propuesta fuera a beneficiar a los latinoamericanos.
Además de la depredación que anuncia la producción a toda costa del etanol, el programa que está vendiendo Bush proveería a Washington de un nuevo motivo para intervenir aquí justo ahora, cuando la región viene de vuelta de otras tantas engañifas yanquis fracasadas, y en el preciso momento en que, ya escarmentada, y más conscientes las masas, América Latina empieza a volar con alas propias.
Semejante logro resultaría relevante no solo para un mandatario como Bush, cuestionado por su quehacer hacia adentro y hacia fuera de Estados Unidos, y ávido de un asidero para materializar la política del garrote envuelto en guante de seda que, como se puede apreciar, constituye la maniobra para retomar bajo su influjo a los vecinos sureños. Sería también buena ganancia para el estatus quo imperial; otro comodín para evitar que se siga desplomando el sistema.
Ese otro cariz del proyecto lo prueba la rapidez con que se propaga, a partir del aparentemente intrascendente memorando de entendimiento suscrito con Brasil para explorar el uso del etanol.
Ya lo había dejado caer el jefe de la Casa Blanca durante su viaje, si no mintieron los trascendidos que dieron cuenta de su declarado interés por «ayudar» a Centroamérica a hacerse del biocarburante. Escogió la parte más débil de la cuerda y, no por gusto, el balón de prueba será El Salvador.
Extender el trato a otros países no solo traería aparejada la firma de convenios donde Estados Unidos sería la contraparte, y nunca dejando el extremo ancho del embudo para nuestros pueblos. También vendrían las compras de tierra por las empresas norteamericanas, y las dádivas que bajo el seudónimo de «incentivos» endulzarían al campesinado para que siembre el maíz, los frijoles, la caña de azúcar de donde se sacará el etanol... o lo que a las transnacionales les venga en ganas.
Aunque algunos objetan que, presuntamente, se quiera ideologizar el tema, lo cierto es que la carga ideológica de una eventual producción indiscriminada del etanol está en su misma esencia. El hambre y la destrucción del ambiente que se alertan son problemas tan eminentemente ligados a la política y la ideología, como lo sería una recurva de Estados Unidos sobre Latinoamérica.
Esperamos que la Cumbre Energética de Margarita ayude a que eso también se entienda.